15 de abril de 2020

El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez

Sendero en el bosque, Vincent Van Gogh (imagen tomada de vangoghgallery.com)


Ayer, 14 de abril, colgaba la bandera republicana en el balcón de mi casa. Me parece la legítima, aunque no sea la legal. Sin embargo, se trata de una bandera, no de una venda en los ojos, y procuro que la tricolor no ejerza como filtro selectivo contra la equidad. Por eso no tengo reparo en reafirmar mi convencimiento de que, durante muchos años, magníficos autores españoles han sufrido el ostracismo por parte de una progresía cultural que, obediente a la inquina ideológica o al simple postureo (pero no a la ignorancia), se esforzó en soslayar su talento. Dos gallegos ilustres, dos monstruos literarios, son ejemplo de ello: Álvaro Cunqueiro y Wenceslao Fernández Flórez. Hoy hablaremos del segundo, y, más en concreto, de la que, entre la descomunal y variopinta producción del brigantino, destacando como un faro, sin duda debemos considerar su mejor obra: El bosque animado.
Bosque y a la vez escenario íntimo, microcosmos maravilloso, la fraga de Cecebre es el eje troncal que vertebra un conjunto de estampas dispares, una coral de cuentos donde árboles, animales y hombres adquieren la misma categoría; efectivamente, el título no podría ser más acertado. A la manera del mejor Blackwood, algunos pasajes de El bosque animado son declaraciones de fe panteísta; la Creación forma un todo indisoluble, más allá del concepto “ecología”. Por tanto, actividades como la tala de árboles, la caza o la pesca no salen bien paradas. Pero esto no implica una visión maniquea entre humanos y resto de especies animales o vegetales, no quiere decir que el hombre sea el malo, y el resto de seres los buenos, sino que todos tienen alma, o sea: todos pueden realizar buenas y malas obras.
Lástima que una obra de tan profundo calado poético oculte, bajo el disfraz de la fábula, algunos mensajes reaccionarios, gravoso lastre que, por fortuna, las versiones cinematográficas han evitado. Como envés, una crítica social evidente -y, en su tiempo, tan políticamente incorrecta como por ende temeraria; conviene recordar que El bosque animado fue publicado en 1943- se refleja en los retratos, a veces crudísimos, de la humildad, cuando no de la pobreza extrema, de la mayor parte de la nómina humana presente en la novela. Es verdad que vida y obra del autor (una de las pocas personas que tuteaba a Franco, según se cuenta) inducen al desconcierto.
En todo caso, por encima del escrutinio político, las historias desarrolladas por Fernández Flórez demuestran una sensibilidad rotunda, conmovedora. Es un libro bellísimo, de prosa exquisita, y que, además, llega al corazón; por eso no me resisto a emparentarlo con otra maravilla de nuestra literatura que vio la luz ocho años más tarde: Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio (precisamente hay quienes quieren buscar en ambos tesoros de la literatura española el antecedente del realismo mágico; entrar en este debate me parece una pérdida de tiempo). El bandido Fendetestas, el alma en pena de Fiz Cotobelo, Geraldo, Hermelinda o la pobre Pilara se convierten en amigos entrañables del lector, quien del mismo modo desearía dar una paliza a Juanita Arruallo, la miserable explotadora de Pilara; resulta imposible que estos personajes y sus vicisitudes nos dejen indiferentes. Humor y tragedia, feroz expresionismo y delicado impresionismo, égloga y elegía, El bosque animado es un ejemplo de literatura con mayúsculas, aquella que nos conduce, más allá del mero goce intelectual, a la geografía de los sentimientos.

Esa vaga emoción, ese afán de volver la cabeza, esa tentación -tantas veces obedecida- de detenernos a escuchar no sabemos qué, cuando cruzamos entre su luz verdosa, nacen de que el alma de la fraga nos ha envuelto y roza nuestra alma, tan suave, tan levemente, como el humo puede rozar el aire al subir, y lo que en nosotros hay de primitivo, de ligado a una vida ancestral olvidada, lo que hay de animal encorvado, lo que hay de raíz de árbol, lo que hay rama, de flor y de fruto, y de araña que acecha y de insecto que escapa del monstruoso enemigo tropezando en la tierra, lo que hay de tierra misma, tan viejo, tan oculto, se remueve y se asoma porque oye algún idioma que él habló alguna vez y siente que es la llamada de lo fraterno, de una esencia común a todas las vidas.

Hermoso, ¿verdad?
Leo en un artículo de Héctor Paz Otero que Wenceslao Fernández Flórez es el escritor español cuya obra ha sido más veces trasladada al cine (El malvado Carabel, Volvoreta, El sistema Pelegrín…). El bosque animado ha llegado a las pantallas en Fendetestas (1975, corto dirigido por Antonio Francisco Simón), el excelente largometraje homónimo de José Luis Cuerda (1987, con guion de Rafael Azcona) y la película de animación El bosque animado, sentirás su magia (2001, a cargo del estudio Dryga Films). Aunque en su momento la factoría Disney estuvo interesada en realizar una adaptación, el proyecto nunca se llevó a cabo.

Gabriel Cusac




2 comentarios:

  1. ¡¡Casoensoria!! (Santi)

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  2. ¡Alto, me caso en Soria, la bolsa o la vida!. Entrañable Fendetestas. A ti también te gustó, ¿verdad, Santi?

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