15 de febrero de 2012

El unicornio


I. Capítulo primero, con noticia del unicornio montaraz y hechos de la asamblea popular.

Rondaba el unicornio los montes del sur, muy pródigo en apariciones. Pasmó su presencia a un vaquerizo, de nombre Galván, en la bella dehesa corita, y a la vacada también, que aquietó entre tanto sin soltar un mu. Al eminente sabio Otto Fitz-Fitzgerald Froebel, doctor en Botánica por la Universidad de la Maguncia germánica, autor de la celebrada obra "Sobre la reacción de la bráctea de tilo a los eclipses de luna" y distinguido turista estival por estos lares, le erizó la barba cana y patriarcal al cruzárselo rampante en las espesuras allende el Mirador de los Gatos. Y también frey Canuto, francisco de visita a la ermita de Santa Ana, lo descubrió, mediado el día, encaramado en la fuente del lugar, bebiendo de la concha. El unicornio se percató del fraile, movió la cabeza como saludando y se marchó al trote, que por testimonio del franciscano era "paso en exceso fino y afectado, como atento a la disciplina de la Escuela de Equitación de Viena". Coincidían las descripciones de la bestia: potrillo estrellero, blanco níveo y de grandes crines, verde esmeralda sus pupilas, el marfileño cuerno retorcido a lo salomónico y media vara castellana de largo.
Causó pública conmoción la novedad del monocerote, y el ilustrísimo don Muño Soflama, regidor de la villa, convocó asamblea abierta para discusión del asunto, por ver entre todos en qué podría beneficiar o causar perjuicio el fantástico montuno. Fue la reunión en la Plaza de los Comuneros, al ser la sala de ediles foro estrecho para toda la concurrencia, pues se había llegado a capítulo media bejaranía y aún algunos de fuera; tanta era la curiosidad creada. Se situó todo el concejo en las escaleras eclesiales del Salvador, el alcalde centrado y en lo más alto, a modo de cúspide, y el resto de políticos en pirámide, y la escena, como ensayada, semejaba pantócrator profano. Un grupo de alborotadores silbó el cuadro; se trataba del sector crítico, desempleados mayormente y algún que otro libertario. Los corchetes, todos bigotudos, callaron la pita desenvainando sables. Habló entonces don Muño a viva voz, explicando la ausencia de antecedentes históricos y jurídicos sobre unicornios en Béjar; que el mismo Concejal de Prodigios se confesaba ignaro en el tema; que el caso tenía un intríngulis de agárrate y no te menees; que se hiciera el silencio de una puñetera vez; y que si alguno de los presentes era ducho en la materia. Alzó la mano don Abramelín García, apotecario, filósofo de arte hermético y hacedor de cartas astrales por encargo. Y dijo:
-Por boticas de la antigua China se sabe del asta del unicornio que en polvo cura impotencias, despeja ojos nublados y ayuda a la longevidad. En crisopeya es clave de varios tratados crípticos, talmente en "Pretiosa Margarita" de Petrus Bonus y en el "Pequeño tratado de la Piedra Filosofal" de Lambsprinck. Se le considera espíritu volátil mercurial que al unirse, tras alambique, con alma de azufre en el cuerpo químico fina la Gran Obra. Entre Freud y Jung hacen del unicornio gazpacho de símbolos, y tanto lo es sexual, como de cambio y nuevos proyectos, como que significa Cristo; pero ya sabemos que a los psicólogos hay que darles de comer aparte. En las mancias del orbe, en todo caso, se califica unánimemente como animal de buen augurio, y, como tal, ha de entenderse benéfico para esta villa. Opino, pues, que debe dejársele campar a sus anchas, sin ningún tipo de hostilidad ni acoso, como se hacía en la Roma de los césares con los vivos presagios, que buenos eran respetados y hasta mimados, mientras que los malos, entiéndase por ejemplo nacimiento de un ternero de dos cabezas, o cuervo posado en una encrucijada, eran muertos sin retardo. He dicho.
