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II. Disposiciones municipales, y una caza que no lo fue
Sólo hubo dos puntos en el orden del día. El primero se refería al aumento de aranceles para los afrutados de Toledo, seria competencia advertida por los vitivinicultores bejaranos en pliego notarial con cuarenta firmas adjuntas. La subida fue aprobada sin mucho debate. El segundo punto, referido al unicornio, trajo en cambio tormenta de discordias y apretada votación, y finalmente fue decidida la caza con el de calidad del regidor, que deshizo el empate. Don Pinto Sabina, rompiendo la disciplina de voto por principios irrenunciables, dijo entonces una frase que había leído hace poco y que le cayó en gracia.
-¡Bárbaro país!
Al día siguiente, cantó el bando el pregonero: "Por orden del Señor Alcalde, se hace saber a la población que la caza del unicornio ha sido aprobada por este consistorio, y que de resultas se abre convocatoria pública para plaza eventual de Doncella Cazadora. Las aspirantes deberán aportar currículum vitae, certificado médico de virginidad y copia compulsada de la cédula de natalicio en Secretaría Municipal...".
Se presentaron catorce aspirantes. Nueve de ellas fueron rechazadas por superar la cincuentena, pues no parecía conveniente utilizar reclamo ajado; tres, por falsificación de certificado médico; y, de las dos restantes, se desestimó a la candidata Macaria Fané por haber dado negativo en el psicotécnico. Quedó elegida, por tanto, la señorita Clementina Bejarense, moza en los quince, regordeta y algo picada de viruelas, sin embargo de buen ver. El Cronista Oficial, don Hermócrates Cristobalino, fue a su vez nombrado C.E.E.B.U., es decir, Caporal Extraordinario de Expedición en Busca del Unicornio. El Círculo de Comercio donó una jaula, de estilo neochurrigueresco, en forja de hierro con reflejos de malaquita azul, obra del herrero don Rigoberto Chispa. La jaula fue colocada en el patio renacentista del Palacio Ducal.
Fue un 26 de junio, disanto de Pelayo, Payo o Pelagio, que tanto da, la fecha señalada. Se avisó a la ciudadanía de no tirar al monte, ni de hacer salida a las calles. Que todos respetaran el toque de queda ocasional, por no causar en ningún momento espantada al animal, y que el pregonero, a toque de cornetín, y la radio ya avisarían del fin del encierro.
Partió de alborada la breve expedición, don Hermócrates y la señorita Clementina, tomando a pie la carretera del Castañar y con destino a la Fuente del Lobo, que se creyó sitio pintoresco y apropiado para enmarcar la histórica captura. Lucía ella traje de volantes, blanco sin mácula, y zapatitos de tacón rebajado y tono aguamarina. El erudito vestía pantalón y camisa de verde legionario, por camuflaje, pues el plan era llegar hasta la fuente -tiene fama el unicornio de olfato fino, y tarde o temprano acabaría oliendo a la virgen-, quedarse Clementina junto al caño y el C.E.E.B.U. subido en un árbol próximo, por asesorar en caso de que surgieran imprevistos en la operación. Andaron ambos el camino sin más suceso que el cruzárseles unas vacas pendejas, de las que a veces bajan a la villa sin guía ni vergüenza.
-¡Otra vez vacas errabundas! ¡Tendré que escribir una queja en el "Béjar en Madrid"! -comentó el historiador.
Ya en la Fuente del Lobo, hermosa umbría, don Hermócrates se encaramó a la copa de un fresnillo, ejemplar inusitado entre los robles y los castaños del lugar. En realidad, el arbolito alzaba poco, y las hojas no hacían espesura suficiente para disimularle.
-¡Buf, de chaval era otra cosa! ¡En el trepar he sobrestimado mis aptitudes! En fin, alea jacta est.
Sobre su solio vegetal, don Hermócrates quitó la funda a una Kodak que llevaba para hacer reportaje del evento.
-¡Ah, si Heródoto hubiera tenido cámara! -suspiró.
Clementina, en la fuente, y el sabio, en el fresno, no esperaron mucho. A la media hora llegó el unicornio con su trote galano, jugando a deshojar árboles con el cuernecillo. "Viene por el camino de La Centena. Para a unos pasos de la doncella", apunto el Caporal en su libreta de canutillo.
Clementina y el unicornio se miraron largamente, como estudiándose. Parecía plano de película sentimental. Poco a poco, el unicornio se acercó hasta ella; la bella dama y la bestia bella ya estaban frente a frente. La doncella, sin miedo, sonriente, acarició con sus manos gordezuelas el morro del animal, que las lamió en señal de mansedumbre. Se contemplaban tiernos; afloraba una simpatía espontánea entre ellos. Mientras, a don Hermócrates se le había encasquillado el carrete ("Coño, y es made in Germany"), y andaba buscando el arreglo cuando Clementina montó en el lomo del unicornio. Tiraron monte arriba, la moza agarrada a las crines.
Al desistir de la reparación y alzar la cabeza, don Hermócrates sólo vio un zapatito aguamarina, iluminado por una brizna de sol, junto a la fuente. Rastro de Cenicienta. A don Hermócrates, en un segundo, le pareció que el lobo broncíneo sonreía, como burlón.
