13-X-2010. Atrapado por la droga.

Pensé que lo había superado. Y otra vez he sufrido una recaída, otra vez he sido absorbido por este torbellino de autodestrucción del que no sé cuándo podré liberarme. Dando la espalda a mis responsabilidades, a quienes me quieren, a la que debiera ser mi auténtica vida. Hecho una puta mierda, una piltrafa. Y, como en otras ocasiones, algún amigo me ha recordado el verdadero, pero pobre consuelo de que cumplo el primero de los requisitos para superar esta condena: soy consciente de mi vicio, o de mi enfermedad, tanto me da cómo lo llamemos. Es cierto que el toxicómano profundo alcanza unos niveles donde la realidad se difumina; no llega a existir otro mundo que el proporcionado por su droga, y él no se plantea otra meta que conseguir su dosis diaria. También es cierto que el número de adictos desborda cualquier intento de rigor estadístico. Sólo un mínimo porcentaje de enganchados admite serlo. Mientras tanto, la droga se apodera del mundo como una peste galopante, conformando una masa idiotizada y manipulable causante de su propia esclavitud. Es el soma de Huxley, el sueño del político, la masiva maniobra de distracción que diluye en la intrascendencia el camino hacia la tiranía del gobierno mundial, de la perversa globalización. Esto no lo para nadie.
Si escribo las presentes líneas es para pedir ayuda. Debo avergonzarme de mi estado, no de mi confesión. Admito que hoy he vuelto a caer en las redes de los mal llamados programas del corazón, hoy he vuelto a ver Sálvame. De nuevo soy presa de los camellos del morbo, de los celestinos y las celestinas del cotilleo, de los infames removedores de la mierda ajena. De nuevo soy un hombre sin voluntad, flotando en el narcótico Leteo de la telebasura. Haciéndome el muerto. Siéndolo.
Socorro.

Gabriel Cusac