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Describir los detalles de la muerte sería recrearse en el dolor. Baste decir que el pequeño Alberto tenía ocho años, y que el fin de sus días fue violento. Sofía tenía cuatro años más que su hermano; la tragedia le vació el alma y la razón. Súbitamente dejó de comer, de hablar, de gesticular. Sólo sus gritos, que estremecían el pueblo a cualquier hora del día o de la noche, parecían certificar que estaba viva. Dejaba correr las horas inmóvil frente a la ventana, con la mirada perdida. Inerme. Loca. Destruida.
Pasaron tres días desde el óbito de Alberto; al cuarto, Sofía iba a ingresar en un hospital psiquiátrico. Pero la noche previa se presentó en casa la señora Catalina. Era la curandera del lugar, la zahorí, la bruja, como lo había sido su madre, de quien heredó el don. Todos en el pueblo rehuían a la señora Catalina, que inspiraba una especie de terror sagrado, pero del mismo modo recurrían a ella sin dudar cuando precisaban sus remedios, porque los paisanos la veían como una gran sacerdotisa pagana, poderosa para el bien tanto como para el mal. Aquella noche, la bruja solicitó encerrarse a solas con Sofía en su habitación. Los padres dieron su consentimiento; en semejantes circunstancias, lo mismo importa Dios que el Diablo.
Salieron de la habitación casi al alba. Sofía había recuperado el habla, la mirada, el juicio.
Desde entonces, Sofía sabe que la muerte es una puerta.
Pasaron tres días desde el óbito de Alberto; al cuarto, Sofía iba a ingresar en un hospital psiquiátrico. Pero la noche previa se presentó en casa la señora Catalina. Era la curandera del lugar, la zahorí, la bruja, como lo había sido su madre, de quien heredó el don. Todos en el pueblo rehuían a la señora Catalina, que inspiraba una especie de terror sagrado, pero del mismo modo recurrían a ella sin dudar cuando precisaban sus remedios, porque los paisanos la veían como una gran sacerdotisa pagana, poderosa para el bien tanto como para el mal. Aquella noche, la bruja solicitó encerrarse a solas con Sofía en su habitación. Los padres dieron su consentimiento; en semejantes circunstancias, lo mismo importa Dios que el Diablo.
Salieron de la habitación casi al alba. Sofía había recuperado el habla, la mirada, el juicio.
Desde entonces, Sofía sabe que la muerte es una puerta.
Gabriel Cusac
1 comentario:
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