28 de julio de 2015

Rutas de narcosenderismo (I): Laguna del Duque o de Solana (Ávila)


 
En la laguna de Solana (foto de J.C. Pérez Hernández)

Queridos amigos narcosenderistas (federados o no), hoy os presento una ruta de montaña impresionante,  pero asaz cómoda para que incluso un viejo politoxicómano como yo no acabe arrastrando los cojones ni echando el bofe por esas trochas de Dios. Se trata, por lo tanto, de un trayecto de dificultad media-baja, ideal para familias, domingueros, grupos del Proyecto Hombre, seminaristas, eruditos locales y piltrafillas en general.
Partiendo del pueblo de Solana de Ávila, y tomando la carretera de La Zarza, a unos dos kilómetros nos desviamos a la izquierda siguiendo la señal que indica “Chorro- Zaburdón”. Desde este momento ya no hay pérdida, como diría un tesorero del PP, porque el camino acaba en la Central del Chorro -aunque antes habremos pasado por la del Zaburdón-, a cuyas puertas dejamos el coche. La excursión merece un prólogo a medida. Es el momento de abrir unas birritas y, según demanda de la cuadrilla, enchufarse una buena chufla, fumar un canuto, engullir una pirula, etc. Yo particularmente escojo  medio secante, porque el LSD me hace sentir en comunión con la naturaleza: una especie de eucaristía pagana, pero con efectos de verdad. Para gustos se hicieron los colores, y en la ocasión que cuento precisamente se dan cita distintas sensibilidades, desde el porreta clásico al experimentador de novedades sintéticas. Sin embargo, queridos narcosenderistas, recordemos que el uso de estimulantes, en estos casos,  debe ser ejercido bajo la sagrada pauta de la moderación. Tal reza el lema de la Unión Internacional de Narcosenderistas: “Solo un poco colocados”. Así sea.
Como santuarios de un dios término, inevitables, siempre aparecen las centrales hidroeléctricas marcando la frontera de territorios encantados, de reductos feéricos. Lo que no es óbice, dicho sea de paso, para que evitemos la blasfemia cada vez que llega la factura de la luz. ¡Sí, ministro Soria, Endesa, Iberdrola y vampiros cualesquiera del sector: sabed que pronto todos los consumidores nos uniremos en la lucha final! ¡Vuestros días están contados, cabrones! Por cierto, hablando de estafas, es tan extravagante como verídico el hecho de que hace no muchos años algunos paisanos solaneros y solanáceos, a modo de gorrillas rurales, cobraban al turista por estacionar en un paraje del que supuestamente eran propietarios… Y más valía satisfacer el portazgo, por supuesto.
Desde la central de El Chorro ya se nos anticipan unas vistas espléndidas de la ruta, seccionada obscenamente, eso sí, por la geometría imperturbable de la tubería metálica que alimenta a la central. Pero quizá ese tubo intruso, ese garabato en medio de la naturaleza que en principio puede parecernos una aberración, magnifique, en su calidad de referencia espacial, la avalancha de agua y granito que aparece ante los ojos del montañero. O será el tripi. Guarda esta conducción, además, una historia abracadabrante, apenas conocida por un puñado de seguidores del exploitation film, que por sí misma justificaría la visita del curioso. Porque, en principio, el reincidente director español Jesús Franco tenía previsto ambientar aquí la escena más desquiciada del cine porno jamás filmada. O acaso del cine en general. Se trataría del delirante epílogo de El ojete de Lulú, donde una temeraria e hiperlubricada Candy Coster (Lina Romay), deslizándose en viva pelota sobre el tramo más vertical de la conducción, acabaría su trayecto ensamblándose analmente sobre un un efebo sentado a horcajadas en la propia cañería. A tal efecto, y ante la imposibilidad de utilizar una grúa, llegó a instalarse un aventurado carril de travelling sobre andamiaje carpintero. Ya veis qué virguería. Habría sido muy fácil, a través del montaje cinematográfico, narrar la escena en  distintas secuencias, pero el empecinamiento de Jesús Franco en que todo fuera real y no simulado (o sea que el ensamblaje se produjera efectivamente, de una tacada), dio al traste con tan curioso proyecto, porque quedó demostrado que solo unos superhéroes tupidos de anfetas habrían sido capaces de llevar a cabo la frikísima fantasía… artística de Franco. Después de varias tentativas infructuosas, el equipo de rodaje se retiró con el estigma de la derrota, y no quedó rastro en El ojete de Lulú de esta pretendida fusión entre la fontanería y el sexo, entre el porno y el documentalismo, entre lo grotesco y lo genial.
Volvemos a la excursión.
