El laberinto, William Kurelek (imagen tomada de nodoarte) |
Pocas cosas condicionan tanto el futuro de un país como la legislación educativa. Hoy abro mi blog para compartir un artículo de José Muñoz Domínguez sobre la Lomloe. No soy docente, pero soy ciudadano y padre. Y lo que se explica aquí eriza la piel.
Léanlo, por favor. Nos jugamos mucho.
LOMLOE:
LA MALA EDUCACIÓN
REFLEXIONES DE UN PROFESOR CABREADO, A
PROPÓSITO DE LA NUEVA LEY EDUCATIVA
Si
no lo digo, reviento. Como tantos colegas profesores, me encuentro en el trance
de elaborar la programación didáctica para este curso aciago, lidiando con el
imperativo legal de la LOMLOE, y les juro que no puedo más.
Pongo
en antecedentes a los lectores para que nadie se llame a engaño: no busquen
ninguna intencionalidad partidista en estas opiniones, pues me considero una
persona de ideas progresistas que, supuestamente, debería estar de acuerdo con
esta ley (pero va a ser que no); tampoco soy ningún novato ni hablo sin
conocimiento de causa: después de casi 35 años de experiencia como docente en Educación
Secundaria, me he tenido que tragar todas las reformas educativas que se han
sucedido desde la LOGSE, cada una peor que la anterior hasta llegar a esta cosa
llamada LOMLOE, un engendro pseudo-pedagógico, disruptivo, fuera de quicio, que
se me antoja ya puro delirio lisérgico; tampoco me tengo por idiota ni creo
tener menos sesera que los redactores de la ley, y a pesar de ello no comprendo
nada, ni jota, del galimatías que inunda sus páginas, escritas en esa jerga retorcida
y tramposa, neolengua casi orwelliana, tan de moda entre los iluminados que se
dicen pedagogos; y aún digo más, como activista en defensa del Patrimonio y del
Medio Ambiente me ha tocado manejar numerosos textos legales y normativos
complejos, planes de ordenación urbana, evaluaciones de impacto ambiental y expedientes
de todo tipo que, sin embargo, he sido capaz de comprender y contestar con
argumentos: ¿cómo puede ser que una ley educativa, la que afecta al desempeño
de mi profesión, me resulte completamente incomprensible?, ¿cómo es que después
de 35 años dando clase me vea incapaz de redactar una programación y, todavía
peor, de poder aplicarla?, ¿no les parece que algo huele mal en todo esto? Apenas
me sirve el consuelo de compartir esta frustrante sensación con otros
compañeros profesores, pero lo cierto es que no conozco a ningún colega que
sepa verdaderamente de qué va esta ley, y aquellos que admiten entender algo se
deshacen como un azucarillo en cuanto les formulas alguna pregunta mínimamente
comprometida, también los supuestos "expertos", entregados enseguida a
la verborrea hueca de la norma como quien repite las consignas de una secta.
Si
no me creen, ármense de valor y prueben a leer el texto legal. Ya les advierto
que hay que tener estómago. Encontrarán perlas como las "Competencias clave",
las "Competencias específicas", los "Descriptores
operativos", los "Saberes básicos", las "Situaciones de
aprendizaje", los "Proyectos interdisciplinarios", los
"Indicadores de logro", las "Evaluaciones de diagnóstico" o
los "Perfiles de salida", arcanos de pomposo significante y abstruso significado
con las patas bien cortas: ¿entienden ustedes algo de todo esto? Yo tampoco.
Pero no se trata sólo de una sustitución de "palabros" sobre los
escombros de leyes anteriores, aunque no deja de ser curioso que aquellos "Estándares
de aprendizaje evaluables", aquellas "Rúbricas", aquellas
"Ponderaciones" y otras ocurrencias neoliberales de la ley derogada
(la ridícula LOMCE o Ley Wert), que hasta hace bien poco eran la repera
limonera y fueron defendidas por sus acólitos como lo más de lo más en
innovación educativa, ya sean restos de un naufragio, chatarra conceptual, pasto
del olvido. No, la LOMLOE es mucho peor que cambiar de nombres o de secta, es
una trama perversa de conceptos imbricados, relacionados, entrelazados,
ramificados, retorcidos hasta lo enfermizo, un maremágnum perpetrado por malos
tecnócratas y peores pedagogos que el docente se verá obligado a seguir a pies
juntillas a la hora de calificar a sus alumnos y que le llevará a manejar miles
de datos sobre decenas y decenas de aspectos, a cual más pintoresco y
variopinto, muy lejos de la verdadera educación. Valga como ejemplo la
estimación realizada por una compañera, profesora de Tecnología, en la que
demuestra lo que le aguarda a quien se someta al dictado de la ley: en esa
misma materia, tal docente acabará manejando hasta 81.600 calificaciones por
trimestre (han leído bien: ochenta y una mi seiscientas notas parciales), a
razón de 680 cada estudiante, como resultado de multiplicar los 34 descriptores
operativos por 20 criterios de evaluación y por 120 alumnos. Ni el
estajanovista más convencido y canalla se atrevería a exigir semejante estupidez,
así que comprenderán que, sólo por este motivo, la LOMLOE ya es tan inoperante
como inaplicable, por mucho que se empeñen los ideólogos lumbreras que la han
elaborado. Por cierto, no estaría de más que todos supiéramos quiénes son y a
qué se dedican, aparte de parir leyes imposibles como esta, pues sería un dato
crucial para cuando haya que reunir un buen equipo docente (y decente) capaz de
redactar una ley educativa cabal y duradera: cualquiera menos ellos en tal
equipo, desde luego.
