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Ya se ha comentado en estos papeles que El unicornio es a la Edad Media como Bomarzo al Renacimiento, y que sería muy difícil ponderar una obra sobre otra. Ambas son unas colosales muestras de arquitectura literaria, deliciosamente exageradas, tan ricas en el calificativo que rozan lo visual; ambas obedecen al mismo estilo compacto y meticuloso característico del autor argentino; ambas componen un cóctel perfecto de erudición y fantasía. Convengamos en que sólo los gustos personales de cada lector podrían decantarle hacia una preferencia.
En esta ocasión Mujica Láinez convierte a Melusina en relatora aventajada. Desde nuestros días, el hada inmortal, madre de los Lusignan, cronicará su historia y la de su estirpe a través de la vida y las andanzas del vástago predilecto, el amado Aiol. Con él compartirá tiempos heroicos, desde Poitiers a Jerusalén, con trascendentes etapas en distintas cortes de la Cristiandad, donde lo pío y lo cruel se confunden al alimón bajo la sombra protectora o nefasta de la cruz católica. Compartirá, también, una relación incestuosa justificada por el inconmensurable amor que siente hacia el paladín de su propia sangre. Justas y cruzadas, ardides y traiciones, amores y desamores, victorias y derrotas, se suceden en este trayecto medieval que, como en algunos tapices de la época, no discrimina las presencias reales de las fabulosas.
Al igual que Melusina, El unicornio y Bomarzo abrazan la inmortalidad. Dos portentosas bacanales literarias, fluyentes de historia y mito, que privilegian al lector admitiéndole en un misterio gozoso, pero a la vez aleccionador. Debe considerarse la teoría de que la magnitud de ambas novelas, su fastuosa recreación de ambientes, sería imposible sin el apoyo de la magia. La misma magia de Melusina, de Pier Francesco Orsini.
Gracias, don Manuel. Gracias, oh Sumo Sacerdote.
Algún vagabundo cargado de amuletos, uno de esos clerici vagantes que habían conocido comarcas lueñes, añadía al miedo de las narraciones inflamadas por la evidencia de que Lucifer podía apoderarse de un cuerpo humano y ser su dueño a lo largo de años de tortura, el misterioso terror que deriva de los espantajos exóticos, aliados del Infierno, que andan por el mundo como andarán las bestias del Apocalipsis, y que son idóneos en el arte de deslizarse entre las llamas y de insuflar a los mortales su ponzoña. Y entonces el fondo tétrico, detrás de la cama revuelta de Azelaís, se animaba como un tapiz ilusorio por cuya hojarasca negra y bermeja corrían los sátiros cornudos; los esciapodios que no poseen más que una pata velocísima, la cual les sirve de quitasol; los hipopodios de los desiertos escitas; los cinocéfalos indios, perros-hombres a cuya estirpe dicen que perteneció San Cristóbal; los etíopes de cuatro ojos; los grifos, los basiliscos, las sirenas, los centauros; las leucrocotas, asnos con cabeza de tejón, que simulan la suave voz humana, aunque cuentan con un único hueso continuo en lugar de dientes; los panotii, de orejas desmesuradas; las mantícoras, con tres filas dentales, hombres y leones, raudas como pájaros, con timbres de flauta; las quimeras de tres rostros...
Al igual que Melusina, El unicornio y Bomarzo abrazan la inmortalidad. Dos portentosas bacanales literarias, fluyentes de historia y mito, que privilegian al lector admitiéndole en un misterio gozoso, pero a la vez aleccionador. Debe considerarse la teoría de que la magnitud de ambas novelas, su fastuosa recreación de ambientes, sería imposible sin el apoyo de la magia. La misma magia de Melusina, de Pier Francesco Orsini.
Gracias, don Manuel. Gracias, oh Sumo Sacerdote.
Algún vagabundo cargado de amuletos, uno de esos clerici vagantes que habían conocido comarcas lueñes, añadía al miedo de las narraciones inflamadas por la evidencia de que Lucifer podía apoderarse de un cuerpo humano y ser su dueño a lo largo de años de tortura, el misterioso terror que deriva de los espantajos exóticos, aliados del Infierno, que andan por el mundo como andarán las bestias del Apocalipsis, y que son idóneos en el arte de deslizarse entre las llamas y de insuflar a los mortales su ponzoña. Y entonces el fondo tétrico, detrás de la cama revuelta de Azelaís, se animaba como un tapiz ilusorio por cuya hojarasca negra y bermeja corrían los sátiros cornudos; los esciapodios que no poseen más que una pata velocísima, la cual les sirve de quitasol; los hipopodios de los desiertos escitas; los cinocéfalos indios, perros-hombres a cuya estirpe dicen que perteneció San Cristóbal; los etíopes de cuatro ojos; los grifos, los basiliscos, las sirenas, los centauros; las leucrocotas, asnos con cabeza de tejón, que simulan la suave voz humana, aunque cuentan con un único hueso continuo en lugar de dientes; los panotii, de orejas desmesuradas; las mantícoras, con tres filas dentales, hombres y leones, raudas como pájaros, con timbres de flauta; las quimeras de tres rostros...
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Realidad,fantasía,historia,mitología,leyenda
construir un libro y nutrirlo de todo o parte de lo anterior me imagino debe de ser apasionante, hilvanar las palabras,construir una historia,crear en definitiva para ti o pensando en posibles lectores ;nos haceis la vida un poco más agradable.
Por cierto ¿ habéis presentado ya el libro sobre Los Hombres De Musgo ?.
Saludos.
Qué tal, Juana María.
Escribir es una aventura y también una necesidad (aunque no un sacerdocio, como sostienen algunos); si hacemos la vida de los demás un poco más agradable, tanto mejor. Pero te confieso que a mí cada día me cuesta más; entre el trabajo y la familia (numerosa) me queda muy poquito tiempo, y tengo que aprovechar las noches del fin de semana, "superestimulándome", para poder hilvanar unas frases: la aventura se convierte en gesta. En fin, aunque sea a trancas y barrancas, seguimos tirando.
Sobre el libro de los hombres de musgo: desde hace tiempo está hecho, corregidas las pruebas de imprenta, diseñadas las cubiertas, completo. Sólo falta la prometida "guita" institucional para que la obra salga a la luz. ¿Cuándo? La verdad, no lo sé. Ójala sea pronto, pero no me atrevo ya a estimar un plazo.
Un saludo.
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