20 de diciembre de 2019

De Béjar a Talaván: una odisea cultural. Artículo publicado en la Revista del Centro de Estudios Bejaranos, nº XXIII, diciembre 2019.




 
Exterior de la ermita del Santo Cristo del Ejido. Destaca el curioso remate piramidal de la cúpula (Imagen de Juan Carlos Pérez Hernández)

¿Qué nexo une Béjar con el lejano Talaván, lugar cacereño de Los Cuatro Lugares?  ¿Qué tiene que ver el Centro de Estudios Bejaranos con una ermita situada a más de 100 kilómetros de nuestra ciudad? A veces el mundo de la cultura mueve afanes solidarios, tejiendo hermosas historias como la que voy a contar. Fue Talaván nueva Cólquida, fueron un puñado de bejaranos insospechados argonautas, y la rehabilitación de unas ruinas -que no un robo mitológico, a tanto no llega la metáfora- sigue siendo el dilecto Vellocino de Oro.
La ermita del Santo Cristo del Ejido, a las afueras de Talaván, pero vecina próxima de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, amén de ruinosa, es de fábrica pobre. No se tendría en pie sin el auxilio de los distintos contrafuertes que la sujetan. Se alza en mampostería de pizarra y arenisca, con parches de ladrillo; la piedra de sillería solo está presente en la puerta de entrada y en los dos arcos diafragmáticos del interior: uno divide la nave; el otro separa a ésta de la cabecera. Dicha nave, como la sacristía, está descubierta; la bóveda de la capilla mayor, leprosa de grietas y de verdín, tiene la circunferencia descabalada de un balón pinchado. Algunos grafitis ensucian el encalado de la sacristía y del presbiterio. Un espacio inculto, donde antes estaba enclavado el antiguo cementerio, ofrece al visitante un proemio de desolación. Unos nichos de torpe ubicación, abiertos, inoportunos y obscenos, se adosan en el lado de la epístola, apenas entrar en el viejo templo. Entonces, ¿qué coño merece la pena de esta ermita? ¡Ay, amigos! No os lo podéis perder. Porque estos muros humildes, afligidos por un abandono secular, son el cofre del más inverosímil catálogo de esgrafiados que pueda encontrarse en la iconografía patria. No se trata de ninguna hipérbole.
 
Panorámica de la espectacular decoración de la cúpula (Imagen de Eloy Díaz Redondo)
 Grotescos, sin parangón, ingenuamente terroríficos, una cenefa de monstruos alados convierte la cúpula herida en un nido de pajarracos bosquianos. Se trata de veinte “réprobos” o “ángeles malos” -en origen veintiuno; debemos la baja a los estragos de la humedad-, veinte rabiosos monigotes, de bocazas vociferantes y colmillos vampíricos, de ojos desorbitados y expresión enloquecida, excesivos de alas y tocados con unos graciosos gorritos con borla, ninguno igual a otro, pero todos parecidos (seguramente porque fueron hechos sin plantilla, a pelo). Los gorros, como las fauces réprobas, están pintados de un carmesí chillón, estridente. Tan infernal escuadrilla ofrece la impresión de haber sido diseñada por un niño; el artífice no era Michelangelo Buonarroti. Bajo ellos -y no puedo decir bajo sus pies, ni bajo sus garras, porque hablamos de bustos alados-, entre boceles, una leyenda en latín con reminiscencias del libro de Isaías se refiere al sacrificio de Cristo y, a continuación, nos ofrece la fecha del 15 de marzo de 1628, data probable del término de la decoración y, por ende, de las obras. Sobre ellos, el esgrafiado cede a la geometría (aunque inexacta, debido a la deformidad de la cúpula), y una red de casillones con rosetas avanzan hasta el remate de la bóveda vaída, resuelto en un disco que a su vez encierra un gran floripondio multipétalo: el efecto es hipnótico.
Aunque el corro de “réprobos” o “ángeles malos”, por su rareza y espectacularidad, resulta lo más llamativo del cartel, otras figuras completan el conjunto de esgrafiados de la ermita del Santo Cristo. En las paredes de la capilla mayor, los desconchones del encalado nos permiten descubrir secuencias del programa decorativo oculto. De este modo, en el arranque de la bóveda, bajo la leyenda bíblica, asoma con intermitencia un friso de medallones con distintas Arma Christi, ya sin pintura añadida; solo los clavos y las escaleras de la Pasión se muestran con claridad, aunque pueden distinguirse otros elementos como las tenazas o los flagelos. Unos seres híbridos, una especie de ángeles con cola vegetal, son los tenantes de estos medallones. Así mismo, en la pared del altar, reaparece la malla de casetones con rosetas, ahora con la regularidad que permite la superficie. Las celdillas, pero en este caso vacías, se repiten en toda la nave.
 
