12 de enero de 2012

Original historia de mi antepasado nostramo (I)


...Y entonces Sinbad dejaba de ver, porque se le llenaban los ojos de lágrimas, unas lágrimas calientes y brillantes con las que pagaba, y bien amargamente, el derecho a guardar para él solo un tesoro de piedras fantásticas, todas ellas con una lucecita dentro, una lucecita perdida en una selva oscura.

Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas, Álvaro Cunqueiro


I. Del desván de mi casa a las Islas Guasonas,con presentación del capitán Gebel El Cusaci, marinero de fantasía.

Esta es también la original historia de la sirena Catalina, que pescara mi antepasado de muy antaño Gebel El Cusaci, moro que era, allende océanos conocidos, en los afilados farallones de las Islas Guasonas, que son islas de cucú-trastrás en algún lugar, pero casi nunca el mismo, del caro Mar Legendario. Hallé estos singulares apuntes en el desván, buscando el resorte a un tabique de ladrillo que sonaba hueco y me hizo sospechar secreto. El truco era dar tres golpes seguidos y dos espaciados en una pieza que había más oscura que las demás; me costó bastante descubrir la argucia. Se amontonaba en el escondite mucha papelada ambarina, con genealogías ancianas y cuentos de la familia reunidos en veinte cuadernos de amanuense cosidos con hilo de oro. Plagadas muchas hojas de asuntos escabrosos y abundantes hazañas fuera de ley, se justificaba la pared falsa. Por las cuartillas, el anónimo memorialista era del XIX; en una esquinita venía impresa la leyenda:
VIUDA DE FILEMÓN CARRASPERA
Papelería fina
Béjar
Buscando en periódicos viejos, hallé tal papelería encasillada en los setenta del mil ochocientos. Hubo de ser importante; se anunciaba a media página. El memorialista gastaba pluma muy barroca y egregia en caligrafía; nada más sé de él. Bien se cuidó el pájaro de dejar su pista.
Las primeras notas, graves de maravilla, hablan de las insólitas aventuras de Gebel El Cusaci, navegante de Monastir, en el Túnez africano. Se lee de El Cusaci su condición de marinero de fantasía, siempre a la busca de tierras perdidas y ajenas a los geógrafos, capitán de un pequeño bajel velero del tiempo de Las mil y una noches, bastante más añoso que su amo, gran nostálgico de las antiguallas fabulosas. Tenía mi antepasado, según la crónica, un ojo verde y otro marrón, barba tupida y negra, la nariz tan curva que podía besársela; era patiestevado de ancas y alzaba talla de rascar techos. Le colgaba de la oreja derecha un pendiente prodigioso, una luna de cobre que cambiaba de fases como la luna verdadera gracias a un hechizo simpático de magia egipciaca. Taquinero de vicio, echaba la taba clandestinamente en una posada del puerto, que las leyes del Alcorán son muy severas con los apostadores, y se ganaba la vida traficando con el Gadir cristiano, llevando sésamo, pimienta etiópica y nuez de cola, muy preciada en boticas de Occidente, y trayendo plata ibérica para los joyeros del califato. Pero lo que más gustaba era el navegar sin brújula, mapa o derrota por los infinitos caminos del Mar Legendario, donde la imaginación toma forma y la sorpresa puede aparecer a la vuelta de cada ola. Su tripulación la formaban grandes soñadores escogidos de muchos rincones del ancho mundo: de Cipango el cocinero, de Basora el maestro de velamen, grumete etíope como la pimienta, carpintero gallego, segundo griego, un ama de nudos turca, timonel siciliano y un viejo númida de Cirta que nada sabía de los enredos de la mar, pero que contaba hermosos relatos al nacer los tintes del ocaso. Y ya que todos tenían título naval, a él se le colocó de almirante honorífico.
Comenzaba la dotación sus viajes fantásticos echando anclas en alta mar, y entonces todos hacían corro en torno a un enorme narguile de diez bocas, y la que quedaba libre sólo la usaron, de vez en cuando, algunos invitados de excepción. Cargado el vaso con perfumes naturales de la Persia, y en la cazoleta prendido el extracto de cáñamo del valle de Ketama, subían los vapores lenta y plácidamente, y cada cual contaba sus raras sabidurías oníricas hasta que Gebel, olfateando el aire, miraba al corrillo y decía sentir ya el olor dulzón de las aguas legendarias. Empezaba pues la verdadera travesía, y la primera operación antes de izar áncora suponía invocar viento si no llegaba ninguno. Era este arte de mañas muy curiosas, que si tocar flauta para llamar danzantes -muy incómodos, por su capricho de formar remolinos-, que si cantar romances para vientos poetas, que si quemar sahumerios para los catadores sibaritas, que si derramar aguardiente desde lo alto del palo mayor, como reclamo para aires dipsómanos... En la ocasión que cita el amanuense no hizo falta de tales industrias, pues de casual llegaba uno, avisada su presencia por un gigantesco pañuelo rojo que se aproximaba volantín al bajel. Ya conocían a este eolo los marineros, que era el extravagante Sarasa con su llamativo fular al cuello, todo seda de los vastos dominios del gran Khan. Cuando el viento Sarasa aparecía era preciso que el grumete se escondiera en la bodega, pues andaba el aéreo encaprichado del mozalbete y se hacía manos en torno suyo para acariciarle la faz de ébano.
Viento era de los flojos, soplador muy a desgana, pero la gracia del Mar Legendario parece ser el dejarse llevar, y fue paseo calmo hasta que asomaron por el azul las Islas Guasonas, nombradas así porque a veces, viendo marinería, se hundían, buceaban una distancia y al poco volvían a emerger más lejos, confundiendo a las tripulaciones. No guardaban otra intención que la broma, y siempre aparecían y desaparecían muy despacio, por no provocar maremoto. Eran doce islas de roca cenicienta, sin más adorno que unos cuantos matorrales pelones y, por mayo, una colonia alada en escala migratoria de los llamados Pájaros De Llevar La Contraria, especie de gaviotas con cresta negra que vuelan panza arriba para ver correcto, porque nacen con los ojos al revés y en posición natural tienen el mundo dado la vuelta.

(Continuará)

Gabriel Cusac

No hay comentarios: