Sí, amigos lectores, mis queridos followers y followeras, es cierto. Por vosotros, para deleite de los espíritus sensibles y mayor gloria de las letras patrias, así como para envanecimiento de un servidor, retorna por fin este mensuario.
Noblesse oblige: en principio, debo excusarme. Vivimos tiempos acelerados. El ajetreo de la vida diaria, las obligaciones personales, laborales, fiscales, humanitarias, extramatrimoniales, asociativas, etc, y ciertos compromisos penitenciarios han propiciado esta ausencia de seis meses y una semana, dilatado receso cuya duración, dicho sea de paso, casualmente coincide con la del período de gestación de los babuinos. Espero que un infortunio así no vuelva a repetirse. Admito que, si ya es poco decoroso no respetar siquiera la frecuencia de entradas que justificarían esta extraña etiqueta, mensuario, hablar de semestrario ya resulta obsceno. Prometo aplicarme a la labor en lo sucesivo (otra cosa es lo que ocurra, porque todos sabemos que existen circunstancias imponderables).
Hoy debo contar algo trascendente. Las revelaciones no solo están destinadas a grandes nombres de la religión, como los profetas bíblicos, o de la política, como José María Alfredo Aznar López y Jorge Fernández Díaz. Sospecho que, en mi caso, ni Dios ni la Virgen tienen nada que ver, pero esta misma mañana, en trance de duermevela, he descubierto las razones profundas de mi postura para dormir. Lo de "postura para dormir" no suena muy bien; tiene que existir un nombre más correcto al caso, técnico incluso, pero no lo conozco. Había pensado dar forma más literaria a la expresión: "mi postura para el encuentro con Morfeo"; pero esto parece remilgado de cojones. En fin, poco importa; creo que "postura para dormir" o "postura en la piltra" son fórmulas comprensibles.
Yo duermo panza abajo, pero no exactamente en decúbito prono. Más bien, mi postura es una variante exótica de la conocida como "caída libre", es decir, mis brazos no están pegados al tronco, pero tampoco reposan simultáneamente encima de la almohada, sino que dibujan una zeta. Asimismo, mi cuerpo se extiende en diagonal sobre la cama, con las piernas abiertas y el pie izquierdo descolgado por fuera del colchón. Despatarrado, vamos. Efectivamente, si tuviésemos una perpectiva vertical, nos encontraríamos con la figura de un corredor -a lo clásico, además, olímpico, porque suelo acostarme en pelotas, si bien mi anatomía no cumple con exactitud las proporciones de Apolo-, transmitiendo por tanto una impresión dinámica, emprendedora, de alguien que camina por la vida con brío, casi saltando, dispuesto a superar todos los obstáculos. Así soy yo. De hecho, de pequeño me llamaban saltabardales.
Bien podemos denominar a esta postura "de atleta", y bien podemos entender todo el mensaje que trasciende, su metafísica. Por añadidura, para sacar el máximo rendimiento a las corrientes telúricas, la cama se sitúa respetando la orientación este (cabecera)-oeste (pies); por algo soy un gran conocedor de las tradiciones esotéricas. Y más: con la ventana al sur, a la cual dirigiría mi mirada si durmiera con los ojos abiertos. O sea sin miedo al mundo. ¡Qué tío! Convengamos en que muy pocas personas pueden dormir en la "posición de atleta", privilegio reservado solo a unos pocos elegidos.
Esta ha sido mi revelación. Llegó como deben llegar estas cosas, al dictado, fluida y clara como las aguas del regato montañés, sin ningún esfuerzo intelectual; únicamente estuve un rato aguantándome las ganas de mear. Generosamente os la transmito, porque toda experiencia trascendente debe ser difundida. Por su parte, Lola piensa que esta postura es la mejor manera que encuentro de adaptarme al hoyo del colchón. Respecto a la posición de la cama, dice que es la que terciaba según el diseño de la habitación. Y punto. Pero no debemos dejarnos llevar por el fundamentalismo racionalista. Digo yo.
Bien podemos denominar a esta postura "de atleta", y bien podemos entender todo el mensaje que trasciende, su metafísica. Por añadidura, para sacar el máximo rendimiento a las corrientes telúricas, la cama se sitúa respetando la orientación este (cabecera)-oeste (pies); por algo soy un gran conocedor de las tradiciones esotéricas. Y más: con la ventana al sur, a la cual dirigiría mi mirada si durmiera con los ojos abiertos. O sea sin miedo al mundo. ¡Qué tío! Convengamos en que muy pocas personas pueden dormir en la "posición de atleta", privilegio reservado solo a unos pocos elegidos.
Esta ha sido mi revelación. Llegó como deben llegar estas cosas, al dictado, fluida y clara como las aguas del regato montañés, sin ningún esfuerzo intelectual; únicamente estuve un rato aguantándome las ganas de mear. Generosamente os la transmito, porque toda experiencia trascendente debe ser difundida. Por su parte, Lola piensa que esta postura es la mejor manera que encuentro de adaptarme al hoyo del colchón. Respecto a la posición de la cama, dice que es la que terciaba según el diseño de la habitación. Y punto. Pero no debemos dejarnos llevar por el fundamentalismo racionalista. Digo yo.
Gabriel Cusac
2 comentarios:
¿Y la banda sonora, o sea, los ronquidos, como los emites, en estéreo o en monofónico? jjj
Títiro.
En sistema Insoporteibol Sunsurrón, lo último.
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