Dos réprobos (Imagen de Eloy Díaz Redondo)
Ya en lado del evangelio de la nave, y en sendas enjutas del arco diafragma que la divide, otros dos medallones captan poderosamente la atención, dada la singularidad de sus habitantes. Se trata del “hombre gato” y la “mujer con toca”. El trazo nos indica la misma autoría que el resto de las figuras esgrafiadas. Seguimos la descripción de tales figuras a cargo de Roberto Domínguez Blanca: “El que mira a poniente tiene rasgos que se antojan felinos, con un bigote hirsuto y una especie de sombrero hongo. En la vestimenta, con decoración de espiga, se advierte la botonadura. El medallón que mira a levante contiene ahora una cabeza femenina, antropomorfa pero igual de inquietante. Aparece tocada y envuelta en una capa, también decorada con motivos de espiga que deja ver la botonadura”. Sobre su significado, otro experto, Samuel Rodríguez Carrero, afirma que, en correspondencia con el resto del programa iconográfico presente en la ermita, ambos personajes serían respectivamente un soldado romano y una de las mujeres de la Pasión: “Sería completamente anacrónico el hecho de que este personaje masculino [el “hombre gato”] portase un sombrero inventado a mediados del siglo XIX, si bien entre los sombreros propios del siglo XVII y contemporáneos al esgrafiado destacaban los de ala ancha, los tricornios o sombreros de tres picos, o el característico sombrero capotain, invención española adoptada particularmente por los colonos de Estados Unidos de América. Se asemeja, por el contrario, con el casco español propio de la época, diseñado en forma cónica y denominado morrión. No dejaría de ser habitual la representación de personajes históricos según las modas preponderantes en la época de la creación, de tal manera que no sería ilógico suponer que este posible soldado siguiendo las directrices militares de la Edad Moderna castellana, con bigote retorcido y perilla como el propio rey Felipe IV gustaba de lucir, fuese la representación de uno de los soldados romanos que castigó a Jesús en su camino al Calvario, idealizado así por el pintor al igual que otro artista mundial y archiconocido contemporáneo a él, Diego de Velázquez, reflejase a su mitológico y clásico Marte como capitán de los tercios, tocado con lujoso morrión y bigote retorcido. De igual manera sería fácil pensar por tanto que el personaje femenino ubicado ya en el tramo medio, tocado con lo que se asemeja a un rebocillo alrededor del rostro y sobre la cabeza, podrían ser una de las santas mujeres que acompañaron a Jesús a lo largo de la Vía Dolorosa, entre las que se encontraba su propia madre Santa María”. Por su parte, el profesor José Julio García Arranz considera más probable que los medallones encierren el retrato de benefactores de la ermita.
El "hombre gato" (Imagen de Juan Carlos Pérez Hernández


Ya vemos que la interpretación iconográfica puede resultar apasionante. Otro tanto ocurre con las criaturas de la cúpula. Roberto Domínguez Blanca y yo compartimos la opinión de que se trata de réprobos, de condenados al Infierno, siendo los retoques posteriores fruto de un desafortunado intento de restauración sobre los trazos originales. Así nos los parece indicar una serie de indicios: aunque particularísimos, una invención individual en todo caso, los réprobos estarían en consonancia con una didáctica contrarreformista, como corresponde a su tiempo; si el programa decorativo, la leyenda y la misma advocación de la ermita se refieren a Cristo y a su sacrificio, ellos, sufrientes, horrorizados, representarían lo que sucede despreciando ese sacrificio. Las alas, en una metáfora ancestral, nos indicarían que son almas. Los gorritos pintados son, con toda probabilidad, las corozas que portaban los condenados a las hogueras de la Inquisición. Y, sobre todo, pensamos que una intervención posterior que transformase a primitivos ángeles en lo que vemos ahora, sería la gamberrada del siglo -una gamberrada, por lo demás, que precisaría planificación y mucho tiempo de trabajo-, algo inconcebible. No obstante, el citado José Julio García Arranz interpreta que el aspecto actual de las mismas es fruto de una transformación icónica realizada durante el primer tercio del siglo XIX; inicialmente se trataría de un coro de serafines. Su opinión, por supuesto, es tan respetable como la nuestra. Saludable polémica que algún día -esperemos- será resuelta en las labores de restauración.
Después de este vistazo rápido -y a todas luces insuficiente; por favor, acérquense a Talaván cuando les sea posible- a la ermita del Santo Cristo del Ejido, toca hablar de la aventura solidaria a la que nos referíamos en el principio del texto.
La "mujer con toca" (Imagen de Juan Carlos Pérez Hernández)


