Sendero en el bosque, Vincent Van Gogh (imagen tomada de vangoghgallery.com) |
Ayer,
14 de abril, colgaba la bandera republicana en el balcón de mi casa. Me parece
la legítima, aunque no sea la legal. Sin embargo, se trata de una bandera, no
de una venda en los ojos, y procuro que la tricolor no ejerza como filtro
selectivo contra la equidad. Por eso no tengo reparo en reafirmar mi
convencimiento de que, durante muchos años, magníficos autores españoles han
sufrido el ostracismo por parte de una progresía cultural que, obediente a la
inquina ideológica o al simple postureo (pero no a la ignorancia), se esforzó
en soslayar su talento. Dos gallegos ilustres, dos monstruos literarios, son
ejemplo de ello: Álvaro Cunqueiro y Wenceslao Fernández Flórez. Hoy hablaremos
del segundo, y, más en concreto, de la que, entre la descomunal y variopinta
producción del brigantino, destacando como un faro, sin duda debemos considerar
su mejor obra: El bosque animado.
Bosque
y a la vez escenario íntimo, microcosmos maravilloso, la fraga de Cecebre es el
eje troncal que vertebra un conjunto de estampas dispares, una coral de cuentos
donde árboles, animales y hombres adquieren la misma categoría; efectivamente,
el título no podría ser más acertado. A la manera del mejor Blackwood, algunos
pasajes de El bosque animado son declaraciones de fe panteísta;
la Creación forma un todo indisoluble, más allá del concepto “ecología”. Por tanto,
actividades como la tala de árboles, la caza o la pesca no salen bien paradas.
Pero esto no implica una visión maniquea entre humanos y resto de especies animales o vegetales, no quiere decir que el
hombre sea el malo, y el resto de seres los buenos, sino que todos tienen alma,
o sea: todos pueden realizar buenas y malas obras.
Lástima
que una obra de tan profundo calado poético oculte, bajo el disfraz de la fábula, algunos mensajes
reaccionarios, gravoso lastre que, por fortuna, las versiones cinematográficas
han evitado. Como envés, una crítica social evidente -y, en su tiempo, tan
políticamente incorrecta como por ende temeraria; conviene recordar que El
bosque animado fue publicado en 1943- se refleja en los retratos, a
veces crudísimos, de la humildad, cuando no de la pobreza extrema, de la mayor
parte de la nómina humana presente en la novela. Es verdad que vida y obra del
autor (una de las pocas personas que tuteaba a Franco, según se cuenta) inducen
al desconcierto.
En
todo caso, por encima del escrutinio político, las historias desarrolladas por
Fernández Flórez demuestran una sensibilidad rotunda, conmovedora. Es un libro
bellísimo, de prosa exquisita, y que, además, llega al corazón; por eso no me
resisto a emparentarlo con otra maravilla de nuestra literatura que vio la luz
ocho años más tarde: Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael
Sánchez Ferlosio (precisamente hay quienes quieren buscar en ambos tesoros de
la literatura española el antecedente del realismo mágico; entrar en este
debate me parece una pérdida de tiempo). El bandido Fendetestas, el alma en
pena de Fiz Cotobelo, Geraldo, Hermelinda o la pobre Pilara se convierten en
amigos entrañables del lector, quien del mismo modo desearía dar una paliza a
Juanita Arruallo, la miserable explotadora de Pilara; resulta imposible que estos
personajes y sus vicisitudes nos dejen indiferentes. Humor y tragedia, feroz
expresionismo y delicado impresionismo, égloga y elegía, El bosque
animado es un ejemplo de literatura con mayúsculas, aquella que nos
conduce, más allá del mero goce intelectual, a la geografía de los
sentimientos.
Esa
vaga emoción, ese afán de volver la cabeza, esa tentación -tantas veces
obedecida- de detenernos a escuchar no sabemos qué, cuando cruzamos entre su
luz verdosa, nacen de que el alma de la fraga nos ha envuelto y roza nuestra
alma, tan suave, tan levemente, como el humo puede rozar el aire al subir, y lo
que en nosotros hay de primitivo, de ligado a una vida ancestral olvidada, lo
que hay de animal encorvado, lo que hay de raíz de árbol, lo que hay rama, de
flor y de fruto, y de araña que acecha y de insecto que escapa del monstruoso
enemigo tropezando en la tierra, lo que hay de tierra misma, tan viejo, tan
oculto, se remueve y se asoma porque oye algún idioma que él habló alguna vez y
siente que es la llamada de lo fraterno, de una esencia común a todas las
vidas.
Hermoso,
¿verdad?
Leo
en un artículo de Héctor Paz Otero que Wenceslao Fernández Flórez es el
escritor español cuya obra ha sido más veces trasladada al cine (El
malvado Carabel, Volvoreta, El sistema Pelegrín…). El bosque
animado ha llegado a las pantallas en Fendetestas (1975, corto
dirigido por Antonio Francisco Simón), el excelente largometraje homónimo de
José Luis Cuerda (1987, con guion de Rafael Azcona) y la película de animación El
bosque animado, sentirás su magia (2001, a cargo del estudio Dryga
Films). Aunque en su momento la factoría Disney estuvo interesada en realizar
una adaptación, el proyecto nunca se llevó a cabo.
Gabriel
Cusac
¡¡Casoensoria!! (Santi)
ResponderEliminar¡Alto, me caso en Soria, la bolsa o la vida!. Entrañable Fendetestas. A ti también te gustó, ¿verdad, Santi?
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