Mujer con tablillas enceradas y lápiz, fresco de Pompeya (imagen tomada de iltascabile.com) |
¿Algún
lector reconoce este terrible párrafo?:
Nací
en el año 18…, más pobre que las ratas, perjudicado con suspensas dotes,
inclinado por naturaleza a la desidia y al odio hacia los más sabios y honrados
de mis semejantes y, por tanto, habría sido razonable predecir, con todos los
augurios, un porvenir delictivo y oscuro. Y, ciertamente, la mejor de mis
faltas fue una disposición cruel y misántropa, la misma que dio la pesadumbre a
muchos, pero que en mí resultó totalmente conciliable con un deseo imperioso de
esquivar al común de la gente.
Hagan
sus apuestas. No, no se trata de un pasaje de Los cantos de Maldoror.
No lo encontraremos en alguno de los Cuentos crueles de Villiers.
Es inútil repasar la lista de los “malditos” del XIX. Tampoco vale aquí la
búsqueda internáutica, ese milagroso recurso que nos transforma en súbitas
lumbreras y eficaces opinadores todoterreno. ¿Vaya enigma, eh?
Solución:
este apuntador travieso ha fabricado una impostura. Me he limitado a voltear en
negativo el inicio del último capítulo de El extraño caso del Dr. Jekyll
y Mr. Hyde. Pero no me digan que el experimento no resulta interesante.
Si estas cuatro líneas existieran realmente y acabásemos de descubrirlas, ¿no
estaríamos ya intentando hacernos con el libro? Yo sí.
El
confinamiento nos conduce a extraños juegos. Pero que nadie revestido de
gravedad desprecie lo lúdico en estos tiempos tenebrosos. El juego, literario o
no, es una imprescindible terapia. Como el humor. Por eso, si algún solemne
inquisidor replicara “no es momento de bromas”, le diría: “Puedes
estar contento de que te vaya a dar solo una hostia terrestre, porque si te
diera una lunar, siendo tan idiota volarías hasta los Alpes y te quedarías allí
pegado. ¡Si te diera una de las pesadas, de las solares, tu traje se
transformaría en una sopa y tu cabeza iría a parar a África!”.
Seguimos el
juego. Esta cita es verdadera, solo he cambiado dos palabritas. Hagan sus
apuestas, señores.
Gabriel
Cusac
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