Descubrí la ermita en un programa televisivo emitido el 17 de septiembre de 2012, Cuarto Milenio. Y no tardé en visitar la ermita. A partir de entonces, el lugar se convirtió en una obsesión. No concebía que un ejemplo iconográfico curiosísimo, sencillamente único, estuviera sometido a semejante estado de abandono. La maleza cubría toda la nave, había basuras por doquier, huesos en los nichos abiertos, una higuera enorme obstaculizaba el paso y tapaba con sus ramas al “hombre gato”. Pero, sobre todo, la pobre estructura del templo amenazaba -y sigue haciéndolo- con venirse abajo en cualquier momento, convirtiendo en irrecuperable el singular catálogo de esgrafiados. A pesar de mis escasos conocimientos artísticos, a pesar de ser un mindundi, decidí luchar para que esto no ocurriera. Y busqué apoyos. La desidia de las instituciones públicas en temas culturales es algo previsible; pero nunca imaginé la magnificencia de la respuesta popular, de la gente, amigos y desconocidos que se sumaron a la causa, que compartieron y comparten un mismo afán en esta odisea inconclusa.
No dudaron Antonio Avilés Amat ni Roberto Domínguez Blanca, presidente y secretario respectivamente del CEB, en acompañarme a Talaván una mañana de febrero de 2013. Quedaron maravillados con el descubrimiento de la ermita. Desde ese momento, el marchamo del Centro de Estudios Bejaranos se convirtió en el soporte principal de la causa.
Las primeras acciones se desarrollan con celeridad. Ese mismo mes sale a la luz el informe pionero de Roberto Domínguez Blanca sobre los esgrafiados del templo. Carmen Cascón Matas, vicesecretaria del CEB, utiliza este informe para dirigirse a Hispania Nostra; en abril de 2013 se consigue incluir la ermita en la Lista Roja del Patrimonio. Igualmente, el CEB hace oficial su participación a favor de su rehabilitación, poniéndose en contacto con la Diputación de Cáceres y con Mª del Pilar Merino, Directora General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Extremadura. La reacción política, como comprobaremos, fue miserable, quedando reducida a buenas palabras y promesas vacías. En junio, de nuevo Carmen Cascón se curra una colecta de firmas en Change.org; al cabo se recogerían más de cuatrocientas. Me estremezco ahora, se me eriza la piel cada vez que recuerdo la rápida, eficiente y desinteresada participación de Antonio, de Roberto, de Carmen. Mil gracias. Así da gusto. Así se siente la cultura como algo vivo, dinámico. Así se entiende, también, la solidaridad. Todo un ejemplo.
En paralelo, se produce una notable proyección mediática. El tema aparece en las plataformas digitales hoy.es, bejarfm.es y bejar.biz, en el periódico Vivir Extremadura y en el espacio radiofónico Tercer Milenio. Pero, sobre todo, dada su gran audiencia, merece una mención especial el ya mencionado programa televisivo Cuarto Milenio, en su edición del día 14 de abril, donde el presentador Iker Jiménez realiza la lectura de una carta que le envié alertando sobre el peligroso estado de la ermita del Santo Cristo. A su vez, en Talaván comienzan a despertarse conciencias. El ayuntamiento talavaniego procede a la limpieza y desbroce de la finca, y varios paisanos -Antonio Barco, José Muñoz, Mª Rosario Jiménez, Carmen Jiménez o Manuel Sánchez, entre otros- difunden a través de las redes sociales la necesidad de acometer urgentemente las obras de restauración. Precisamente del talavaniego Manuel Sánchez parte la iniciativa de enviar mails personalizados a José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura.
Pasa el tiempo, y las autoridades patrimoniales extremeñas, como el propio Monago, se pasan por el forro nuestras peticiones. Dale a Gil la vara de alguacil. Cuántas personas conozco, gentes de a pie o expertos en historia o en arte, que se habrían dejado la piel buscando soluciones. En fin. Hacían falta propuestas imaginativas, y en febrero de 2014 se inicia La Cadena, campaña digital de textos enlazados, donde un primer autor daba paso a un segundo, éste a un tercero, y así sucesivamente. Esta cadena se inició en dos tramos simultáneos, el bejarano, a cargo de Carmen Cascón, y el extremeño, con un detallado informe técnico de Samuel Rodríguez Carrero. Acabaría participando gente de toda España, en su mayor parte blogueros. Creo que es de justicia que