27 de abril de 2014

Cadena de Talaván: colaboraciones de Luis Rodríguez Martín y de Manuel Sánchez Costumero


Lápida de pizarra, foto de José Manuel López


Toca este año primavera falsa, con flores de papel y amaneceres de photoshop. O sea que estamos en vísperas electorales, aunque en este caso de trate de un plebiscito menor, como se entienden -creo que erróneamente-  las elecciones al Parlamento Europeo. A pesar de la ciclogénesis de mentiras, a pesar de que nos indignemos conociendo la obscena vidorra de los europarlamentarios (curiosamente unánimes en sus prebendas), a pesar de sus discursos hipócritas con jóvenes afiliados como decorativo telón de fondo, la necesidad del voto por parte de nuestros políticos puede acarrear consecuencias positivas. Quién sabe, por ejemplo, si después de un año y tres meses de indolencia, resulta que nos sorprenden con la buena nueva de la rehabilitación de la ermita del Santo Cristo de Talaván. Ójala. Nosotros, en todo caso, seguimos a lo nuestro. Dando la tabarra; pesadísimos, molestos e irreductibles como moscas cojoneras. Pero no somos moscas; somos personas, ciudadanos, votantes. Dignos en la defensa de una causa cívica. Y nuestra demanda se multiplica.Y la cadena no deja de crecer.
Por convocatoria de Ángela Asegurado, Luis Rodríguez Martín añade otro eslabón al tramo bejarano en forma de poesía. Y, como aportación espontánea a la cadena, Manuel Sánchez Costumero (quien se encarga de remarcar su condición de paisano talavaniego, y hace bien) nos regala un cuento donde, como en el memorable féretro albo contado por José Muñoz, los réprobos -titiriteros, en esta invención- comparten protagonismo con un niño del pueblo.
Gracias, Luis. Gracias, Manuel.

A LOS ÁNGELES QUE ENJUGARON LAS LÁGRIMAS DE DIOS, Luís Rodríguez Martín

Perder arte mitos o creencias
es destruir el ensí de la esencia
el olvido de la historia 
perder la memoria
 es como la muerte del guerrero en la  victoria
aprender del ayer
la palabra deber
experiencia
 o vanagloria
demencia en 
plena euforia



 OTROS CUENTOS TALAVANIEGOS, Manuel Sánchez (talavaniego)

Variación sobre los “réprobos” del cementerio viejo.


