Lápida de pizarra, foto de José Manuel López |
Toca este año primavera falsa, con flores de papel y amaneceres de photoshop. O sea que estamos en vísperas electorales, aunque en este caso de trate de un plebiscito menor, como se entienden -creo que erróneamente- las elecciones al Parlamento Europeo. A pesar de la ciclogénesis de mentiras, a pesar de que nos indignemos conociendo la obscena vidorra de los europarlamentarios (curiosamente unánimes en sus prebendas), a pesar de sus discursos hipócritas con jóvenes afiliados como decorativo telón de fondo, la necesidad del voto por parte de nuestros políticos puede acarrear consecuencias positivas. Quién sabe, por ejemplo, si después de un año y tres meses de indolencia, resulta que nos sorprenden con la buena nueva de la rehabilitación de la ermita del Santo Cristo de Talaván. Ójala. Nosotros, en todo caso, seguimos a lo nuestro. Dando la tabarra; pesadísimos, molestos e irreductibles como moscas cojoneras. Pero no somos moscas; somos personas, ciudadanos, votantes. Dignos en la defensa de una causa cívica. Y nuestra demanda se multiplica.Y la cadena no deja de crecer.
Por convocatoria de Ángela Asegurado, Luis Rodríguez Martín añade otro eslabón al tramo bejarano en forma de poesía. Y, como aportación espontánea a la cadena, Manuel Sánchez Costumero (quien se encarga de remarcar su condición de paisano talavaniego, y hace bien) nos regala un cuento donde, como en el memorable féretro albo contado por José Muñoz, los réprobos -titiriteros, en esta invención- comparten protagonismo con un niño del pueblo.
Gracias, Luis. Gracias, Manuel.
A LOS ÁNGELES QUE ENJUGARON LAS LÁGRIMAS DE DIOS, Luís Rodríguez Martín
Perder arte mitos o creencias
es destruir el ensí de la esencia
el olvido de la historia
perder la memoria
es como la muerte del guerrero en la
victoria
aprender del ayer
la palabra deber
experiencia
o vanagloria
demencia en
plena euforia
OTROS CUENTOS TALAVANIEGOS, Manuel Sánchez (talavaniego)
Variación sobre los “réprobos” del cementerio viejo.
Corrían
los días de finales del mes de abril de
un año cualquiera de la década de los
cincuenta. El muchachino de unos diez años “arganeó” -trepó- hasta
una de las ventanas y se asomó, como solía hacerlo cada día, al interior de la ermita del cementerio
viejo de Talaván. Le fascinaban aquellas
extrañas y aparentemente siniestras figurillas grabadas en círculo, de las que le había hablado don Ezequiel, el
viejo párroco de Talaván refiriendo en
tono apocalíptico que eran los “condenados”, aquellos que morían en pecado y no
podían ir a la Gloria. “¿Dónde van entonces?”, le había preguntado intrigado.” Al infierno, por
malos, por no estar en gracia de Dios…….”. Luego describía el infierno y sus
horrores, aterrorizando a los escolares
cuando eran catequizados para
recibir la primera comunión. Menos mal
que a él, su abuelo, le contaba otras historias muy distintas de aquellos
supuestos condenados, que en vez de
aterrorizarle le divertían e incluso le
hacían reír a carcajadas.
Al cabo de un
rato, dejó la contemplación de sus
amigos “réprobos” y bajó a la calleja,
cogió la talega donde llevaba la merienda, un pequeño barril lleno de agua de la fuente de la Breña (la mejor agua del mundo,
le decía su abuelo) y un gordo
campanillo metálico, y por la calleja de abajo llegó hasta la cerca
de “La Rejierta”, o Reyerta, donde se disponía a pasar su jornada laboral.