aquí figuren sus nombres, y espero no dejarme a nadie en el tintero. Además de Carmen Cascón y Samuel Rodríguez, colaboraron Jesús López Gómez, José Manuel López Caballero, Antonio Avilés Amat, Ángela Asegurado García, Cristóbal Medina Montero, Juan de la Cruz Mayo, Luis Rodríguez Martín, Francisco Javier Ceballos Alba, Tomás Aguilera Durán, José Muñoz Domínguez, Ainhoa González de Alaiza, Guille Blanc y José Muñoz González. Otra de las aportaciones que quiero destacar es la de Eloy Díaz Redondo, quien posiblemente haya realizado el reportaje fotográfico más exhaustivo sobre la ermita del Santo Cristo. Como internet es un sindiós, hay decenas de sus fotos circulando por las redes sin que sea mencionada la autoría. Otra excelente galería de imágenes sobre la ermita corre a cargo de Juan Carlos Pérez Hernández, fotógrafo también afincado en Béjar.
Llega octubre de 2014. Parece que dos años de lucha van a dar su fruto. Pilar Merino, Directora General de Patrimonio, llama al Ayuntamiento de Talaván anunciando la inclusión de la ermita en el Catálogo de Bienes de Interés Cultural de Extremadura.  Poco después, Juan Antonio Vera Morales, arquitecto del Servicio de Obras y Proyectos de Patrimonio, realiza una Memoria valorada de intervenciones de urgencia en la ermita. Y ya a principios de 2015, por parte de la Junta de Extremadura se anuncia una partida presupuestaria para la mejora del patrimonio eclesiástico extremeño. La ermita del Santo Cristo de Talaván figura en la lista.
Todo maravilloso. Y todo falso. La ermita no fue declarada BIC. Las obras nunca llegaron. Las promesas se explican porque había elecciones autonómicas en mayo de 2015. Y las promesas acallaron nuestros esfuerzos reivindicativos. Al cabo del tiempo, ante semejante puntilla, nadie encontró las fuerzas para retomar tan noble aspiración. Y aquí podría acabar esta historia, resumida en el fracaso de unos quijotes -la mayor parte bejaranos de nacimiento o de adopción- derrotados, que no enderezaron el tuerto ni deshicieron el agravio.
Sin embargo, aquella demanda fue el germen de una asociación surgida cuatro años después: Talaván Historia Viva. Asociación que nace con un fin general, la defensa de la cultura talavaniega, pero, a su vez, con un objetivo específico, prioritario y urgente: la rehabilitación de la ermita del Santo Cristo. Y nace como una revolución. Dirigida por mujeres tenaces, en su breve historia ya ha alcanzado en torno a 150 socios, y, lo más importante, ha conseguido movilizar a todo el pueblo; a modo de martillo pilón, ha incordiado a la Junta de Extremadura y al Ayuntamiento talavaniego retomando algunas acciones de la antigua campaña, y es su deseo seguir incordiando hasta que la restauración de la ermita no se consume. Tiene además la ventaja de la inmediatez; vuelvo a recordar que Béjar está a más de cien kilómetros de Talaván. Y recupera un dominio por justicia genuino. Un bien patrimonial es, por definición, de todos y de nadie; la ermita del Santo Cristo del Ejido merece ser rehabilitada para beneficio de cualquier persona (ante todo, tenemos la obligación de ceder este legado al disfrute de las generaciones venideras), pero su defensa debe estar encabezada por los mismos talavaniegos, incuestionablemente. En puridad, ellos son los primeros custodios del Vellocino de Oro.
A día de hoy, vislumbramos la luz al final del túnel. A través de una subvención, parece que hay dinero para rehabilitar la cabecera de la ermita (sí, desearíamos una rehabilitación integral, pero por algo se empieza). Según palabras del alcalde, Francisco Miguel del Barco Collazos, el ayuntamiento de Talaván ha contratado a un arquitecto para definir un proyecto de actuación urgente. Sin embargo, personalmente opto por la cautela (y más en estos tiempos, cuando cada año es electoral). Son demasiados palos acumulados; ya nos despistaron fuegos fatuos en el pasado. Me lo creeré cuando comiencen las obras. Cuando terminen, si me apuran. Pero ha renacido en mí la esperanza, cuando había tirado la toalla, y sé que el trabajo incesante de Talaván Historia Viva descarta la rendición.
Esperaremos acontecimientos. Acabo ya, pero quiero rematar estos papeles con la inclusión de un texto al que tengo especial cariño, la leyenda de los réprobos de Talaván. Para cerrar con una sonrisa.

