
De ser un armadillo como otro cualquiera, no estaría en nómina de este bestiario exótico. Es sin duda el más original de la ya extraña familia de los dasipódidos, y el más cosmopolita. En su recorrido panamericano, atraviesa los Andes, desde Ushuaia a Los Motilones, sigue avanzando por la Cordillera Central y finalmente, empalmando con las Montañas Rocosas, alcanza Alaska. O viceversa. Se le ha visto a lo largo y ancho de toda esta gran espina dorsal continental, pero, como un fugitivo óptimo, jamás ha sido capturado. Tal ubicuidad tiene más relación con el hábito itinerante que con su abundancia. En efecto, los crash-crash del sur se ven impelidos a viajar hacia tierras norteñas; los crash-crash del norte, a su vez, persiguen el Finis Terrae meridional. Obedeciendo a este atávico instinto peregrino, su vida es errancia. Emprenden el viaje en solitario, místicos o misántropos, y sus encuentros con otros congéneres se resumen en un hosco gruñido o, si se tercia, en fugaces ayuntamientos que apenas distraen su marcha. Sólo descansa la hembra en el período de gestación y cría, y no se sabe cuánto tiempo dedica en estos menesteres. El cachorro, cuando deja de serlo, se echa a los caminos, hacia el norte o el sur. Guarda varias diferencias anatómicas respecto a sus congéneres: carece de cola y su hocico es menudo. Las extremidades, por el contrario, son largas como las del quiriquincho que aparece en el mapa antiguo del cronista Alonso de Ovalle. Una estrella indiscreta se dibuja en el caparazón; para los indios hopi, el signo no es casual: creen al armadillo crash-crash visitante del espacio exterior, mascota de los Antiguos Maestros alienígenas que trajeron la sabiduría a la Tierra. Le llaman hijo del Cielo; es su animal totémico. No se ovilla, ni sus placas son espinosas: su mecanismo de defensa es tremendamente sutil. Así, en caso de ataque, da la espalda a su enemigo, y las placas de su caparazón, volteándose y mostrando el envés, conforman una superficie pulida que, a modo de espejo deformante, refleja distorsionada la propia imagen de su enemigo. Éste huye entonces espantado. Sólo teme al más maléfico de los depredadores, el hombre. Como venganza contra esta criatura exterminadora, se aposta en las orillas de las carreteras, nocturno. Cuando un automóvil se acerca, el armadillo despliega su espejo fisiológico, deslumbrando al conductor con el propio reflejo de la luz de los faros. Es un justificable acto de guerrilla, una escamaruza eficaz, limpia y no pocas veces mortal contra el ser destructor de su hábitat y de todos los hábitats.
Su dieta es herbívora; la edad que puede alcanzar, indeterminada. Cuando muere, su carne es rápidamente devorada por los carroñeros. De las placas espejeras se ocupa el pájaro delicado, ave curiosa que adorna el ramaje de un árbol con las mismas, como reclamo exquisito y barroco para atraer a la hembra. De él hablaremos en otra ocasión.
Gabriel Cusac
3 comentarios:
soy una crash-crasha ¿cuando me has descubierto?
La semana pasada, cuando el accidente. Encantado, crash-crasha.
Hervíboros dices? Pues yo no soy, que a mí la carne me vuelve loooookaaaa!!! ( Más loka, digo ).
Me gusta esto del bestiario.
Mil besitos!!!!
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