13 de junio de 2009

El ángel de la calleja de Horno de San Juan




Apareció de un día para otro, dibujado frente a una vieja taberna del barrio de San Juan, una tapia encalada a modo de lienzo y, como óleo, un verdín de humedad. Era un rostro andrógino y hermoso. Una melena le cubría hasta los hombros, donde el dibujo se difuminaba. Sonreía, alegre, a los transeúntes de la estrecha callejuela, y ejercía de portero afable a la clientela tabernaria. Fue alguno de tales clientes quien le llamó el Ángel. Todo esto sucedió sin grandes alharacas. El Ángel fue entendido como una mancha simpática, no cómo un nuevo Bélmez. Y nadie, por supuesto, sugirió el peregrinaje, aunque por menos se han montado sacrosantos negocios y devociones.
La aparición de el Ángel aconteció hace bastantes años, cuando San Juan estaba más vivo y era el centro de una movida rezumante de hachís, música y libertad. Los canutos se pasaban por la izquierda, y era probable que el de la izquierda fuera un desconocido. Felipe González había ganado las elecciones. Una emoción expectante, con un incierto tufillo revolucionario, flotaba en el ambiente.
Luego llegaron unos tiempos abigarrados, densos de cambios y acontecimientos. La ciudad, a su pesar, comenzó a repudiar su sonoro apodo de "Manchester de las Castillas". El partido en el poder, aquel que hizo creer en una nueva España, se aprestaba en arruinar la democracia y el socialismo, curándonos de ingenuidad y huyendo a pasos agigantados de la utopía. En San Juan, se multiplicaron las redadas y las peleas. La cocaína dejó de ser un mito refugiado en mansiones, y la heroína, pérfida e inexorable, descubrió a la basca la cueva infernal que aguardaba tras su pórtico beatífico. Murieron los primeros yonquis. Se perdió, en cambio, el LSD, como se perdieron los ecos psicodélicos. Empezamos a olvidar a Pink Floyd. La cosa se estaba poniendo seria y no era cuestión de alucinar. Dejamos, también, de compartir los porros.
Entre tanto, el Ángel sufría un doloso proceso de desfiguración. Perdiendo la belleza y la sonrisa, desgreñándose, ojeroso, cerrando la luz de su mirada, aproximándose al horror y a la fealdad. En poco más de dos años se convirtió en un demonio. Y el dueño de la tapia decidió volver a encalarla.
Sin embargo, la cal no pudo ocultar totalmente aquella macha mutante, aquella material metáfora de humedad. Aún queda un borrón.

Gabriel Cusac

5 comentarios:

Jony dijo...

No conocí al 'Angel' del callejón San Juan, quizá cuando pase por la vieja Manchester me daré una vuelta por esa zona tan olvidada

mojadopapel dijo...

Un relato lleno de simbolismo, recuerdo y.... nostalgia?

Gabriel Cusac dijo...

A ver si es pronto, Jony. Recuerdo y nostalgia, mojadopapel, de cuando era mucho más joven y mucho más idiota, cuando mi visión del mundo era ingenua, libertina y libertaria. En cuanto a lo del simbolismo, la humedad angelical existió realmente, y realmente el ángel se fue convirtiendo en diablo. El símbolo nació, espontáneo, en el muro, y fue degenerándose por sí mismo. Otra cosa es la interpretación -según pensará la mayoría, tendenciosa- que yo hago respecto al poder, vinculándolo a la maldición.Menos mal que Jony y tú habeis acudido en mi socorro, osando meter un comentario a este texto radical e irreverente. En todo caso, es un gusto decir lo que me sale... del alma.

fotosbrujas dijo...

o de los cojones que al fin y al cabo es el eufemismo con el que represntamos léxicamente al alma ¿no?


¿Se puede decir cojones aqui?
saludos

Gabriel Cusac dijo...

Ahí, ahí, un eufemismo como la copa de un pino. Y claro que se puede decir cojones. Incluso picha. Este es un blog muy permisivo. Un saludo, brujo.