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La connivencia entre la banca y la política había alcanzado niveles escandalosos. Tan sólo una semana antes del día D, el Banco Central Europeo había prestado más de 500.000 millones de euros a los bancos del continente, con un mínimo interés del 1%. La compra subsiguiente de deuda pública de cualquiera de los estados de la zona euro a corto y medio plazo -donde los intereses, en todo caso, superaban con creces ese 1%- aseguraba a la banca pingües beneficios. Algo parecido ocurrió con el euribor, rebajado al 1,6 %, aunque ningún banco ofrecía préstamos hipotecarios -por no hablar de los personales- con un diferencial menor de tres puntos sobre este índice. Diferencial al que, por supuesto, debería sumarse un amplio conjunto de comisiones abusivas. En nuestro país, con cinco millones de parados, la situación era especialmente crítica. El común de los ciudadanos, amedrantado, ni tan siquiera se planteaba dudas sobre la injusticia de tales maniobras financieras. Años de bombardeo mediático habían conseguido implantar no sólo un sentimiento generalizado de impotencia ante la abrumadora jerga macroeconómica, sino un auténtico estado de terror donde cada cual pensaba en el sálvese quien pueda. Pero otros muchos españoles ya tenían bien claro que, desde el momento en que los estados proclamaron la necesidad del rescate de los bancos (para que éstos luego rescataran a los ciudadanos), la timocracia ya se había convertido en una indiscutible realidad; tanto como la democracia en una entelequia. Ni tan siquiera tenía sentido el concepto de liberalismo económico; el gran capital agradecía más que nunca el intervencionismo del Estado, porque éste se traducía en un incesante chorreo de dinero público a sus privadísimas arcas. No en vano la inmensa mayoría de los congresistas y senadores españoles, inmediatamente después de su periplo político, entraban en nómina de las más poderosas corporaciones empresariales. O entraban oficialmente.
Pero el día D cambió España y el mundo. Un grupo numeroso, pero a la vez selecto, de desempleados llevaba mucho tiempo preparándose. De la masonería habían copiado la trascendencia del rito y la creación de un sistema de contraseñas gestuales. De la mafia adoptaron el castigo ejemplar para aquellos infractores de la omertá. Del PCE clandestino bajo el franquismo, el sistema de comunicaciones hombre a hombre y la estructura celular. El valor y la conciencia proletaria ya estaban dentro. Se hicieron llamar Los bandoleros. No por casualidad, un personaje televisivo de gran éxito en los años 70, el bandido Curro Jiménez, bautizó con gracejo esta acción revolucionaria.
En el día D, a la hora H, miles de hombres honestos se enfundaron la capucha. Y cientos de sucursales bancarias de todo el país fueron saqueadas simultáneamente a las nueve de la mañana. Curiosamente, un inusual tráfico de vehículos colapsó nuestras ciudades, impidiendo una rápida actuación policial.
Fue sólo el principio. Hubo muchos más días D y horas H, y esta medida de recapitalización obrera se extendió como una feliz plaga por el mundo. Y el mundo -a pesar de que políticos, banqueros y millonarios se echaron las manos a la cabeza- aplaudió masivamente la Operación Curro Jiménez y sus secuelas, varita mágica que despertó la conciencia crítica de las gentes. Fue el comienzo de lo que algún historiador bautizó como Nueva Era, caracterizada por el concepto patrimonial de la riqueza, la primacía de la banca pública y el desarrollo de la justicia social.
Pero el día D cambió España y el mundo. Un grupo numeroso, pero a la vez selecto, de desempleados llevaba mucho tiempo preparándose. De la masonería habían copiado la trascendencia del rito y la creación de un sistema de contraseñas gestuales. De la mafia adoptaron el castigo ejemplar para aquellos infractores de la omertá. Del PCE clandestino bajo el franquismo, el sistema de comunicaciones hombre a hombre y la estructura celular. El valor y la conciencia proletaria ya estaban dentro. Se hicieron llamar Los bandoleros. No por casualidad, un personaje televisivo de gran éxito en los años 70, el bandido Curro Jiménez, bautizó con gracejo esta acción revolucionaria.
En el día D, a la hora H, miles de hombres honestos se enfundaron la capucha. Y cientos de sucursales bancarias de todo el país fueron saqueadas simultáneamente a las nueve de la mañana. Curiosamente, un inusual tráfico de vehículos colapsó nuestras ciudades, impidiendo una rápida actuación policial.
Fue sólo el principio. Hubo muchos más días D y horas H, y esta medida de recapitalización obrera se extendió como una feliz plaga por el mundo. Y el mundo -a pesar de que políticos, banqueros y millonarios se echaron las manos a la cabeza- aplaudió masivamente la Operación Curro Jiménez y sus secuelas, varita mágica que despertó la conciencia crítica de las gentes. Fue el comienzo de lo que algún historiador bautizó como Nueva Era, caracterizada por el concepto patrimonial de la riqueza, la primacía de la banca pública y el desarrollo de la justicia social.
Gabriel Cusac
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