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Si alguna vez la distopía de Bradbury llegara a hacerse realidad, y si yo fuera uno de los hombres libro contados en Fahrenheit 451, posiblemente escogería guardar en mi memoria esta dádiva cunqueiriana. Aun exento de semejante obligación heroica, por puro placer, reincido con vicio en las Crónicas desde que, hace ya muchos años, como una experiencia inaugural, como un redescubrimiento de la literatura, gocé su hallazgo. Con el gran Cunqueiro reconozco un débito impagable; esta novela es la partida más significada del montante.
Rueda por los caminos de Bretaña una diligencia espectral, hueste de magnos ajusticiados. Comienza la aventura cuando el Terror, subiendo y bajando las hojas de la guillotina con desparpajo sangriento, y, ante tales estridencias, Charles Anne Guenolé Mathieu de Crozon, sochantre de Pontivy, medita tomar las de Villadiego -que aquí equivalen a las de Nantes, buscando asilo en casa de una prima-, entre otras cosas "porque se había hecho muy visto con la nobleza". El músico, que es de los plácidos imaginativos, medita tanto estos miedos, ya situando su cabeza en una pica, como el si no pasara nada, viéndose merendando por mayo -y sólo es enero- una tortilla de hierbas y una botellita de tinto en un pomar ribereño. Lo que no imagina el buen sochantre es contrato con una estadea viajera, como le acontecerá.
La parte troncal de la novela -que, como otras de Cunqueiro, es una urdimbre de relatos, en este caso con un deliberado aire del Decamerón bocaciano- la componen precisamente las historias de los difuntos, sus crímenes, la ejecución de sus cuerpos y la condena giróvaga de sus almas, cada cual más pintoresca. Hay quien espera cita en Roma con un primo de Ashavero, como el verdugo de Lorena, y quien, como Coulaincourt de Bayeux, la vuelta de Ismael Florito, demonio preso en Liverpol por monedero falso, con bola de hierro al pie, y en la bola una cruz grabada que impide su fuga. Biografías de la vida y de la muerte que convergen, de 1793 a 1797, con la propia del racionero de Pontivy, y no serán para él años infelices. Dulce paradoja: los difuntos iluminarán la vida del pacífico sochantre, pintándola de aventura.
El camino real de Carhaix a Guingamp, donde la hueste haría noche en una posada de la que se hablará, corre por entre espesos brezales y grandes charcos de agua blancuzca, y alguno de éstos aun cortaba el camino, con gran contento del sochantre De Crozon, por lo amigo que era de estallarlos y espumarlos. Nunca había sido tan joven, nunca había tenido para él el mundo tan obsequiosa y fácil novedad. Indudablemente que todos aquellos que lo acompañaban eran muertos, o tenían cadena con bola al pie eternamente, pero con él se portaban como si fuesen leyendo el brelant de la galanura. Cuando supo que el sacarlo de casa no había sido más que para que el hidalgo de Quelven le oyera unas piezas mientras no entraba en la tumba, se había irritado bastante, pero también es verdad que el señor hidalgo se había adelantado a legarle en testamento un soto de manzanos, adivinándole el deseo que de él tenía, y más en aquellas riberas que se alargan sobre el Blavet. Asimismo, la primera noticia de que la fama de su música pasara más allá de Bretaña, la tuvo por el médico Sabat, pues un abad de Falaise había comentado en una posada de Avignon, al lado de la puente, lo perfilados que salían los entierros en Bretaña de Francia desde que en Pontivy les ponía un sochantre con menores acompañamientos de música italiana. Y este sochantre era él.
Copio el párrafo de las Crónicas, y parece que no llega el momento justo de acabar. Pasa con las obras perfectas. Pasa con Cunqueiro. El magín fastuoso del autor gallego, y su voluptuosa forma de narrar, hacen deficiente cualquier intento de imitación o encomio.
Las crónicas del sochantre ganó el Premio de la Crítica en 1959. Un triunfo épico, en una España anegada de realismo, que ampliaba la brecha heterodoxa ya trabajada por Cunqueiro con Merlín y familia (1955) y las mismas Crónicas, publicadas en gallego en 1956 (el Premio de la Crítica fue concedido tras la traducción al castellano), pero donde también debemos significar El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez, el Alfanhuí ferlosiano o el Libro de caballerías de Joan Perucho. Un triunfo insospechado, además, no sólo por enfrentarse a la moda literaria imperante, sino también a la censura de su tiempo. En un derroche de humor negro, Las crónicas del sochantre no escatiman la relación de asesinatos o violaciones, del mismo modo que sorprende la audacia de algunos detalles sicalípticos. Y, sin embargo, cuenta Néstor Luján, en el prólogo de la edición que manejo, que "Las Crónicas obtuvo el premio amplia, sosegada, rotundamente".
La obra queda festoneada por tres apéndices. El dramatis personae, clásico en las novelas del autor mindoniense, la Noticia de Ismael Florito y un Epílogo para bretones donde Cunqueiro confiesa que sus conocimientos de la Bretaña son únicamente literarios. Como don Álvaro, pero hoy, al menos, contando con la posibilidad del viaje internáutico, este apuntador también es nostálgico de una tierra ignorada, esa hermana francesa de Galicia. Donde el Ankou y las Anaon, donde las hadas y los duendes, donde los megalitos. Donde también, gracias a Cunqueiro, el sochantre de Pontivy.
Por favor, lean a Cunqueiro, ese hombre espeso de fantasía.
