26 de marzo de 2010

La noche del zepelín, Norberto Luis Romero


La buena literatura no tiene edad. Nada importa que el florido estilo de Norberto Luis Romero (Córdoba, Argentina, 1949) nos parezca anacrónico, o que la temática de esta obra esté impregnada con el perfume rancio del decadentismo fin de siècle. Afanes anticuarios como mérito gustoso para algunos excéntricos o trasnochados (como el que les cuenta), pero que, paradójicamente, pueden resultar más atractivos al lector formal y menos acostumbrado a ellos, quien, de repente, se verá atrapado en el tenebrismo de la leyenda siniestra, del cuento macabro, redescubriendo unas sensaciones perdidas en la niñez, cuando ogros, brujas y barbazules se escondían debajo de la cama. El preciosismo, los diálogos dramáticos, la lluvia de adjetivos, la metáfora como un trallazo y, en definitiva, el lenguaje poético, visten una historia cruenta que cautiva desde la primera página y nos empuja a la sima de los terrores profundos: la castración, el sadismo, la locura, el sexo subterráneo, el crimen.
Quizá no sea aventurado afirmar que, tras el Relato de otoño (1975) de Tommaso Landolfi, La noche del zepelín, publicada veinticuatro años después, sea la última vuelta de tuerca de la novela gótica. Así lo apuntan el escenario hermético -la gran mansión ovillada en sí misma-, la calidad siniestra de los personajes, extraños y degenerados, la suma de misterios, la atmósfera asfixiante, una maldición antigua. Quizá tampoco lo sea definir esta obra como perfecta.
A La noche del zepelín se le han atribuido filiaciones ilustres. Que yo sepa, Donoso, Felisberto Hernández y Cortázar. Yo encuentro más próximos a Sade, Hoffmann o Villiers de L´Isle-Adam. Incluso me atrevo a proponer reminiscencias valleinclanescas en su lenguaje. En todo caso, ya ven de quiénes estamos hablando.
Pero deberían juzgar ustedes.

Junto al estanque del ángel decapitado se pudre una cruz de palo que señalaba una muerte falsa; en el fondo del agua, entre el cieno espeso, de lo que fue una corona de flores hechas con miga de pan, únicamente queda un círculo deforme de alambre oxidado y ojos de muñeca dispersos como testimonio de un deseo jamás cumplido. Las malezas y zarzas sustituyen a los cardos cuyas corolas violáceas se alzaron desafiantes al cielo y cubrieron cada otoño con sus vilanos plumosos la extensión de la finca. En las cocinas, entre el fragor de los caldos borbollando en las perolas y vapores olorosos a verduras, las sirvientas se afanan: van de un lado a otro, pican cebollas, ajos y pimientos, despluman pulardas, pollos, faisanes y pavos, trocean las carnes y las barnizan con dorados aliños, trituran frutos secos, baten huevos y claras a punto de nieve, amasan con los brazos cubiertos de harina, parlotean como cotorras, a gritos, tanto, que apenas oyen la música de "Cascanueces" que suena desafinada y a todo volumen en lo alto de la casa. No ignoran, pero fingen hacerlo, que dos plantas por encima, en los lujosos y exóticos aposentos de Alba Licornia, mientras Laura mecánicamente se abanica recostada en la chaiselongue, con la mirada de sus numerosos ojos de vidrio perdida en los objetos preciosos que la rodean, rayos de sol penetran por los losanges de la habitación contigua y otorgan tintes multicolores al cuerpo desnudo y rígido del muchacho de los rizos de oro, que yace sobre el mármol blanco y helado.
Aunque la mayoría de los ejemplos nos decepcionen, es capricho frecuente desear la versión en imágenes de las letras que nos han entusiasmado. Y más en obras que abundan en destellos cinematográficos, generosas en la descripción de las escenas y de los escenarios, como es el caso. Permítanme, pues un deseo: qué bueno sería que un genio de la talla de Alejandro Amenábar correspondiera a la genialidad de Norberto Luis Romero. Lo pienso cada vez que cojo La noche del zepelín.

Gabriel Cusac


7 comentarios:

Norberto dijo...

Muchas gracias, Gabriel, por tan favorable y acertada reseña. No conocía tu blog pero creo haber leído algo por ahí antes de ésta, pero no recuerdo dónde. Y tu blog es muy interesante (para mí, claro), lo miraré con mayor tranquilidad.
Un saludo afectuoso y un link.
Norberto

Norberto dijo...

Y un abrazo a Luis Felipe de mi parte.

Juana María dijo...

A mi también me gusta el atrezzo cuando se coloca con gusto,bueno mejor dicho cuando enriquece la escena.Al leer un libro las descripciones generosas nunca son excesivas si ayudan a que el libro te atrape.

Gabriel Cusac dijo...

Yo que a veces escribo cosas sobre el Olimpo, y resulta que hoy me han contestado desde allí. Me alegro, Norberto, de que mi reseña te haya parecido acertada, y me alegro de que mi modesto blog reciba tan ilustre visita, que en modo alguno esperaba. Trasladaré el abrazo a Luis Felipe. Y envíame el link, que olvidaste. Un saludo.

Norberto dijo...

Si me mandas tu correo, mejor. Y muchas gracias por lo del Olimpo. ¿Seré una de las gorgonas?
Un abrazo
Norberto

Gabriel Cusac dijo...

Pues de verdad, Juana María, que el atrezzo de La noche del zepelín es desbordante, facilitando una lectura del texto a veces casi visual. Si te gusta el detalle, Norberto Luis Romero lo mima en esta novela.

Gabriel Cusac dijo...

Hecho, Norberto.