13 de diciembre de 2020

El flechazo

 

El nacimiento de Venus (detalle), Sandro Botticelli (imagen tomada de cadenaser)
 

 

A dos metros de mí, su perfil de valquiria se recortaba sobre el paisaje como si todo formara parte de una calculada mise-en-scène: la abrupta quebrada de granitos imponentes, un cielo limpísimo, aquella hermosa joven apoyada en la barandilla de la pasarela aérea sobre la estruendosa cascada, Eolo intentado un tímido cortejo acariciando su melena rubia. Era una clara mañana de mayo, y apenas unas diez personas poblábamos el mirador de Masueco. Pero ella estaba sola. Como yo. Quedé prendado contemplándola, y el impresionante espectáculo natural del Pozo de los Humos pasó a un segundo plano. La bella desconocida, a quien la ropa de montaña no conseguía disimular una figura más que gallarda, tenía los ojos de jade, los rasgos delicados, un parecido asombroso con Simonetta Vespucci, la modelo de Botticelli. El Nacimiento de Venus es una de mis obras de arte favoritas, y nunca he permanecido ajeno a determinadas supersticiones. Entendí señal del destino aquella concatenación de circunstancias; argüí causalidad, no casualidad, en su presencia; tuve la certeza de que aquella Venus Fluvial, como la Venus Marina para el pintor florentino, iba a convertirse en mi particular musa.

Su dulce arrobo, su aparente éxtasis posado sobre el abismo, facilitaba mi examen moroso. O, más propiamente, mi encandilamiento: el mundo había quedado resumido en ese rostro de definitiva serenidad. Transmitía calma y a la vez alegría, una íntima satisfacción de vivir. Por eso me dio un vuelco el corazón cuando giró la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Abriendo su sonrisa -Porta Coeli-, dio un paso hacia mí. Creí en la bondad humana, en la Divina Providencia, en la viabilidad del anarquismo, en la felicidad.

-Oye, macho, tengo un mono que lo flipas, se me ha jodío el chisquero y estoy hasta el mismo coño de que aquí no fume ni Dios.  Si tienes fuego me salvas la vida, me cago en el copón bendito -dijo, rascándose una teta.

-¡Qué putada, tía! Tranqui, colega, que si te mola el rollo hasta nos liamos un buen peta para que nos dé el subidón en este sitio tan guay.

-¡Dabuten, Morgan!

 

Gabriel Cusac

 

 

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

En las clásicas películas americanas a continuación la cámara divagaría hasta posarse en un tierno gatito. Aquí tras la floresta de murmullos agudos cruzaría un jabalí.
(fue en el año 92 que visité el Pozo de los Humos. No sé si ha crecido por allí floresta aparente para ciertos asuntos de intimidad).
Aunque a la tía parece no importarle hacerlo a pelo y sin resguardo.

Gabriel Cusac dijo...

Y los sueños...sueños son. Un saludo, Juan de la Cruz (y del Mercadona).