
Cristino Laureano Cacho Pan, alias Lo Contrario, tiene cara de granuja pertinaz, con su sonrisa cariada haciendo juego al mirar en esto de la falsedad. Tampoco le adula la fama. No parece de fiar, no, pero con cinco o seis cañas de tinto a cuestas repasa entera su vida y se le sacan los trapos: el jugo de Baco le abre las alas de alma y le transforma en incansable contador de episodios autobiográficos. Es entonces, sólo entonces, cuando el Cristino parece mártir apaleado y sufridor vitalicio, pobre hombre en definitiva. Al cabo se hace cargante, por tanta tragedia en ristra, y sus palabras, con recurrencia de letanía, acaban desembocando en el presidio que habitó. Al nota, es de público conocimiento, le pillaron in fraganti amenazando con unas tijeras de pescadero al empleado de una gasolinera. Le movía, a lo que dice, la necesidad. Mas el autor no quiere enfatizar lo que únicamente constituye faceta hurtadora y tijerera de su personalidad, porque el Cristino es pródigo de ocupaciones, y se le puede contratar como capador o matarife, para surcar una huerta o de barrenador, para colocar azulejos y escayolas, para portes y mudanzas, para vendimiar o para el heno. También vende pájaros que atrapa con liga. Es como un hombre multiusos, pero lo que realmente le gusta, lo que parece causarle infantil emoción y deseo, es el errar infinito de los artistas circenses, y aparece como flecha en el solar al caso cuando llega la primera furgoneta de un circo ambulante. Del Gran Circo Internacional Ruso, del Olimpia Circus o del Gran Circo Italiano de las Fieras, por ejemplo, todos ellos de portugueses.
-La gente piensa que los leones de los circos estás drogados, por tanta mansedumbre y porque no echan un mísero rugido. Lo que están es apaleados, y con semejante tembleque en el cuerpo que se les espanta com un mu. Yo les he dado de comer en la mano, y hasta he lavado a los elefantes, Lo único que no he tocado son las cobras del Egipto, que me dan repelús. Ni los caimanes, que de un toque de dentadura te pueden partir por la mitad.
El autor se asombra del paso de tanta fauna exótica por estos lares, plaza tradicionalmente humilde en cuanto a atracciones y festejos cuales sean. Apúntese que la ciudad estrecha es el culo de la provincia que es el culo de la región autonómica que es el culo de España.
-Lo malo que tienen los cirqueros, como los feriantes, es que, de cien, noventa son engañadores, y hay que tener cuatro ojos con ellos porque a la menor te la juegan. Con los del Olimpia, por ejemplo, me pasé todo un día montando la carpa, y cuando fui a pedir cuentas me azuzaron los perros. Suerte que en todos los sitios hay buena gente, y el malabarista, un tal José Soares, me dio un pase. Este José era estrecho como un pitillo, pero todo músculo, con venas que de duras parecían alambre. Y buen corazón, lo digo por lo del pase. Si todos fueran como él... Estoy esperando el día que me encuentre una compañía seria y decente de verdad. Alguna vez tendrá que llegar, y por mis muertos que yo me engancho a la gira. Ya aprendería algún número por el camino; siempre hay espacio para una persona trabajadora y honrada -el autor se sorbe los mocos para ahogar en ellos la risa-, y con el tiempo saldría a actuar. Y tanto me da de payaso que de mozo de domador. De lo que fuera, porque esto es como el toreo: lo que cuenta es la devoción, y dejar el resto en la arena. ¡Oye, chico, otro vino! El circo es lo más bonito del mundo.
El autor cuenta que sólo fue una vez al circo, en Vallecas de los Madriles, y, aunque era muy chico, se acuerda de haber dado la mano a uno de los Tonneti (¿o Tonetti?), pero que sí, que lo más bonito y que ya lo dice el lema: el mayor espectáculo del mundo. El autor echa un poquito de leña al fuego por lo de avivar la conversación. Y el Cristino, fervientemente, echa mano de su anecdotario circense hasta que el vino saca a flote de su corazón una pena y un secreto.
-La verdad que yo a quien más espero está en el Gran Circo Mundial de las Naciones, que es un circo pobretón, a pesar del título, como les pasa a todos. Pasó por aquí hace mucho tiempo, y se dieron dos funciones en Los Praos, en la Plaza del Alagón... ¡Qué pedazo de bandera! ¡Qué mujer!... Se llamaba Camila, Camila Peláez, natural de Reus, pero en la profesión era la sensacional trapecista Marlene y hacía el número de la Austria. Había diez números distintos, cada uno de un país, aunque todo el personal fuera portugués, quitando la Camila y dos negros del África que estaban un poco para todo. Caí en gracia a la Camila desde que me vio en el montaje, y yo la invité a cenar después de la segunda función. Tendría sus cuarenta y pico, pero el cuerpo prieto y hermoso por la gimnasia. Una bandera. Tan buenas migas hicimos que estuvo en un casi de abandonar el Mundial para quedarse a vivir conmigo. Yo la dejé la dirección...
