En la laguna de Solana (foto de J.C. Pérez Hernández) |
Queridos amigos narcosenderistas
(federados o no), hoy os presento una ruta de montaña impresionante, pero asaz cómoda para que incluso un viejo
politoxicómano como yo no acabe arrastrando los cojones ni echando el bofe por
esas trochas de Dios. Se trata, por lo tanto, de un trayecto de dificultad
media-baja, ideal para familias, domingueros, grupos del Proyecto Hombre,
seminaristas, eruditos locales y piltrafillas en general.
Partiendo del pueblo de Solana de
Ávila, y tomando la carretera de La Zarza, a unos dos kilómetros nos
desviamos a la izquierda siguiendo la señal que indica “Chorro- Zaburdón”.
Desde este momento ya no hay pérdida, como diría un tesorero del PP, porque el
camino acaba en la Central del Chorro -aunque antes habremos pasado por la del
Zaburdón-, a cuyas puertas dejamos el coche. La excursión merece un prólogo a
medida. Es el momento de abrir unas birritas y, según demanda de la cuadrilla, enchufarse
una buena chufla, fumar un canuto, engullir una pirula, etc. Yo particularmente
escojo medio secante, porque el LSD me
hace sentir en comunión con la naturaleza: una especie de eucaristía pagana,
pero con efectos de verdad. Para gustos se hicieron los colores, y en la
ocasión que cuento precisamente se dan cita distintas sensibilidades, desde
el porreta clásico al experimentador de novedades sintéticas. Sin embargo,
queridos narcosenderistas, recordemos que el uso de estimulantes, en estos casos,
debe ser ejercido bajo la sagrada pauta
de la moderación. Tal reza el lema de la Unión Internacional de
Narcosenderistas: “Solo un poco colocados”. Así sea.
Como santuarios de un dios término,
inevitables, siempre aparecen las centrales hidroeléctricas marcando la
frontera de territorios encantados, de reductos feéricos. Lo que no es óbice, dicho
sea de paso, para que evitemos la blasfemia cada vez que llega la factura de la
luz. ¡Sí, ministro Soria, Endesa, Iberdrola y vampiros cualesquiera del sector:
sabed que pronto todos los consumidores nos uniremos en la lucha final! ¡Vuestros
días están contados, cabrones! Por cierto, hablando de estafas, es tan
extravagante como verídico el hecho de que hace no muchos años algunos paisanos
solaneros y solanáceos, a modo de gorrillas rurales, cobraban al turista por
estacionar en un paraje del que supuestamente eran propietarios… Y más valía
satisfacer el portazgo, por supuesto.
Desde la central de El Chorro ya se
nos anticipan unas vistas espléndidas de la ruta, seccionada obscenamente, eso
sí, por la geometría imperturbable de la tubería metálica que alimenta a la
central. Pero quizá ese tubo intruso, ese garabato en medio de la naturaleza que
en principio puede parecernos una aberración, magnifique, en su calidad de
referencia espacial, la avalancha de agua y granito que aparece ante los ojos
del montañero. O será el tripi. Guarda esta conducción, además, una historia
abracadabrante, apenas conocida por un puñado de seguidores del exploitation film, que por sí misma
justificaría la visita del curioso. Porque, en principio, el reincidente
director español Jesús Franco tenía previsto ambientar aquí la escena más
desquiciada del cine porno jamás filmada. O acaso del cine en general. Se trataría
del delirante epílogo de El ojete de Lulú,
donde una temeraria e hiperlubricada Candy Coster (Lina Romay), deslizándose en
viva pelota sobre el tramo más vertical de la conducción, acabaría su trayecto
ensamblándose analmente sobre un un efebo sentado a horcajadas en la
propia cañería. A tal efecto, y ante la imposibilidad de utilizar una grúa,
llegó a instalarse un aventurado carril de travelling
sobre andamiaje carpintero. Ya veis qué virguería. Habría sido muy
fácil, a través del montaje cinematográfico, narrar la escena en distintas secuencias, pero el empecinamiento
de Jesús Franco en que todo fuera real y no simulado (o sea que el ensamblaje
se produjera efectivamente, de una tacada), dio al traste con tan curioso
proyecto, porque quedó demostrado que solo unos superhéroes tupidos de anfetas habrían sido capaces de llevar a
cabo la frikísima fantasía… artística
de Franco. Después de varias tentativas infructuosas, el equipo de rodaje se
retiró con el estigma de la derrota, y no quedó rastro en El ojete de Lulú de esta pretendida fusión entre la fontanería y el
sexo, entre el porno y el documentalismo, entre lo grotesco y lo genial.
Volvemos a la excursión.