Rueda por los caminos de Bretaña una diligencia espectral, hueste de magnos ajusticiados. Comienza la aventura cuando el Terror, subiendo y bajando las hojas de la guillotina con desparpajo sangriento, y, ante tales estridencias, Charles Anne Guenolé Mathieu de Crozon, sochantre de Pontivy, medita tomar las de Villadiego -que aquí equivalen a las de Nantes, buscando asilo en casa de una prima-, entre otras cosas "porque se había hecho muy visto con la nobleza". El músico, que es de los plácidos imaginativos, medita tanto estos miedos, ya situando su cabeza en una pica, como el si no pasara nada, viéndose merendando por mayo -y sólo es enero- una tortilla de hierbas y una botellita de tinto en un pomar ribereño. Lo que no imagina el buen sochantre es contrato con una estadea viajera, como le acontecerá.
La parte troncal de la novela -que, como otras de Cunqueiro, es una urdimbre de relatos, en este caso con un deliberado aire del Decamerón bocaciano- la componen precisamente las historias de los difuntos, sus crímenes, la ejecución de sus cuerpos y la condena giróvaga de sus almas, cada cual más pintoresca. Hay quien espera cita en Roma con un primo de Ashavero, como el verdugo de Lorena, y quien, como Coulaincourt de Bayeux, la vuelta de Ismael Florito, demonio preso en Liverpol por monedero falso, con bola de hierro al pie, y en la bola una cruz grabada que impide su fuga. Biografías de la vida y de la muerte que convergen, de 1793 a 1797, con la propia del racionero de Pontivy, y no serán para él años infelices. Dulce paradoja: los difuntos iluminarán la vida del pacífico sochantre, pintándola de aventura.
El camino real de Carhaix a Guingamp, donde la hueste haría noche en una posada de la que se hablará, corre por entre espesos brezales y grandes charcos de agua blancuzca, y alguno de éstos aun cortaba el camino, con gran contento del sochantre De Crozon, por lo amigo que era de estallarlos y espumarlos. Nunca había sido tan joven, nunca había tenido para él el mundo tan obsequiosa y fácil novedad. Indudablemente que todos aquellos que lo acompañaban eran muertos, o tenían cadena con bola al pie eternamente, pero con él se portaban como si fuesen leyendo el brelant de la galanura. Cuando supo que el sacarlo de casa no había sido más que para que el hidalgo de Quelven le oyera unas piezas mientras no entraba en la tumba, se había irritado bastante, pero también es verdad que el señor hidalgo se había adelantado a legarle en testamento un soto de manzanos, adivinándole el deseo que de él tenía, y más en aquellas riberas que se alargan sobre el Blavet. Asimismo, la primera noticia de que la fama de su música pasara más allá de Bretaña, la tuvo por el médico Sabat, pues un abad de Falaise había comentado en una posada de Avignon, al lado de la puente, lo perfilados que salían los entierros en Bretaña de Francia desde que en Pontivy les ponía un sochantre con menores acompañamientos de música italiana. Y este sochantre era él.
Copio el párrafo de las Crónicas, y parece que no llega el momento justo de acabar. Pasa con las obras perfectas. Pasa con Cunqueiro. El magín fastuoso del autor gallego, y su voluptuosa forma de narrar, hacen deficiente cualquier intento de imitación o encomio.
Las crónicas del sochantre ganó el Premio de la Crítica en 1959. Un triunfo épico, en una España anegada de realismo, que ampliaba la brecha heterodoxa ya trabajada por Cunqueiro con Merlín y familia (1955) y las mismas Crónicas, publicadas en gallego en 1956 (el Premio de la Crítica fue concedido tras la traducción al castellano), pero donde también debemos significar El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez, el Alfanhuí ferlosiano o el Libro de caballerías de Joan Perucho. Un triunfo insospechado, además, no sólo por enfrentarse a la moda literaria imperante, sino también a la censura de su tiempo. En un derroche de humor negro, Las crónicas del sochantre no escatiman la relación de asesinatos o violaciones, del mismo modo que sorprende la audacia de algunos detalles sicalípticos. Y, sin embargo, cuenta Néstor Luján, en el prólogo de la edición que manejo, que "Las Crónicas obtuvo el premio amplia, sosegada, rotundamente".
La obra queda festoneada por tres apéndices. El dramatis personae, clásico en las novelas del autor mindoniense, la Noticia de Ismael Florito y un Epílogo para bretones donde Cunqueiro confiesa que sus conocimientos de la Bretaña son únicamente literarios. Como don Álvaro, pero hoy, al menos, contando con la posibilidad del viaje internáutico, este apuntador también es nostálgico de una tierra ignorada, esa hermana francesa de Galicia. Donde el Ankou y las Anaon, donde las hadas y los duendes, donde los megalitos. Donde también, gracias a Cunqueiro, el sochantre de Pontivy.
Por favor, lean a Cunqueiro, ese hombre espeso de fantasía.
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Un libro lleno de magia y humor, uno de los mejores de toda nuestra literatura fantastica.
Se echa de menos un articulo sobre las mocedades de ulises, para mi un libro esencial.
Un saludo.
Sí, anónimo amigo; yo diría que uno de los mejores de la literatura fantástica universal. Pero -y repitiendo que me quedo con el Sochantre-, ¿qué novela de Cunqueiro no lo es? ¿Dejamos atrás a Fanto Fantini, al Simbad, al Orestes o al Merlín cunqueirianos?
Cualquier día llega el apunte a Las mocedades de Ulises; me parece inevitable que, tarde o temprano, llegue a comentar todas las novelas del maestro gallego.
Un saludo.
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