Hasta
ahora me he referido únicamente a cuestiones nominales y cuantitativas, pero en
lo que se refiere a lo cualitativo, a ese anhelo social por la calidad de la
enseñanza, me temo que la LOMLOE también hace aguas: se menosprecia el
conocimiento y se sustituye por ese mantra intangible de las "competencias"
sin atender a lo importante. Spoiler:
se avecina otro naufragio como el de las leyes anteriores, o incluso peor. En
una reciente entrevista en El
Confidencial (https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-11-14/lomloe-reforma-educativa-ocre-episteme-profesores_3520591/),
la profesora Irene Murcia explicaba este absurdo en términos coloquiales (¡sin
utilizar la funesta neolengua de los pedagogos!) para decir que, gracias a la
nueva ley, nuestros "competentes" alumnos quizá alcancen a hacer la
"O" con un canuto, pero ignorando qué es la "O" y sin saber
qué es un canuto. Tómenlo como símil de lo que está por venir en la formación
de nuestros chavales, porque así será el futuro, amigos: ¿y para este viaje a
ninguna parte tendremos que manejar tantos miles de datos y consideraciones?,
¿para tan magro resultado hemos de prescindir de lo que de verdad importa?, ¿en
esta miseria educativa vamos a gastar sus impuestos y los míos?
Para
que vean el nivel de sinsentido al que llega la nueva norma, les muestro un
ejemplo mínimo de lo que se ha previsto para quienes hayan conseguido hacer la
"O" con el canuto tras la devaluada ESO, pasando de curso en curso
como si de verdad hubieran aprendido algo. Según nuestros lumbreras leguleyos,
al acabar el Bachillerato y sólo en relación con una de las ocho competencias
clave (concretamente la "Competencia en conciencia y expresiones
culturales"), uno de los seis descriptores operativos asociados establece
que el alumno debería demostrar que "Planifica, adapta y organiza sus
conocimientos, destrezas y actitudes para responder con creatividad y eficacia
a los desempeños derivados de una producción cultural o artística, individual o
colectiva, utilizando diversos lenguajes, códigos, técnicas, herramientas y
recursos plásticos, visuales, audiovisuales, musicales, corporales o escénicos,
valorando tanto el proceso como el producto final y comprendiendo las
oportunidades personales, sociales, inclusivas y económicas que ofrecen".
Así, con un par. Se ve que los redactores se vinieron arriba y, como suele
decir mi hermana, se tiraron el pedo más alto que el culo, ebrios de lo suyo
hasta el infinito y más allá. Miren ustedes, soy profe de Dibujo con formación
en Bellas Artes (licenciatura), estudios de Diseño (un curso), de Geografía e
Historia (cuatro cursos de la antigua licenciatura) y de doctorado en
Arquitectura en su última fase (algún día acabaré la tesis), he trabajado como
ilustrador y participado como actor y escenógrafo en varias formaciones
teatrales; pues bien, con esa mochila vital a cuestas les aseguro que ni de
lejos conseguiría demostrar mi competencia en tal "Descriptor
operativo", y no es más que uno de los seis exigibles para una sola de las
ocho competencias clave establecidas. Pues así con todo: multipliquen y
resuelvan ustedes la cantidad de disparates que nos veremos obligados a evaluar
si cumplimos la legalidad vigente, por no mencionar el tiempo que tales
cuestiones van a consumir: estupor en la redacción de las programaciones
didácticas, desconcierto en la práctica docente del día a día y muchas horas
extra en casa para no avanzar ni de aquí a la esquina. Viva la educación
"moderna".