Si, ahora no tocaba ir a la escuela, sino espantar pájaros para que no se comieran las
espigas de cebada con sus granos reventones que tanto le gustaban comer, no
solo a los “gurriatos”, que en grandes
bandadas podía dejar pelado el sembrado antes de que la mies se secase, sino también a él. ¡Que buenos estaban los
granos de las espigas verdes, algunas semanas antes de que se pusieran
amarillos y luego se secaran! Aunque a
veces se había “añurgado” con las finas argañas de la espiga al comerlos de forma compulsiva. Pasó todo el día, ora agitando
y haciendo sonar el campanillo, ora a
voces o a grito pelado, hasta la hora de ponerse el sol al final de la tarde, cuando se ocultaba, según él, cerca de la Sierra de Cañaveral. Agotadas sus provisiones y el agua del barril, se
dispuso a regresar.
De nuevo se paró en el cementerio viejo y por la pared de
la calleja “de abajo”, como él la conocía, trepó o “arganeó” nuevamente, pues en aquellos
años, aún no se habían abierto los boquetes en la pared que se ven ahora. Se dejó caer en el interior, y entró
en la ermita circular, allí donde pudo ver muy de cerca a sus “condenados” amigos con sus borlados gorritos. Al cabo de un rato de contemplación y cansado
como estaba tras su agotadora jornada, se sentó en el suelo sin dejar de mirar
con cierta fascinación las figurillas que tenía enfrente. Al cabo de un rato, nuestro cansado amigo bostezó somnoliento.
De pronto…observó sorprendido cómo las figurillas de afilados dientes, con sus picudos y cónicos gorritos, cobraban vida y
descendían de la pared. Ahora formaban
un abigarrado y peculiar conjunto de veintiún
hombres, mujeres y niños
ataviados con humildes ropajes propios del siglo XVII, que cantaban, reían o
gritaban en ruidosa algarabía o zarabanda. Formaron un corro a su alrededor, cogiéndose
de las manos y le invitaron a unirse a ellos.
Olvidando su cansancio, comenzó a bailar, cantar y jugar con ellos, sobre todo con los niños y
niñas, que al cabo, se separaron de los mayores, formando un grupo aparte. Luego corrieron por todo el
recinto, jugando al escondite y sin reparo alguno, se metían en algunos nichos
vacíos del viejo y abandonado cementerio.
“¿Pero vosotros no sois los condenados del cementerio viejo?”, les
preguntó entre sorprendido y divertido? “¡Ja,ja,ja!,-
rió uno de los mayores-. Nosotros somos un grupo de titiriteros, contratados
por el señor Conde de este pueblo, que luego de actuar muchos días para solaz y
divertimento de tus paisanos talavaniegos, no quiso
pagarnos nada, expulsándonos, si, pero no del Cielo, sino del pueblo. Y en venganza, una noche muy oscura y
tormentosa del mes de marzo, regresamos
y entramos en el pueblo aullando como lobos y gritando como poseídos del
diablo. Enseñábamos unos afilados dientes postizos, causando el pavor de
algunos vecinos. Luego entramos en la Huerta del Conde y pateamos sus sembrados
y hortalizas. Al salir del pueblo, nos refugiamos en éste cementerio en obras,
donde nadie vendría a buscarnos, pues en
aquel tiempo, circulaban siniestras historias de “muertos vivientes”,
de condenados por la Santa Inquisición, que salían en las lúgubres noches
tormentosas de sus tumbas. Vimos como las paredes de la capilla recién terminada, estaban aún frescas
y sin fraguar el enlucido. Y entonces, uno de nuestros artistas, pintor o dibujante, en sus ratos de ocio, se le ocurrió entrar y
hacer los dibujos o esgrafiados que a ti
tanto te gustan. ¡Condenados, réprobos del Señor! ¡Ja, ja ja! Si acaso del señor Conde”.
Nuestro pequeño amigo, otra vez
se sintió muy, muy cansado tras un día tan ajetreado y un comienzo de la noche
aún más. Volvió a sentarse dejando a sus amigos réprobos o titiriteros,
que, - cosa extraña-, parecía que se iban difuminando en una especie de
dorada y extraña neblina. Y de pronto, ¡Poom!, un grueso cascote desprendido de la bóveda, se
estrelló contra el suelo casi rozándole
la cabeza.