Leyenda de los réprobos de Talaván
Cuídate, por un lugar de los Cuatro Lugares, de los idus de marzo. No son estos idus los romanos, tiempos de buenos augurios, pascuas profanas, por Talaván de los Cuatro Lugares del Campo. Desde la torre de la Asunción -esa torre hoy coronada de una prótesis nefasta-, tiemblan los bronces a medianoche, y mientras las doce campanadas se difuminan por los llanos como un fúnebre estertor, van desperezándose los réprobos de la ermita vecina, la siniestra ermita del Cementerio Viejo, la olvidada ermita del Santo Cristo. Despiertan también el hombre gato y la mujer con toca, abandonando sus medallones con el ansia del reencuentro. Para ellos, para los hijos del anatema, suena toque de resurrección en la noche del 15 de marzo. Es toque a rebato para los talavaniegos: cada mochuelo a su olivo, y que nadie asome la gaita.
Resucitan los condenados. La capilla es palomar revuelto, estampida volátil, caos colorido de plumas y gorros con borla. Alza el vuelo una jauría infernal, una escuadrilla rabiosa y enloquecida que abandona la ermita con un jaleo, cómo no, de mil demonios. El hombre gato y la mujer con toca, acurrucados bajo la cúpula, les despiden con la educación inversa del inframundo: "¡Id con el diablo!".
Cuídate, por Talaván, de la noche del 15 de marzo. Rasga el cielo una nube disparatada y chirriante; no hay bandada más horrible. No imaginaron Pieter Brueghel, el Bosco, Goya, tan extraña pintura, tan grotesco aquelarre, tales monstruos voladores de ojos desorbitados y dientes vampíricos, con sus gorritos de borla, con sus alas gigantes. Son vándalos enfurecidos. Arrasan los huertos y los sembrados, atacan como lobos al ganado, destrozan los tejados; se agolpan, como polillas, tras las ventanas iluminadas, mostrando sus fauces a los incautos que han olvidado la fecha. Dicen que les divierte bajar al Tajo, donde Nuestra Señora del Río, y embestir una y otra vez contra la corriente como martines pescadores; número acuático de delfinario surrealista, los insospechados réprobos sumergiéndose y emergiendo en las aguas, a la luz de la luna. Con sus alas gigantes, con sus gorritos de borla. Nada aerodinámicos. Figurándonos la estampa, y con una pizca de cariño, podemos decir: “¡Son como niños, los condenados!”.
Como niños gamberros, pasan toda la noche haciendo pifias. Y, al presentir la alborada, regresan a sus ruinas agotándose en las últimas acrobacias aéreas. Ríen y gritan. Su risa es descacharrada; sus gritos, metálicos. Raya el alba cuando están acoplándose en sus casillas. El hombre gato y la mujer con toca se despiden con un largo abrazo, y retornan a sus medallones.
 Se acabó la licencia. Otro año de esgrafiada quietud.



 Gabriel Cusac Sánchez

2 comentarios:

  1. Eres "el que la sigue". Lo sorprendente es cuánta tenacidad se ha de emplear en un proyecto que venga "desde abajo" para que los poderes públicos actúen. Sin embargo un alcalde puede gastar, quitar, poner, requitar, reponer, con una facilidad pasmosa y sin necesidad de movilizar a tanta gente como ha conseguido tu pesadez admirable.

    ResponderEliminar
  2. Vamos a ver qué pasa. A esta odisea, de la que tú también eres cómplice, le falta el capítulo final. Un saludo, Juan.

    ResponderEliminar

Seras respondido en breve