A nuestra derecha, algunos valientes (casi tanto como Lina Romay y el efebo sodomita) escalan un despeñadero vertical. Se les ve como insectos. Nosotros bordeamos la central por la izquierda, siguiendo a continuación las vueltas del sendero trazado bajo el tubo sicalíptico. Subimos el sendero y nos van subiendo las drogas. Aproximadamente al cuarto de hora  nos enfrentamos a una disyuntiva. Podemos seguir la ruta marcada, que avanza entre piornos por el tradicional camino del Cirilluelo, o continuar ascendiendo quebrada arriba, siempre al lado del omnipresente tubo. La primera opción es más cómoda, monótona y cartesiana. La segunda, remontando el torrente, es sencillamente espectacular, una pequeña aventura no exenta de riesgo pese al auxilio de elementos artificiales como escalones de cemento y cables fiadores. Que cada cual decida según sus condiciones; en esta ocasión, nuestro grupo de colgados opta por tomar la ruta oficial en primera instancia y luego descender por el desfiladero a lo Indiana Jones. Pero hablamos de un Indiana Jones muy modosito, porque es verano y no hay rastro de hielo en la torrentera. Al loro: drogatas sí, pero no gilipollas.
Media hora de suave ascenso y ya estamos junto a la presa, en súbito éxtasis ante el gran circo que alberga la laguna más grande de la Sierra de Gredos, casi deglutidos entre la Cuerda de la Ceja y la de los Asperones. Alucinados. Es tan abrumadora la belleza que de golpe se presenta ante nuestros ojos que incluso los ateos sienten la necesidad de un dios a quien agradecer la maravilla de la Creación. Es tal la emoción que nuestro pecho se queda pequeño para contenerla, y desearíamos compartir este momento especial con alguna persona especial. Irina Shayk, por ejemplo. Se impone, triunfal, una nueva dosis.
Comenzamos a bordear la Laguna de Solana por la izquierda, encontrando al poco la llamada Fuente del Conde. A quienes somos mecidos por vientos republicanos nos jode tanta sangre azul regando la toponimia patria. Y si el nombre de Laguna del Duque se sustenta en razones o sinrazones históricas -fueron los duques de Béjar, los Zúñiga, omnímodos terratenientes de estos lares-, lo de Fuente del Conde es una auténtica memez: algún idiota profundo pensó que magnificaría el chorro bautizándolo con ínfulas aristocráticas. En fin.  Unos metros más allá, inauguro el Cagadero del Marqués.
Medianejo el camino perimetral, a un kilómetro más o menos desde la presa, baja a saludarnos el Arroyo Malillo, que abandona su estrecha garganta para desembocar en la laguna. Es un buen sitio para acercarse a la orilla y remojar los cueros, desafiando con dignidad la prohibición del baño advertida en algún cartel. A veces, muchachos, hay que saltarse las normas, porque poco a poco nos están convirtiendo en unos mequetrefes. ¿No vamos a poder darnos un chapuzón donde cagan las vacas? ¡Pues no te jode! ¡A tomar por culo la ley!
El agua no está tan fría como pudiera pensarse, pero la mañana es templada, durante toda la semana hemos estado bordeando los treinta grados y con frecuencia el tripi deja insensible el pellejo. Es decir, esta referencia no es muy fiable. Entre otras cosas porque  después del baño compruebo que los gemelos del sur se han transformado en un par de nueces. Por otra parte, es justo señalar que el cobaya (o sea el experimentador de nuevos productos sintéticos), también partícipe de la ablución, quedó convertido en una carraca.
Tras el baño completamos el recorrido de la laguna y, pasando antes junto al refugio, bien conservado como Isabel Preysler, iniciaremos el vertiginoso descenso en compañía de la archimencionada tubería. En este último tramo conviene estar muy atentos al sitio donde pisamos, y controlar especialmente a cobayas, triperos y espitosos. Que la responsabilidad siempre guíe nuestros pasos: solo un poco colocados.
Y un último apunte antes de cerrar esta crónica deportiva. Si durante el recorrido se nos arriman caprichosamente las espinosas ramas del serbal, o una y otra vez cae a nuestro paso alguna piedra del monolito, o las flores de la dedalera han sonado como cascabeles, o escuchamos casi imperceptibles susurros, todo puede ser efecto de las drogas, pero también de los serranitos, raza menuda, invisible a antojo, de duendes traviesos que gustan de putear al intruso. Su captura, además de imposible, está fuertemente sancionada en la normativa autonómica de Castilla y León sobre Espacios Naturales y Especies Protegidas.
                                                                                                     
Gabriel Cusac





2 comentarios:

  1. Muy apropiado para la época. Mereció la pena esperar: el señor Marqués de Talaván estaba estreñido literariamente y vino a dejar una plasta de alturas. Prometo visitar el sitio. Espero que sea tan atractivo a pura razón como nos lo has hecho con estupefacientes.

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  2. Ideal también para secretarios agazapados, don Juan de la Cruz Invertida. Palabra de marqués.

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