Al Cristino se le nublan los ojos, y saca de un bolsillo una carta amarillenta que no llega a desdoblar. El autor, también nublado en esos momentos por la pena y el peor vino del mundo, piensa que el Cristino, en el fondo, es un desgraciado falto de comprensión y cariño. Pese a que en el calcetín derecho, inequívocamente, se le marquen unas tijeras de pescadero.
¿Cuándo volverá el Gran Circo Mundial de las Naciones?
-La gente piensa que los leones de los circos estás drogados, por tanta mansedumbre y porque no echan un mísero rugido. Lo que están es apaleados, y con semejante tembleque en el cuerpo que se les espanta com un mu. Yo les he dado de comer en la mano, y hasta he lavado a los elefantes, Lo único que no he tocado son las cobras del Egipto, que me dan repelús. Ni los caimanes, que de un toque de dentadura te pueden partir por la mitad.
El autor se asombra del paso de tanta fauna exótica por estos lares, plaza tradicionalmente humilde en cuanto a atracciones y festejos cuales sean. Apúntese que la ciudad estrecha es el culo de la provincia que es el culo de la región autonómica que es el culo de España.
-Lo malo que tienen los cirqueros, como los feriantes, es que, de cien, noventa son engañadores, y hay que tener cuatro ojos con ellos porque a la menor te la juegan. Con los del Olimpia, por ejemplo, me pasé todo un día montando la carpa, y cuando fui a pedir cuentas me azuzaron los perros. Suerte que en todos los sitios hay buena gente, y el malabarista, un tal José Soares, me dio un pase. Este José era estrecho como un pitillo, pero todo músculo, con venas que de duras parecían alambre. Y buen corazón, lo digo por lo del pase. Si todos fueran como él... Estoy esperando el día que me encuentre una compañía seria y decente de verdad. Alguna vez tendrá que llegar, y por mis muertos que yo me engancho a la gira. Ya aprendería algún número por el camino; siempre hay espacio para una persona trabajadora y honrada -el autor se sorbe los mocos para ahogar en ellos la risa-, y con el tiempo saldría a actuar. Y tanto me da de payaso que de mozo de domador. De lo que fuera, porque esto es como el toreo: lo que cuenta es la devoción, y dejar el resto en la arena. ¡Oye, chico, otro vino! El circo es lo más bonito del mundo.
El autor cuenta que sólo fue una vez al circo, en Vallecas de los Madriles, y, aunque era muy chico, se acuerda de haber dado la mano a uno de los Tonneti (¿o Tonetti?), pero que sí, que lo más bonito y que ya lo dice el lema: el mayor espectáculo del mundo. El autor echa un poquito de leña al fuego por lo de avivar la conversación. Y el Cristino, fervientemente, echa mano de su anecdotario circense hasta que el vino saca a flote de su corazón una pena y un secreto.
-La verdad que yo a quien más espero está en el Gran Circo Mundial de las Naciones, que es un circo pobretón, a pesar del título, como les pasa a todos. Pasó por aquí hace mucho tiempo, y se dieron dos funciones en Los Praos, en la Plaza del Alagón... ¡Qué pedazo de bandera! ¡Qué mujer!... Se llamaba Camila, Camila Peláez, natural de Reus, pero en la profesión era la sensacional trapecista Marlene y hacía el número de la Austria. Había diez números distintos, cada uno de un país, aunque todo el personal fuera portugués, quitando la Camila y dos negros del África que estaban un poco para todo. Caí en gracia a la Camila desde que me vio en el montaje, y yo la invité a cenar después de la segunda función. Tendría sus cuarenta y pico, pero el cuerpo prieto y hermoso por la gimnasia. Una bandera. Tan buenas migas hicimos que estuvo en un casi de abandonar el Mundial para quedarse a vivir conmigo. Yo la dejé la dirección...
Al Cristino se le nublan los ojos, y saca de un bolsillo una carta amarillenta que no llega a desdoblar. El autor, también nublado en esos momentos por la pena y el peor vino del mundo, piensa que el Cristino, en el fondo, es un desgraciado falto de comprensión y cariño. Pese a que en el calcetín derecho, inequívocamente, se le marquen unas tijeras de pescadero.
¿Cuándo volverá el Gran Circo Mundial de las Naciones?
Gabriel Cusac
4 comentarios:
Quizás esa ilusión,esos recuerdos,posiblemente todos fruto de su imaginación o del alcohol, son lo único que dan algo de fuego a su penosa vida.El crea su propia pelicula y le sirve.
¿Y quién no ha creado su propia película alguna vez?
Besazos, granuja!!!
Sí, todo el mundo crea su propia película. Dicen incluso los psicólogos que buena parte de nuestros recuerdos están distorsionados o son simplemente falsos. Creamos esto o no, sólo hay que mirar alrededor para ver "películas". El mundo "bloguero", sin ir más lejos. Todos, en mayor o menor medida, somos sensibilísimos, solidarísimos, estupendísimos, cultísimos, dignísimos. La verdad verdadera debe ser otra.
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