7 de enero de 2012

El caballero, la dama, el diablo







Invención a la sombra de Álvaro Cunqueiro


Recordaba las recientes justas del Corpus bejarano -las flores de la duquesa, los oros predestinados, a cuestas la gloria nueva y de siempre- y el rumor del río se le hacía barahúnda de vítores cuando vio a la dama paseando por la ribera. Hada de cuento semejaba, tan blanca de piel, tan bello el rostro, una cascada rubia cayéndole hasta la cintura, su figura apareciendo y desapareciendo entre los álamos. Quisiera encuentro trovadoresco el caballero, descubriendo a la dama en un mal trance, tal como acosada por rufianes, asustada por una víbora o mismamente llorosa por haberse torcido el fino tobillo. Y surgir él de paladín salvador, rampando y pifiante su bruno corcel, lanzando destellos de plata su armadura, y una frase grandiosa al viento, cual "¡Santiago y cierra España!", pero que viniera al caso. Una grave puesta en escena. Y rendir a los rufianes tras enconada lucha, o degollar de un espadazo certero a la víbora, o, lo que sería mejor, tornar a la calma tras el énfasis de entrada y conseguir un vistazo licencioso al tobillo dolorido, haciéndose el interesante y recomendando a la postre emplasto de perejil y cebolla, remedio probado. Luego, ofrecerse para llevar a la dama a palacio, ella sobre la cabalgadura, él andando con las riendas en la mano y sudando heróicamente el peso de las latas que le cubren. ¡Qué socorro, la imaginación! Pero, como las circunstancias no eran dadas, el caballero dejó aparte sus novelas y se acercó -la celdilla del yelmo alzada, el caballo a trote académico- para preguntar por la Puente de los Romeros, ya conociendo que estaba a media legua, pero algún prologuillo había que buscar. Apreció, en llegándose a su vera, las montañitas del escote, adivinando los pechicos prietos.
-¡Oh, hermosa dama, la más distinguida flor de estos campos! ¿Tendría a bien la rosa de sus labios revelarme el camino a la puente peregrina? Andan mis pasos extraviados -y al momento lamentó el caballero la redundancia floral, la flor dentro de la flor.
-Río arriba, gentil caballero, y va enfilado. ¿Y no es vos, lo digo por el pavés, el celebrado don Garci de Verín, que llaman invicto?
El escudo del caballero -sirena, banda transversal, tres estrellas; y la sirena, como en los Villiers de la Bretaña, los grandes Lusiñán o los gallegos Mariño de Lobeira, madre legendaria de la saga- era famoso y temido en todo el reino. Tuvo una fugaz alegría don Garci de Verín reconociendo de nuevo las vueltas de su celebridad, pero sus ojos se apagaron tan prestos como habían lucido.
-Lo soy, mi señora. De un torneo vengo y a otro voy, siempre errante como Asavero, el mal judío. Tristes laureles; bien quisiera la paz del porquero. Porque mi gloria es también mi maldición.
-¿Cuándo se oyó tal cosa?
-No se oyó, que yo sepa, en crónica y fábula de caballerías. Pero a fe que no miente mi ejemplo.
Una nube tapó el sol, y al caballero se le vio también nublado tras su yelmo de penacho. Hubo un silencio gris, cruzando miradas dama y caballero. Ella anhelaba descubrir entera la faz del campeón; él ya escuchaba clarines de lance, aunque sabía que el río bramaba con la voz de un viejo dios. Y don Garci de Verín, fúnebre, dijo:
-Bien quisiera, mi señora, hundirme en el solaz de sus ojos y hacer posada en ellos. Pero mi piel es mi armadura, y todo mi tiempo es perseguir el triunfo que me persigue. ¡Hice un pacto fatal!
Y Belial emprendió el galope, relinchando burlonamente.

Gabriel Cusac
Semanario Béjar en Madrid, 17-Junio-1994

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

De tu comentarista de cámara: Pifiante parecióme errata de piafante. Si embargo,revisado el 2º volúmen del DRAE que hay en el juzgado de Candelario, tenemos como primera acpeción de pifiar "hacer que se oiga demasiado el soplo del que toca la frauta travesera, que es un defecto notable".
Sí que podría sonar así alguna variante de relincho.
El libro gordo te eseña, el libro gordo entretiene...

Gabriel Cusac dijo...

Buuuf, vaya pifia