Corrían los  días de finales del mes de abril de un año cualquiera de la década de los  cincuenta. El muchachino de unos diez años “arganeó” -trepó-   hasta una de las ventanas  y   se asomó, como solía hacerlo cada día,   al interior de la ermita del cementerio viejo de Talaván.  Le fascinaban aquellas extrañas y aparentemente siniestras figurillas  grabadas  en círculo,  de las que le había hablado don Ezequiel, el viejo párroco de Talaván  refiriendo en tono apocalíptico que eran los “condenados”, aquellos que morían en pecado y no podían ir a la Gloria. “¿Dónde van entonces?”, le  había preguntado intrigado.” Al infierno, por malos, por no estar en gracia de Dios…….”. Luego describía el infierno y sus horrores, aterrorizando a los  escolares cuando eran catequizados  para recibir  la primera comunión. Menos mal que a él, su abuelo, le contaba otras historias muy distintas de aquellos supuestos condenados, que en vez  de aterrorizarle le divertían  e incluso le hacían reír a  carcajadas.
Al cabo de un rato,  dejó la contemplación de sus amigos “réprobos” y  bajó a la calleja, cogió la  talega  donde llevaba la merienda,  un pequeño barril lleno de agua de la  fuente de la Breña (la mejor agua del mundo, le decía su abuelo)   y un gordo campanillo  metálico, y  por la calleja de abajo llegó hasta la cerca de “La Rejierta”, o Reyerta, donde se disponía a pasar su jornada laboral.
Si,  ahora no tocaba ir a la escuela, sino  espantar pájaros para que no se comieran las espigas de cebada con sus granos reventones que tanto le gustaban comer, no solo a los “gurriatos”,  que en grandes bandadas podía dejar pelado el sembrado antes de que la mies se secase,   sino también a él. ¡Que buenos estaban los granos de las espigas verdes, algunas semanas antes de que se pusieran amarillos y luego se secaran!  Aunque a veces se había “añurgado” con las finas argañas de la espiga al comerlos  de forma compulsiva. Pasó todo el día,   ora  agitando y  haciendo sonar el campanillo, ora a voces o a grito pelado, hasta la hora de ponerse el sol al  final  de la tarde, cuando se ocultaba, según él,  cerca de la Sierra de Cañaveral. Agotadas  sus provisiones y el agua del barril, se dispuso a regresar.
De  nuevo se  paró en el cementerio viejo y por la pared de la calleja “de abajo”, como él la conocía,  trepó o “arganeó” nuevamente, pues en aquellos años, aún no se habían abierto los boquetes en la pared que se ven  ahora. Se dejó caer en el interior, y entró en la ermita circular, allí donde pudo ver muy  de cerca a sus “condenados” amigos con  sus borlados gorritos.  Al cabo de un rato de contemplación y cansado como estaba tras su agotadora jornada, se sentó en el suelo sin dejar de mirar con cierta fascinación las figurillas que tenía enfrente.  Al cabo de un rato,  nuestro cansado amigo bostezó somnoliento.
 De pronto…observó sorprendido  cómo las figurillas de  afilados dientes,  con sus picudos y cónicos  gorritos, cobraban vida   y descendían de la pared.  Ahora formaban un abigarrado  y peculiar conjunto de  veintiún  hombres, mujeres y  niños ataviados con humildes  ropajes  propios del siglo XVII, que cantaban, reían o gritaban en ruidosa algarabía o  zarabanda.  Formaron un corro a su alrededor, cogiéndose de las manos   y le invitaron a unirse a ellos. Olvidando  su cansancio,  comenzó a bailar, cantar  y jugar con ellos, sobre todo con los niños y niñas, que al cabo, se separaron de los mayores, formando un  grupo aparte. Luego corrieron por todo el recinto, jugando al escondite y sin reparo alguno, se metían en algunos nichos vacíos del viejo y abandonado cementerio.
“¿Pero vosotros no sois los  condenados del cementerio viejo?”, les preguntó  entre sorprendido y divertido? “¡Ja,ja,ja!,- rió uno de los mayores-. Nosotros somos un grupo de titiriteros, contratados por el señor Conde de este pueblo, que luego de actuar muchos días para solaz y divertimento de tus paisanos talavaniegos,  no  quiso pagarnos nada,  expulsándonos,  si,  pero   no del Cielo,  sino del pueblo.  Y en venganza, una noche muy oscura y tormentosa del mes de marzo,  regresamos  y entramos en el pueblo aullando como lobos y gritando como poseídos del diablo. Enseñábamos unos afilados dientes postizos, causando el pavor de algunos vecinos. Luego entramos en la Huerta del Conde y pateamos sus sembrados y hortalizas. Al salir del pueblo, nos refugiamos en éste cementerio en obras, donde nadie vendría  a buscarnos, pues en aquel  tiempo, circulaban  siniestras historias de “muertos vivientes”, de condenados por la Santa Inquisición, que salían en las lúgubres noches tormentosas de sus tumbas.  Vimos  como las paredes de la  capilla recién terminada, estaban aún frescas y sin fraguar el enlucido. Y entonces, uno de nuestros  artistas,  pintor o dibujante, en sus ratos de ocio,  se le ocurrió entrar  y  hacer los dibujos o esgrafiados que a ti  tanto te gustan. ¡Condenados, réprobos del Señor! ¡Ja, ja ja!  Si acaso del señor Conde”.  
Nuestro pequeño amigo, otra vez se sintió muy, muy cansado tras un día tan ajetreado y un comienzo de la noche aún más.   Volvió a sentarse  dejando a sus amigos réprobos o  titiriteros,  que, - cosa extraña-, parecía que se iban difuminando en una especie de dorada y extraña  neblina. Y  de pronto, ¡Poom!, un  grueso cascote desprendido de la bóveda,  se  estrelló contra el suelo casi  rozándole  la cabeza.
Se  despertó bruscamente.  Todo había sido  un sueño. Sus amigos con los gorritos borlados, seguían en la pared,   enseñándole sus afilados dientes, pero ahora ya  estaba convencido de que no eran réprobos del Señor, sino  la representación de unos titiriteros, o  cómicos “de la legua”   justamente cabreados. Porque el  Sr. Conde, el “amo” del pueblo en el siglo XVII, era más roñoso y “agarrao”  todavía  que el “amo”  de  la cerca ahora, que le pagaba con unos pocos “reales” , por gritar, desgañitándose,  o agitar su grueso campanillo, para espantar a los “gurriatos”, o gorriones,  que en  grandes bandadas  podían dejar “pelada” la cerca sembrada si no hubiera sido por él. 
“Pues ya es hora de que arreglen ésta capilla del cementerio viejo;  por poco me mata el cascote  del techo”, pensó el muchacho  en aquel lejano año hace más de medio siglo.
( Poco podía imaginar que casi sesenta años después, ahora jubilado, tras  sucesivos gobiernos o administraciones antes  dictatoriales, después diz que democráticas, la capilla del viejo cementerio y sus amigos,  los supuestos “réprobos”, estuvieran, ahora sí, condenados,  pero a desaparecer por la culpable  incuria  y abandono de   nuestros ínclitos  ¿….?, responsables políticos o administrativos.)
Si,  -pensó el muchacho-,  definitivamente,  las  historias o cuentos  de su abuelo, eran  más  divertidas y tal vez  verídicas que las del cura del pueblo.

