Pipe con cigarro (como siempre) |
Estos cambios de tiempo me vuelven
loco. Hoy, por ejemplo, tengo el capricho de la indiscreción, y quiero contar
dos anécdotas.
La primera.
Hace ya unos cuantos años, el bueno
de Luis Felipe Comendador convocó una manifestación para protestar por el
precio de la electricidad. Como el
evento carecía de interés para los ricos
de Béjar, no nos juntamos más de diez
pringaos en la plaza comunera. Allí, un abatido LF confesó que Sbq
Solidario, su ONG laica y apolítica, su bella empresa, ayudaba a pagar la factura
de Iberdrola a algunos paisanos. En la ocasión, eran bejaranos ausentes, definiendo
con su renuncia la esencia de esta tenebrosa Comala castellana, donde cada
gramo de dignidad es aplastado por una arroba de orgullo (que es el orgullo
grosero del pseudohidalgo con mondadientes y el orgullo churriano de la condesa
de la Picha Tiesa). O sea que ninguno de los beneficiados había acudido. Si yo
estuviera en el lugar de LF, semejante felonía habría bastado para liar los
bártulos. Para él solo fue un párrafo desafortunado, y punto y aparte.
La segunda, también añeja.
Eran imágenes apocalípticas. Gringo
Lucho -que es el alias exótico de Luis Felipe- me enseñaba en su guarida fotos
de unas inundaciones en Perú. Fotos de liliputienses parcelas (para chabolas) puestas
en alquiler a “precio de protección oficial”, porque esos terrenos estaban
condenados, como cada año, a volver a cubrirse de agua. Fotos de una riada de huesos, porque el
torrente había arramblado con un cementerio. Fotos de sus ahijados americanos,
niños quemados por el sol y por la desgracia que sin embargo tenían la
generosidad de posar con alegría delante de la cámara. Entonces LF me contó que
cada año desaparecen infinidad de niños
de la calle en Perú. Como en tantos países de Sudamérica. Son
desapariciones anónimas, sin constancia estadística. Mueren drogados en
cualquier esquina. O acuchillados en una reyerta. O son secuestrados por las mafias
con destino al tráfico de órganos o a la explotación sexual, a veces sencillamente
vendidos por sus propios padres. El pobre Luis Felipe (que es el gran Luis
Felipe), con dolor, llegó a decirme que
ante tamaño ejemplo de iniquidad, su
labor humanitaria poco menos que no valía para nada, que era infinitesimal. Homo hominis lupus. Pero no lo es, claro
que no lo es. Y si un gorro o un juguete provocan una sonrisa en un niño de Los
Llanos del Trujillo peruano, esa sonrisa tiene la fuerza y el valor de una
pequeña revolución. Esa sonrisa enseña que no todo está perdido ante la
potestad del sistema criminal llamado capitalismo. Esa sonrisa es una firma de
esperanza y un llamado a la humanidad. Esa sonrisa hace que Pipe no se rinda.
Después de estas anécdotas, qué
decir.
A mí me encantaba visitar el baratillo de la
calle de las Armas. A veces me llevaba cosas, a veces las traía. Echaba un parlao con LF y en un pispás
arreglábamos el mundo, satisfacía o intentaba satisfacer mi ansia bibliófila (que
no bibliófaga) ante miles de
volúmenes, curioseaba entre la quincallería. Cajón de sastre de cajones de
sastre, baúl mundo de baúles mundo, librería de Babel, gabinete de maravillas y
bazar totalizador, la sede de Sornabique era sin duda el espacio más original
de la ciudad estrecha (inspirador, por cierto, de la mogarreña y también
venanciana Tu librería de siempre), y
nunca estaba de más perderse y perder el tiempo en semejante refugio. Pues
bien, entendámonos. A mayores del aspecto lúdico, resulta que también era el
templo donde a diario se producía el milagro de la solidaridad, una fábrica de
maná para las gentes de los lejanos Llanos, una escuela de -encantadora
expresión- humanismo pequeñito.
Pero resulta que una mañana nos hemos
levantado descubriendo al invasor. Resulta que nos enteramos de que
el templo es propiedad de los mercaderes, y los buitres desahucian a LF. Porque ya se sabe que hay que
rescatar a los bancos (aunque nunca paguen el rescate), pero lo de rescatar a
los ciudadanos es un chiste. Y de este modo se consuma una paradoja de crueldad
manifiesta. ¡Ay, bobos de los cojones, con vuestras tonterías solidarias! Gana
la banca, como siempre, y en este caso se queda con los 250.000 euros ya
pagados y con el local.
Es un palo, es una hostia de pleno.
Pero Pipe sigue adelante porque recuerda la sonrisa de un niño quemado por el
sol y por la desgracia. Pipe tiene el alma grande.
De la iglesia de la calle de las
Armas nos mudamos a la ermita de la calle Colón. Seguimos.
Gabriel Cusac Sánchez
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