Desde entonces no se ha vuelto a tener noticia por estos pagos de Clementina y el caballito cornudo. Se dice que hoy vagan por campos oníricos infantiles, y que algunos niños, en sus sueños, cabalgan en la grupa del unicornio abrazados a la cintura de Clementina.
-¡Bárbaro país!
Al día siguiente, cantó el bando el pregonero: "Por orden del Señor Alcalde, se hace saber a la población que la caza del unicornio ha sido aprobada por este consistorio, y que de resultas se abre convocatoria pública para plaza eventual de Doncella Cazadora. Las aspirantes deberán aportar currículum vitae, certificado médico de virginidad y copia compulsada de la cédula de natalicio en Secretaría Municipal...".
Se presentaron catorce aspirantes. Nueve de ellas fueron rechazadas por superar la cincuentena, pues no parecía conveniente utilizar reclamo ajado; tres, por falsificación de certificado médico; y, de las dos restantes, se desestimó a la candidata Macaria Fané por haber dado negativo en el psicotécnico. Quedó elegida, por tanto, la señorita Clementina Bejarense, moza en los quince, regordeta y algo picada de viruelas, sin embargo de buen ver. El Cronista Oficial, don Hermócrates Cristobalino, fue a su vez nombrado C.E.E.B.U., es decir, Caporal Extraordinario de Expedición en Busca del Unicornio. El Círculo de Comercio donó una jaula, de estilo neochurrigueresco, en forja de hierro con reflejos de malaquita azul, obra del herrero don Rigoberto Chispa. La jaula fue colocada en el patio renacentista del Palacio Ducal.
Fue un 26 de junio, disanto de Pelayo, Payo o Pelagio, que tanto da, la fecha señalada. Se avisó a la ciudadanía de no tirar al monte, ni de hacer salida a las calles. Que todos respetaran el toque de queda ocasional, por no causar en ningún momento espantada al animal, y que el pregonero, a toque de cornetín, y la radio ya avisarían del fin del encierro.
Partió de alborada la breve expedición, don Hermócrates y la señorita Clementina, tomando a pie la carretera del Castañar y con destino a la Fuente del Lobo, que se creyó sitio pintoresco y apropiado para enmarcar la histórica captura. Lucía ella traje de volantes, blanco sin mácula, y zapatitos de tacón rebajado y tono aguamarina. El erudito vestía pantalón y camisa de verde legionario, por camuflaje, pues el plan era llegar hasta la fuente -tiene fama el unicornio de olfato fino, y tarde o temprano acabaría oliendo a la virgen-, quedarse Clementina junto al caño y el C.E.E.B.U. subido en un árbol próximo, por asesorar en caso de que surgieran imprevistos en la operación. Andaron ambos el camino sin más suceso que el cruzárseles unas vacas pendejas, de las que a veces bajan a la villa sin guía ni vergüenza.
-¡Otra vez vacas errabundas! ¡Tendré que escribir una queja en el "Béjar en Madrid"! -comentó el historiador.
Ya en la Fuente del Lobo, hermosa umbría, don Hermócrates se encaramó a la copa de un fresnillo, ejemplar inusitado entre los robles y los castaños del lugar. En realidad, el arbolito alzaba poco, y las hojas no hacían espesura suficiente para disimularle.
-¡Buf, de chaval era otra cosa! ¡En el trepar he sobrestimado mis aptitudes! En fin, alea jacta est.
Sobre su solio vegetal, don Hermócrates quitó la funda a una Kodak que llevaba para hacer reportaje del evento.
-¡Ah, si Heródoto hubiera tenido cámara! -suspiró.
Clementina, en la fuente, y el sabio, en el fresno, no esperaron mucho. A la media hora llegó el unicornio con su trote galano, jugando a deshojar árboles con el cuernecillo. "Viene por el camino de La Centena. Para a unos pasos de la doncella", apunto el Caporal en su libreta de canutillo.
Clementina y el unicornio se miraron largamente, como estudiándose. Parecía plano de película sentimental. Poco a poco, el unicornio se acercó hasta ella; la bella dama y la bestia bella ya estaban frente a frente. La doncella, sin miedo, sonriente, acarició con sus manos gordezuelas el morro del animal, que las lamió en señal de mansedumbre. Se contemplaban tiernos; afloraba una simpatía espontánea entre ellos. Mientras, a don Hermócrates se le había encasquillado el carrete ("Coño, y es made in Germany"), y andaba buscando el arreglo cuando Clementina montó en el lomo del unicornio. Tiraron monte arriba, la moza agarrada a las crines.
Al desistir de la reparación y alzar la cabeza, don Hermócrates sólo vio un zapatito aguamarina, iluminado por una brizna de sol, junto a la fuente. Rastro de Cenicienta. A don Hermócrates, en un segundo, le pareció que el lobo broncíneo sonreía, como burlón.
Desde entonces no se ha vuelto a tener noticia por estos pagos de Clementina y el caballito cornudo. Se dice que hoy vagan por campos oníricos infantiles, y que algunos niños, en sus sueños, cabalgan en la grupa del unicornio abrazados a la cintura de Clementina.
Gabriel Cusac
Semanario Béjar en Madrid, diciembre 92/enero 93
Semanario Béjar en Madrid, diciembre 92/enero 93
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