Por
otra parte, la nueva ley es un verdadero insulto a la inteligencia y a la
capacidad de los docentes, pues constituye una intromisión inaceptable en la
libertad metodológica del profesor: ¿por qué ha de ser mejor seguir el dictado
de estos pedagogos ensimismados y sus ocurrencias teóricas, ajenas a la
compleja dinámica de las aulas, que el buen hacer de quienes llevamos décadas
enseñando, es decir, constatando la eficacia de nuestro trabajo?, ¿dónde quedó
aquello del librillo del maestrillo y la libertad de cátedra? S
La
nueva ley educativa es imposible de aplicar y todos lo saben (todos menos los
lumbreras de la secta, supongo), pero casi nadie se atreve a decirlo dentro del
rebaño. Pertenezco a dos sindicatos progresistas y nadie dice ni mu, otro
rebaño dócil ante una ley absurda y desquiciada (si esto sigue así, me tendré
que dar de baja y donar el importe de mis cuotas sindicales a alguna oenegé menos acomodaticia).
En
mi opinión, lo único decente que se puede hacer con esta colección de sandeces
legislativas llamada LOMLOE es retirarla cuanto antes y llevar a reciclar el
papel en el que se ha impreso. No tengo muy claro que el profesorado necesite
ninguna ley para hacer bien su trabajo; es más, nuestros alumnos llevan
aprendiendo lo que debían aprender gracias a que sus profesores cumplieron con
esa responsabilidad, aun en contra de las leyes nefastas que se han sucedido
durante décadas, pero si finalmente nos arremangamos para elaborar un marco
educativo coherente y útil a la sociedad (exactamente lo contrario de lo que ofrece
la LOMLOE y su mala, malísima educación), dejemos a los pedagogos entretenidos
con sus cosas, absortos en sus torrecitas de marfil trinando la neolengua, y
contemos con quienes saben educar de verdad: los profesores bien fajados, con muchos
cursos a sus espaldas y enorme experiencia humana lejos de excrecencias
lingüísticas como las "Competencias clave", las "Competencias
específicas", los "Descriptores operativos", los "Saberes
básicos", las "Situaciones de aprendizaje", los "Proyectos
interdisciplinarios", los "Indicadores de logro", las
"Evaluaciones de diagnóstico", los "Perfiles de salida" y
otros inescrutables desatinos. Y entonces se demostrará que para garantizar una
educación excelente a nuestras generaciones más jóvenes sólo se necesitan
cuatro cosas: una buena relación de contenidos socialmente consensuados, distribuidos
en materias (el temario de toda la vida: ¡adquirir conocimiento no es pecado,
oiga!), aunque sin olvidar las destrezas, las actitudes y los valores; unos
criterios de evaluación y de calificación precisos y sencillos de aplicar (nunca
este laberinto atroz de la LOMLOE); una ratio
razonable para atender a la diversidad (muy por debajo de los treinta alumnos
por grupo: quince, por ejemplo) y suficiente asignación presupuestaria para
dotar de medios al profesorado (no se pueden esperar resultados finlandeses o
coreanos con presupuestos de la fallida Senegambia, ustedes ya me entienden). Y
poco más: se lo juro por lo más sagrado –por la sagrada buena educación– con
la perspectiva que dan 35 años de brega en este oficio.
Así
pues, ¿volvemos a las barricadas para desactivar esta ley absurda o seguimos en
el redil perfeccionando las diversas competencias del balido?
José Muñoz Domínguez / DNI
nº 08.104.629-G / Profesor de Dibujo
Los Hermanos Marx en UNA NOCHE EN LA ÓPERA.
ResponderEliminarGroucho:-Haga el favor de poner atención en lo que viene ahora porque es muy importante. Dice que... la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte. ¿Qué tal, está muy bien, eh?
Harpo:-No, éso no está bien. Quisiera volver a oírlo.
G:-Dice que ... la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte.
H:-Esta vez creo que suena mejor.
G:-Si quiere se la leo otra vez.
H:-Tan sólo la primera parte.
G:-¿Sobre la parte contratante de la primera parte?
H:-No, sólo la parte de la parte contratante de la primera parte.
G:-Oiga,¿por qué hemos de pelearnos por una tontería como ésta? La cortamos.
H:-Sí, es demasiado largo.
(Groucho corta un pedazo del contrato que trata sobre la parte contratante de la primera parte contratante.)
H:-¿Qué es lo que nos queda ahora?
G:-Dice que ... la parte contratante de la segunda parte será considerada como la parte contratante de la segunda parte.
H:-Éso si que no me gusta nada. Nunca las segundas partes fueron buenas. Escuche, ¿por qué no hacemos que la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?
Títiro.
Muy al caso, Títiro.
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