Se despertó bruscamente. Todo había sido un sueño. Sus amigos con los gorritos
borlados, seguían en la pared, enseñándole sus afilados dientes, pero ahora
ya estaba convencido de que no eran
réprobos del Señor, sino la
representación de unos titiriteros, o
cómicos “de la legua” justamente cabreados. Porque el Sr. Conde, el “amo” del pueblo en el siglo
XVII, era más roñoso y “agarrao”
todavía que el “amo” de la
cerca ahora, que le pagaba con unos pocos “reales” , por gritar,
desgañitándose, o agitar su grueso
campanillo, para espantar a los “gurriatos”, o gorriones, que en
grandes bandadas podían dejar “pelada”
la cerca sembrada si no hubiera sido por él.
“Pues ya es hora de que arreglen
ésta capilla del cementerio viejo; por
poco me mata el cascote del techo”,
pensó el muchacho en aquel lejano año
hace más de medio siglo.
( Poco podía imaginar que casi
sesenta años después, ahora jubilado, tras sucesivos gobiernos o administraciones
antes dictatoriales, después diz que
democráticas, la capilla del viejo cementerio y sus amigos, los supuestos “réprobos”, estuvieran, ahora sí,
condenados, pero a desaparecer por la
culpable incuria y abandono de nuestros ínclitos ¿….?, responsables políticos o
administrativos.)
Si, -pensó el muchacho-, definitivamente, las historias o cuentos de su abuelo, eran más divertidas y tal vez verídicas que las del cura del pueblo.
Titiriteros burlones
Saltimbanquis
de la legua,
No os mordisteis la lengua
Ni ante Condes ni Barones
Y al tocaros los c.j.n.s
Aquestos nobles malvados
Respondísteisles airados
Con poco sutiles tretas
Con feroces jugarretas
Y dientes bien afilados
CODA :
Y a más de trescientos años
Canto aquí vuestros redaños
Gabriel Cusac
4 comentarios:
Excelente Manuel Sánchez, aunque no sé si también es porque ya siento debilidad por lo talavaniego, -debilidad por la debilidad talavaniega-. En mi pueblo también nos "añurgábamos" si comíamos caulquier cosa demasiado aprisa y las espigas reventonas de cebada nos sabían tan bien a los niños, que los llamábamos "chochos" sabiendo entonces que era una palabrota y algo muy prohibido. Yo también me alimenté de aquel dulce fruto blanquecino, con lo bueno que estaba no me extraña nada que de ahí saquen la cerveza. Ahora, había que saberlo coger por el plano y no por el filo de la argaña, porque por asirlo mal, a veces produjo cortes en mis yemas infantiles.
Se me ocurrió, para incitar a una persona la visita a nuestros réprobos, llamarla "la capilla sixtina de Talaván", pero después me he decidido patentar este otro nombre: LA CAPILLA SIETEMESINA DE TALAVÁN
Hola Juan de la Cruz. Supongo que si te añurgabas de chico, debes ser también un "belloto" ilustre o quizá salmantino como Gabriel. Si, yo también me añurgaba de chiquinino, al comer de forma imprudente, aunque no con los granos de cebada, que los sabía comer tal y como indicas. Si que estaban muy buenos ( y lo siguen estando, espero comer algunos este mismo año en que ahora jubilado, me encuentro en mi pueblo una temporada). Me alegro que te guste mi cuento, que surgió hace más de un año al colgar un vídeo casero en YouTube, ironizando el programa de Iker Jiménez sobre los "réprobos" del cementerio viejo. Ahora le he hecho algún añadiodo y se lo envié a Gabriel Cusac. A ver si conseguimos salvar esos esgrafiados, o cuando menos poner en solfa a nuestros PPP. (puñeteros políticos patrios)
Yo también sé lo que es añusgarse -el verbo está en la RAE-, pero siempre lo he escuchado corrompido, es decir, sin la s. !Que te añugas!, habré escuchado mil veces.
Juan, Manuel, os reitero las gracias por participar en la cadena.
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