1 de mayo de 2011

El gran baniano de Dharamsala


No existe árbol tan fascinante ni tan espantoso como el baniano. Es el árbol gótico, el árbol de las columnas, el árbol que hace un bosque. Pero en Dharamsala, el pequeño Lhasa de la India, hay un ejemplar aún más terrible que sus congéneres.
Gigantesco y multiplicado, con sus más de doscientas raíces aéreas, el gran baniano de Dharamsala crece con solitaria incongruencia en una ladera de los montes Dhandalar, como un pequeño bosque dentro de otro enorme bosque de cedros del Himalaya. En su inviolabilidad, conforma un espacio sagrado o maldito. No anidan en su copa inmensa los pájaros, le evitan los animales y los hombres. Cuando alguien desaparece en el valle de Kangra, se dice que ha ido a dormir bajo el gran baniano. También se dice que algunos monjes budistas de la llamada ciudad alta escogen su sombra como moridero; acaso no cabe expresión más perfectamente panteísta.
Porque el amparo del gran baniano es tal que hace del huésped parte suya. Si éste presta su inmovilidad, el baniano desplegará entonces sus tentáculos vegetales, figurando una plaga serpentaria, un abrazo de hidra arbórea que le acogerá con amor equívoco. Bastarán unas horas para que el visitante quede envuelto por la viva mortaja, como la presa de una araña queda envuelta en el capullo de seda. En realidad, no sabemos si el visitante muere o se integra en una especie de endosimbiosis. Al gran baniano de Dharamsala le dicen susurrante nocturno.

Gabriel Cusac

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