Unos aplausos tímidos escoltaron la alocución de don Abramelín. A continuación tomó la palabra don Hermócrates Cristobalino, Cronista Oficial de la villa y erudito en historia medieval.
-Matizo. Cierto que para los chinos era animal de buen augurio, y que incluso intervino como correo de buenaventura en el nacimiento de Kong Fu Tse, o sea Confucio, el gran filósofo oriental. En Occidente, al unicornio ya lo citan, con variantes descriptivas, el griego Ctesías, del cuatrocientos antes de Cristo, y también Plinio el Viejo, pero sin connotaciones agoreras. Mas debe señalarse que su comportamiento evoluciona a lo largo de los siglos, y en la Edad Media convergen teólogos y autores de bestiarios en su condición dañosa, de tendencia violenta y matador de paladines, cual dragón, hasta que una doncella lo amansa con carantoñas y el unicornio se deja llevar, muy dócil, a estancias áulicas. Dícese que desde entonces no acomete contra los hombres, y de hecho ninguno de los respetables testigos que dan fe han sufrido ataque. No obstante, quedan varias incógnitas por resolver. ¿Es el unicornio uno e inmortal, como se afirma en algunos textos? Si así ocurre, ¿cómo salió de palacio? ¿Se ha fugado? ¿Es descendiente, acaso? ¿Es otro? ¿Y qué industrias tiene por nuestros alrededores? He aquí que mi discurso concluye con puntos suspensivos.
Los aplausos fueron esta vez más crecidos, gracias en buena parte a que los doce hermanos de don Hermócrates, con sus respectivas consortes y algún que otro vástago, se hallaban presentes en la junta. No habían acabado de resonar las palmas cuando don Carmelo Peculio, presidente en funciones del Círculo de Comercio, presentó su propuesta.
-¡Seamos prácticos, entonces! Si el unicornio es rareza escasa, buen augurio y, además, lo tenemos al lado, ¿por qué no capturarlo? En jaula, tendríamos el buen fario atrapado en casa. Y expuesto, a precio, para el turismo sería fuente de riqueza para la villa, tan pachucha de arcas desde la crisis del textil. ¡Un elemento dinamizador de nuestra economía, qué coño!
-¡No se pueden atrapar maravillas en estos tiempos descreídos!-rugió don Abramelín.
-¿Por qué no intentarlo? Aunque la empresa precisaría cebo de mujer virgen, es imprescindible -aseveró don Hermócrates.
-¡Tal captura no sería ecológica! -protestó, desde la tribuna escalonada, don Pinto Sabina, Concejal de Flora y Fauna, además de reconocido conservacionista.
-¡Pero sí rentable! ¡Y no estamos como para tirar cohetes!-replicó don Carmelo.
-¡Es matar la poesía! -gritó don Ruy Soñador, poeta de estrofa italiana y talabartero de ferias, por lo poco que da el arte lírico.
-¡A la postre crearía empleo! -arguyó don Jano Pérez, representante sindical de tejedores.
-¡Pobre cornúpeta! -se lamentó doña Euduvigis Misina, rectora honorífica de la Sociedad Protectora de Animales.
-¿Dan vino de honor con pincho? -inquirió don Segismundo Negro, carbonero.
Defensores y detractores de la libertad del unicornio se enfrascaron entonces en la polémica, con tal ardor que hasta salieron puños. Intentaron pacificar los corchetes, desenvainando de nuevo como gesto disuasorio, pero nadie parecía fijarse en ellos. Por fortuna, una habilísima iniciativa de la corporación municipal logró parar el arrebato de la turba, y fue que los concejales, por primera vez unánimes, entonaron a coro "Las cinco abejas", himno local con letra de don Juan Colorado y música de don Teófilo Sanz. Al cabo, toda la plaza esta cantora.
Finó el himno, y más aplausos. Ya pacificada la masa popular, don Muño disolvió la asamblea con el compromiso de que en pleno consistorial se adoptaría una resolución definitiva. Comenzó a chispear. La gente marchó a sus casas con pañuelos de cuatro nudos en la cabeza.

(Continuará)

Gabriel Cusac

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