Titiriteros burlones 
 Saltimbanquis  de la legua,
No os mordisteis la lengua
Ni ante Condes  ni Barones
Y al tocaros los c.j.n.s
Aquestos nobles malvados
Respondísteisles airados
Con poco sutiles tretas
Con  feroces jugarretas
Y  dientes bien afilados

CODA :
Y a más de trescientos años
Canto aquí vuestros redaños


Gabriel Cusac



4 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

Excelente Manuel Sánchez, aunque no sé si también es porque ya siento debilidad por lo talavaniego, -debilidad por la debilidad talavaniega-. En mi pueblo también nos "añurgábamos" si comíamos caulquier cosa demasiado aprisa y las espigas reventonas de cebada nos sabían tan bien a los niños, que los llamábamos "chochos" sabiendo entonces que era una palabrota y algo muy prohibido. Yo también me alimenté de aquel dulce fruto blanquecino, con lo bueno que estaba no me extraña nada que de ahí saquen la cerveza. Ahora, había que saberlo coger por el plano y no por el filo de la argaña, porque por asirlo mal, a veces produjo cortes en mis yemas infantiles.

juan de la cruz471 dijo...

Se me ocurrió, para incitar a una persona la visita a nuestros réprobos, llamarla "la capilla sixtina de Talaván", pero después me he decidido patentar este otro nombre: LA CAPILLA SIETEMESINA DE TALAVÁN

manuel dijo...

Hola Juan de la Cruz. Supongo que si te añurgabas de chico, debes ser también un "belloto" ilustre o quizá salmantino como Gabriel. Si, yo también me añurgaba de chiquinino, al comer de forma imprudente, aunque no con los granos de cebada, que los sabía comer tal y como indicas. Si que estaban muy buenos ( y lo siguen estando, espero comer algunos este mismo año en que ahora jubilado, me encuentro en mi pueblo una temporada). Me alegro que te guste mi cuento, que surgió hace más de un año al colgar un vídeo casero en YouTube, ironizando el programa de Iker Jiménez sobre los "réprobos" del cementerio viejo. Ahora le he hecho algún añadiodo y se lo envié a Gabriel Cusac. A ver si conseguimos salvar esos esgrafiados, o cuando menos poner en solfa a nuestros PPP. (puñeteros políticos patrios)

Gabriel Cusac dijo...

Yo también sé lo que es añusgarse -el verbo está en la RAE-, pero siempre lo he escuchado corrompido, es decir, sin la s. !Que te añugas!, habré escuchado mil veces.
Juan, Manuel, os reitero las gracias por participar en la cadena.