A nuestra derecha, algunos valientes
(casi tanto como Lina Romay y el efebo sodomita) escalan un despeñadero
vertical. Se les ve como insectos. Nosotros bordeamos la central por la
izquierda, siguiendo a continuación las vueltas del sendero trazado bajo el
tubo sicalíptico. Subimos el sendero y nos van subiendo las drogas. Aproximadamente
al cuarto de hora nos enfrentamos a una
disyuntiva. Podemos seguir la ruta marcada, que avanza entre piornos por el
tradicional camino del Cirilluelo, o continuar ascendiendo quebrada arriba,
siempre al lado del omnipresente tubo. La primera opción es más cómoda, monótona
y cartesiana. La segunda, remontando el torrente, es sencillamente
espectacular, una pequeña aventura no exenta de riesgo pese al auxilio de
elementos artificiales como escalones de cemento y cables fiadores. Que cada
cual decida según sus condiciones; en esta ocasión, nuestro grupo de colgados
opta por tomar la ruta oficial en primera instancia y luego descender por el
desfiladero a lo Indiana Jones. Pero
hablamos de un Indiana Jones muy
modosito, porque es verano y no hay rastro de hielo en la torrentera. Al loro:
drogatas sí, pero no gilipollas.
Media hora de suave ascenso y ya
estamos junto a la presa, en súbito éxtasis ante el gran circo que alberga la
laguna más grande de la Sierra de Gredos, casi deglutidos entre la Cuerda de la
Ceja y la de los Asperones. Alucinados. Es tan abrumadora la belleza que de
golpe se presenta ante nuestros ojos que incluso los ateos sienten la necesidad
de un dios a quien agradecer la maravilla de la Creación. Es tal la
emoción que nuestro pecho se queda pequeño para contenerla, y desearíamos
compartir este momento especial con alguna persona especial. Irina Shayk, por
ejemplo. Se impone, triunfal, una nueva dosis.
Comenzamos a bordear la Laguna de
Solana por la izquierda, encontrando al poco la llamada Fuente del Conde. A
quienes somos mecidos por vientos republicanos nos jode tanta sangre azul
regando la toponimia patria. Y si el nombre de Laguna del Duque se sustenta en
razones o sinrazones históricas -fueron los duques de Béjar, los Zúñiga, omnímodos
terratenientes de estos lares-, lo de Fuente del Conde es una auténtica memez:
algún idiota profundo pensó que magnificaría el chorro bautizándolo con ínfulas
aristocráticas. En fin. Unos metros más
allá, inauguro el Cagadero del Marqués.
Medianejo el camino perimetral, a un
kilómetro más o menos desde la presa, baja a saludarnos el Arroyo Malillo, que
abandona su estrecha garganta para desembocar en la laguna. Es un buen sitio
para acercarse a la orilla y remojar los cueros, desafiando con dignidad la prohibición
del baño advertida en algún cartel. A veces, muchachos, hay que saltarse las
normas, porque poco a poco nos están convirtiendo en unos mequetrefes. ¿No
vamos a poder darnos un chapuzón donde cagan las vacas? ¡Pues no te jode! ¡A
tomar por culo la ley!
El agua no está tan fría como pudiera
pensarse, pero la mañana es templada, durante toda la semana hemos estado
bordeando los treinta grados y con frecuencia el tripi deja insensible el
pellejo. Es decir, esta referencia no es muy fiable. Entre otras cosas
porque después del baño compruebo que
los gemelos del sur se han transformado en un par de nueces. Por otra parte, es
justo señalar que el cobaya (o sea el
experimentador de nuevos productos sintéticos), también partícipe de la
ablución, quedó convertido en una carraca.
Tras el baño completamos el
recorrido de la laguna y, pasando antes junto al refugio, bien
conservado como Isabel Preysler, iniciaremos el vertiginoso descenso en
compañía de la archimencionada tubería. En este último tramo conviene estar muy
atentos al sitio donde pisamos, y controlar especialmente a cobayas, triperos y
espitosos. Que la responsabilidad siempre guíe nuestros pasos: solo un poco colocados.
Y un último apunte antes de cerrar
esta crónica deportiva. Si durante el recorrido se nos arriman caprichosamente
las espinosas ramas del serbal, o una y otra vez cae a nuestro paso alguna piedra del
monolito, o las flores de la dedalera han sonado como cascabeles, o escuchamos
casi imperceptibles susurros, todo puede ser efecto de las drogas, pero también
de los serranitos, raza menuda,
invisible a antojo, de duendes traviesos que gustan de putear al intruso. Su
captura, además de imposible, está fuertemente sancionada en la normativa
autonómica de Castilla y León sobre Espacios Naturales y Especies Protegidas.
Gabriel
Cusac
Muy apropiado para la época. Mereció la pena esperar: el señor Marqués de Talaván estaba estreñido literariamente y vino a dejar una plasta de alturas. Prometo visitar el sitio. Espero que sea tan atractivo a pura razón como nos lo has hecho con estupefacientes.
ResponderEliminarIdeal también para secretarios agazapados, don Juan de la Cruz Invertida. Palabra de marqués.
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