Adonis, de Bertel Thorvaldsens (imagen tomada de Wikipedia) |
-Armando, Armandito, el de la mano en
el pito, me tienes hasta el mismísimo chichi. Escucha, Cantinflas, hace años
que me cago en todas esas bobadas que al principio, en la maldita hora que nos
juntamos, me hacían reír. Pero ahora, día tras día en casa contigo, vagando tu
triste estampa de un lado a otro, ya me parecen una tortura. Y como no las
soporto, eso quiere decir que no te soporto a ti, payaso. Te veo desfilar
arrastrando las zapatillas como un fantasma cutre, con ese pijama viejo con
más bolitas que el bombo de la lotería nacional, con los pantalones a medio
culo, como un rapero carcamal, con esa panza por delante a la que llamas “el
indomable Abdo”, con esa coronilla que parece un helipuerto de moscas, y se me
cae el alma a los pies. Sex simbol de los huevos, fantoche. ¡Me cago en la puta
verbena del pueblo, en el puto pasodoble y en el putísimo polvo supersónico del
pajar! ¡De aquel polvo viene este lodo! ¡Pero qué tonta fui, madre mía! Lo de
sorber la sopa como si fueras el emigrante de “Siete novias para siete
hermanos”. Que si quien no sorbe la sopa no sabe lo que es disfrutar de la
comida. Que en otras culturas se hace. Que es una cabalgata gloriosa de los
fideos y el caldo por las papilas gustativas. Que menudo goce sensorial. Que
caldo de cocido, sorbido. ¡Subnormal, guarro, no te has dado cuenta de que ya solo
comes cocido una vez cada dos meses! ¿Y no te has preguntado por qué? ¡Qué te
vas a preguntar, si todas las neuronas las tienes ahí abajo! ¡Las neuronas
cojoneras! Otra finura del gourmet paleto: meter la nariz en la miga del pan
reciente y aspirar a lo bestia, como si te estuvieras ahogando y acabaran de
ponerte una mascarilla de oxígeno. Y después gritar, triunfalmente: “¡Delicatesen!”.
Joder, pero qué mamarracho de hombre, qué fichaje. O la broma esa del plátano, dentro
y fuera, dentro y fuera, chuperreteándolo todo, mientras te quedas bizqueando
con una ceja levantada. Menudo trance orgásmico. La bromita que me has hecho
doscientas mil veces. Y a lo mejor te crees que hasta me pongo cachonda. Si ya
ni te miro, tontolaba. Más, la pamplina. La mierda de la pamplina que solo
comes tú. Cada marzo, los yogures fuera y medio frigorífico lleno de maruja. No
falla: siempre algún cortapichas que descubro corriendo por la cocina a cuenta
de tu asquerosa pamplina. Pues verte comerla ya es el frenesí, machote. Esos
tenedores gigantes, con un cargamento de pamplina que te tapa hasta la nariz, chorreando
aliño por el camino, por tu barbilla, tú triscando como una cabra. ¡Toda la
policía y la guardia civil sueltas y te saltas el aislamiento para ir a coger
dos bolsas de pamplina! ¡Te las tenían que haber metido por el culo!
¡Desgraciado, gañán! ¡Tanto hombre en el mundo y me tuve que llevar la joya de
la corona! ¡El gentleman! ¡El caballero de la mano en la bragueta! El dandi de los
refinamientos sofisticados: pasarse toda la colada por la cara antes de
tenderla, porque le gusta el frescor y el olor de la ropa recién lavada. Y
seguro que es bueno para el cutis, ¿verdad? El que da grititos antes de meterse
en la cama. ¡Uliuliii!¡Yabadabaduuu! ¡Tekeliliiiii! De psiquiátrico. El que
canta veinte veces seguidas la primera estrofa del “Bella ciao”, la única que
se sabe de toda la canción, y al final remata en croise devant de
artrítico con un cuesco. Porque hasta que no le sale el cuesco para hacer la
gracia no deja en paz la estrofa errante del “Bella ciao”. Humor inteligente.
El mago de los preliminares, que confunde la libido con el picor de los gemelos
del sur, que de repente se me planta delante en pelotas con la sonrisa de
pirata y los pelos de loco para soltarme “¿Vamos al lío, cariño?”. Buuuuuf,
irresistible, sex bomb, el Apolo de los patatales, un mito erótico. ¡No aguanto
más! ¡No puedo! ¡Cuando acabe esto del coronavirus, los papeles, quiero los
papeles! ¡Gilipuertas, cabezahueca, rompetinajas, zambombo, sanchopanza,
plantanabos, farraguas, cantamañanas, ceporro, personajillo, mendrugo!
- ¿Vamos al lío, cariño?
Gabriel Cusac
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