22 de agosto de 2009

Churros, porras y flashback


No se crean ustedes que no me pasan cosas reseñables más a menudo; el problema es que pocas veces me apetece contarlas. En todo caso, siguiendo este ritmo de producción, calculo que dentro de quince o veinte años este diario tendrá un volumen aceptable; entonces intentaré publicarlo como autobiografía, aunque habré de intercalar unos cuantos episodios tan dramáticos o espectaculares como falsos para darle sustancia. Pero a veces las cosas sencillas son las más entrañables.
Hoy me he levantado de buen humor. Es el primer día de mi segundo período vacacional. A diferencia de las obleas o las descargas de internet, las vacaciones me gustan partidas. El primer cigarro, asomado a la ventana, me sabía a gloria. Mientras fumaba, me llegó el perfume de la churrería. ¡Ah, los churros! ¡Las porras! Excelencias patrias que me hacen sentir orgulloso de ser español. Sin darme cuenta, emocionado, comencé a descender por el canalón que pasa junto a mi ventana. En calzoncillos y zapatillas, despelujado y con una figura que dista mucho de ser apolínea, debería semejar una versión desesperada de Spiderman. A la altura del tercero me di cuenta de mi error. Sin duda, volví a ser víctima del efecto flashback, motivado por los seis meses de intensa medicación antidepresiva, es decir, agilipollante. Ahora estoy tan jodido como siempre, pero la depresión ha cesado. Este efecto también le sufren los que han tomado mucho LSD -sustancia que, por cierto, no he vuelto a probar desde mi dorada juventud; sirvan estas líneas para formular una encarecida petición de ácidos a quien corresponda- o a los ex-políticos, quienes suelen levantarse en mitad de la comida para pronunciar un enardecido discurso y al cabo se dan cuenta de que han intentado engañar a su propia familia. Una sintomatología chunga, este flashback.
Finalmente compré los churros como todo el mundo, vestido y con dinero, y volví a casa. Seguían todos dormidos, pero los pequeños se despertaron al poco tiempo, sincrónicos. Con Lucía en brazos y Dani al lado, contemplando el nuevo día desde el balcón, hice un recorrido circular sobre la panorámica urbana con mi dedo índice.
-Hijos míos -les dije-, algún día dejaréis de vivir en este pueblo de mierda.
Fue un momento solemne y cinematográfico, una escena con aires de epopeya. Nos esperaba un gran día.

Gabriel Cusac

7 comentarios:

Lola dijo...

jajaja,algún día colgaré tu foto bajando por el canalón.

mojadopapel dijo...

Lola, y que lo veamos, jaja.

fotosbrujas dijo...

juaaaaa¡¡
me reido, viéndote "apolineo" adherido a la pared y al canalón cual spiderman
no me ha hecho falta tener mucha imaginacion (que la poseo) para verte de la guisa de "arañaman", jisjsisji qa ver si nos vemos
un saludo
que tal la nena?

fotosbrujas dijo...

Lola tia cuelgala
por dios cuelgalá
que la cuelgue que la cuelgue¡¡
aclamacion popular profoto de "arañaman"

SILVIA dijo...

JAJAJAAAAAAAA!!! Me uno a la petición popular: Lolita, cuelga la foto, por favooorrrrrrrrr!!!
Y añadiré una más: Quiero churroooos pa desayunar!!! Joé, que por estos lares esas cosas no se llevan. Mil besitos!!!

Anónimo dijo...

AUTOR: ... panorámica urbana con mi DEDO INDICE. Hijos míos -les dije-, algún día dejareis de vivir en este pueblo de mierda.
HIJO: -No es un pueblo de mierda, docto progenitor, es que llevás un lustro sin trasquilaros las "ungûlas".
AUTOR: -"Certus" pibe, asemejan obleas.
HIJA: -Caca, papito.
AUTOR: -"Certus" pibita, caquita en las uñas.
HIJA: -No papito, en el conjunto de mis dos nalgas. Jé jé.
AUTOR: -Puuffff! (hace mutis por el foro).

TÍTIRO.

Gabriel Cusac dijo...

Huuuuum...Seguidores.