5 de julio de 2010

El aura de las ideas


Fué sospechada por Gérard Encausse, alias Papus, y Aleister Crowley, alias la Bestia, confesó ser su huésped. Borges construyó un esbozo impreciso de la misma, y afirmó haber sido espectador de su errancia en numerosas ocasiones. Este humilde apuntador también cree haberle visto un par de veces. Crowley hablaba de ente; a Borges debemos el término definitorio aquí utilizado. Desconocemos su número, su naturaleza y su génesis; en cualquiera de sus aspectos, el aura de las ideas está sometida a especulación.
Se trata de una pequeña nebulosa, transparente y de contornos variables, que vaga en el espacio mansamente como una pompa de jabón, o que, al contrario, pasa veloz como el rayo. Tiene el tamaño de un balón de fútbol, y la capacidad fantasmal de atravesar cualquier cuerpo. Su transparencia casi equivale a la invisibilidad, aunque los niños, los animales y las personas sensibles parecen tener más facilidad para distinguirla. Ejerce tanto de receptor como de transmisor de ideas y sensaciones, lo que explicaría multitud de efectos en apariencia endógenos, como los sentimientos inmotivados y súbitos de tristeza o alegría, la inspiración o el llamado flechazo. Así mismo, con sencillez pasmosa, aglutinaría en una sóla causa todos los fenómenos que la parapsicología cataloga con las siglas PES.
Aunque ya su inclusión en cualquiera de los reinos de la naturaleza sería una empresa estéril (no debe ocurrir lo mismo en el presente Bestiario, donde los criterios científicos no están por encima de los fabulosos), esta especie de burbuja misteriosa y etérea demuestra comportamientos muy humanos. En principio, es selectiva. O sea que, en función del receptor, discrimina la información a facilitar. Su carta de presentación, por ejemplo, consiste siempre en un vínculo familiar para el individuo al caso: un perfume, una música, la voz de un ser querido u odiado. Este juego, de cariz infantil, no debe hacernos presuponer la bondad del aura. Porque, si su presencia fugaz fue musa feliz para Borges, cediéndole gratas asociaciones literarias, Crowley, al contrario, avisa: si el ente decide instalarse en un hombre, con toda seguridad le convertirá en un genio, pero este hombre deberá ser muy fuerte para no convertirse también en un loco. El autor de El libro de la ley añadió que el ente nunca hace daño a las personas sencillas.
Citaremos, por último, a Yeats, quien, inquietantemente, nos remite a los dáimones de los pitagóricos.

Gabriel Cusac

2 comentarios:

Juana María dijo...

Tu crees realmente en el aura,las musas, entes y demás.Yo no, más bien creo que son circustancias mucho más materiales y reales las que generan maravillas creativas,pictóricas,literarias,musicales.
Achacar lo bueno o malo de una creación,la inspiración o ausencia de ella a entes,el aura y demás perdoname pero no.Pensar en esto puede ser un condicionante más,algo parecido a "la suerte",una excusa que nos viene de perlas para echarle la culpa de demasiadas cosas,buenas y malas.
El entusiasmo,bajo mi punto de vista,es la mejor inspiración.
Un saludo.

Gabriel Cusac dijo...

¿Qué tal, Juana María? Convengamos en que, más allá de mi punto de fe en maravillas y mundos paralelos, me siento obligado, como decía Álvaro Cunqueiro, en la defensa de la fantasía. Respecto al entusiasmo como la mejor musa, creo que puede ser tan poderoso como la depresión. Es más, me parece que en cualquier faceta creativa, los "enfermos" han creado productos más sublimes que los "sanos". La genialidad suele ser morbosa.
Un saludo