Mujer en la ventana, Caspar David Friedich (imagen tomada del blog arteparnasomanía) |
Hola, Lucía. El pequeño cuento que te
traigo está inspirado en otro cuento de un escritor que se llamaba Álvaro
Cunqueiro. Álvaro ya ha muerto, y yo no le conocí. Pero le considero un gran amigo.
Porque Álvaro me hace disfrutar muchísimo con sus libros, que son una verdadera
explosión de fantasía. Él pensaba que la imaginación es el más maravilloso don
de las personas; yo estoy de acuerdo. Quizás, dentro de unos años, Álvaro
también llegue a ser tu gran amigo.
En el monte del Castañar hay una
miranda, que es un buen sitio para mirar. Lo mismo da mirador que miranda; es
lo que el diccionario manda. Y sobre este mirador hay una mansión, adonde acude
un galán con mucha emoción. En la torre de la mansión tiene una rica dama su
habitación. Todas las tardes viene el galán, con una rosa roja y una tarta de
franchipán. ¿Qué es franchipán?: crema de almendras con crema pastelera; si
pruebas la tarta, te la comes entera.
Debajo de la torre, el galán
galanteador recita a la dama poemas de amor. La dama se llama Ana, y se asoma a
la ventana. El galán se llama Juan, y enamorar a la dama es su afán. Pero pasan
los días, y se agotan las poesías. Recita Juan en cada cita, se acaba
aburriendo Ana, y se aparta de la ventana.
-¿Vuelvo mañana? -pregunta Juan.
-Haz lo que te dé la gana -responde,
sin asomarse, Ana.
“¡Pues vaya plan!”, piensa el galán.
Y caminito abajo vuelve a la ciudad, tirando siempre la rosa al mismo zarzal.
Ya sabe cuál es su cena: tarta de franchipán.
Así se pasa un verano, con el amor
seco secano. Así se pasa un otoño, caen las hojas y florece el madroño. Así
llega un invierno, este romance parece eterno. Son ya muchas veces repitiéndose
la escena: rosa al zarzal y tarta de franchipán de cena. Pero un día de
diciembre, el diecinueve, hace su aparición la nieve. Y ahí está Juan, enfrente
de la torre, aguantando la nevada, el pobre. Ana ni abre la ventana, y le
contempla tras el cristal. ¡Tanta frialdad no es normal! El galán, de tan
blanco, parece un polvorón. ¡Esta dama no tiene corazón!
Pero atentos, ¡alerta!, porque en
este momento se abre la puerta. De ella no sale la dueña, sale la sirvienta. La
sirvienta se llama Vicenta. Viéndole aterido, del galán se ha compadecido. Con
un paraguas le tapa, con un cepillo le limpia la capa. Entonces Vicenta y Juan
se miran a los ojos, y los mofletes se les ponen rojos. Se miran, se remiran,
se admiran. Y a partir de aquí cambia la historia de una manera satisfactoria.
Bajo el paraguas se alejan por el
camino, ya Juan no está mohíno. Vicenta y Juan cenarán tarta de franchipán. Y
brindarán con champán. ¡Chin, chin! ¡Chin, chan! Entre el zarzal está creciendo
un rosal.
Gabriel
Cusac
6 comentarios:
¡Qué bonito! Pero indudablemente será superado por la colección de sonrisas que te vaya devolviendo tu hija según lo va escuchando. Te imagino levantando constantemente los ojos de la lectura para ver esa luz.
Gracias, Juan; el comentario también es bonito.
Un poco de Alegría con mayúsculas. :) Seguro que Lucia y su papa han disfrutado con la historia de lo lindo. Abrazos.
Tengo que aprovechar la niñez de Lucía, que dentro de poco -se escurre el tiempo- ya será una mujercita. Un abrazo, Ainhoa.
Qué preciosidad de cuento, no te hacía tan tierno;sin duda Lucía ha convertido tu corazón en terciopelo.
Hola, Isabel. Decía una madre de la Plaza de Mayo que sus hijos le habían dado la vida a ella. En este mundo de mentiras, en los hijos encuentras la verdad. Por cierto, habrás pensado que la mansión del Castañar podría ser un lugar que te resulta bastante familiar: la Colonia Madrileña. Pues perfectamente. Un abrazo.
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