30 de octubre de 2010

Jornada antisistema. 30-X-2010.


Cristino, con toda su apariencia de cabrón consumado, es un cacho de pan. Sabedor de las dificultades económicas que estamos atravesando, se presentó en casa con un kit de supervivencia: patatas, huevos, una lechuga, dos latas de mejillones, una botella de Negrita y medio gramo de farlopa. Las latas de mejillones le habían salido gratis; siempre que entra en un supermecado se mete alguna lata entre los calzoncillos; es un amante de las conservas. El secreto para que no pite el detector consiste en quitarles la caja, dice. El caso es que venía en chándal. Un chándal de los chinos: blanco, casi transparente, fino como un pañuelo. Me le imagino desfilando entre los pasillos del DIA, con sus andares de suficiencia, mientras una cojonera cúbica, un paquete de androide, proclamaba su delito. Bendita inocencia.
-Lo peor es el frío. Se te quedan los gemelos del sur como nueces.
Estos pequeños hurtos son magnificados por mi buen amigo como batallas contra el capitalismo. En cierto modo, considera que robar en los supermercados es una obligación proletaria. Precisamente, dio la casualidad de que Cristino, además del kit de supervivencia, también traía una octavilla levantisca. En ésta se enumeraban algunas verdades del statu quo: la corrupción política, el poder absoluto de la banca y las multinacionales, la irrelevancia de los votos, la globalización como el camino hacia un nuevo feudalismo. En el último párrafo del panfleto se convocaba a todos los interesados en presentar una "resistencia activa" contra estos desmanes a una asamblea en un sótano de la calle Mansilla. La asamblea era esa misma tarde, a las ocho.
La oferta nos pareció atractiva. Cristino y yo, aunque sin filiación ni afiliación, siempre hemos navegado en el escabroso mar de la extrema izquierda: nos caen bien los anarquistas, los movimientos antisistema, los okupas, los butroneros. Pero la pequeñez de la localidad provinciana que habitamos -la bien llamada ciudad estrecha, al sur de la provincia salmantina- ha sido una razón de fuerza mayor para mantenernos alejados del activismo. Es decir, cualquier acto vandálico repercutiría directamente en un familiar, un vecino, un conocido. Y no te vas a enfrentar con un policía, por ejemplo, cuando el día anterior has compartido unas cañas con él. Vamos, que el activismo no nos trae cuenta en esta mierda de sitio. No obstante, por afinidad, y también por curiosidad, decidimos acudir a la cita.
Con gran sorpresa descubrí que yo había estado en ese sótano muchísimos años antes, cuando era un bar, o quizás un puti encubierto. Entonces aún duraban los buenos tiempos en la ciudad, tiempos de vacas gordas donde los empleados del textil miraban por encima del hombro a los funcionarios, esos desgraciados que ganaban dos pesetas. Bohemios, creo que se llamaba el garito. Aunque, con algún que otro desconchón, las paredes y el techo del local mantenían su original decoración grutesca, de falsas estalactitas. Dentro del local había quince o veinte adolescentes con el pelo rapado, sentados en torno a una mesa hecha con tablones y burrillas. Todos tenían el pelo rapado. "Skin reds, sin duda", deduje. Cristino, por lo bajinis, simplificó: "Coño, mira, todos pelaos". Se produjo el silencio ante nuestra entrada; la verdad es que los muchachos se nos quedaron mirando como si fuésemos marcianos. Cristino, siempre tan espontáneo, rompió el hielo:
-¿Qué pasa, calvetes? Es aquí lo de la asamblea, ¿no?
Los chavales despertaron en un murmullo difuso, como de palomar, donde empero creí distinguir algunas expresiones poco corteses: "la madre que los parió", "¿y estos notas?", "maderos no son, con esas pintas"... Me entró un repleuzno presagiador.
Nos sentamos en una banqueta destartalada, que yo ya entendí como el banquillo de los acusados, si no como potro. Me consoló un poco el hecho de que la banqueta estuviera pegada a la entrada, que en este caso conviene más llamar salida. La siguiente intervención de Cristino, que es un metepatas vocacional, aceleró el desenlace de los acontecimientos.
-Bueno, pimpollos. Me da a mí que no sabéis de la misa la media. A ver quién me sigue -acto seguido se levantó y, con el puño izquierdo en alto, comenzó a cantar la Internacional en ruso, una fardada que le había enseñado su padre, y que Cristino siempre guardaba para las grandes ocasiones o mismamente para las borracheras.
La reacción fue inmediata. Los chavales comenzaron a desabrocharse las cazadoras, que resultaron ser cornucopias bastardas. En unos segundos afloraron porras, bates de béisbol, puños americanos y cadenas. También vi aflorar, de respajilón, alguna que otra esvástica tatuada. Nazis, aquellos pequeños hijos de puta eran nazis, skins de los otros.
Antes de salir corriendo como gamos de aquel nido de gestapillos, a Cristino le alcanzó un cadenazo en la espalda, y a mí una litrona en la coronilla. Tremendas hostias que aceleraron nuestra carrera en vez de frenarla, una carrera que concluyó en los Portales de Pizarro a pesar de que posiblemente los adolfitos ni tan siquiera habían salido de su cubil para perseguirnos. Los cien quilitos por cabeza de ambos semovientes no fueron impedimento para realizar una marca olímpica; el miedo nos había dado alas. O me las había dado a mí, porque Cristino no había dejado de reirse en todo el trayecto. Derrengados sobre sendas columnas de los soportales, yo contemplaba absorto cómo Cristino seguía carcajeándose.
-Joder, ¿lo ves gracioso?
-¡Ay, pardillo! -y la risa le estalló por las narices, en una erupción de alegría verdosa y aretinesca. Se tiró al suelo, abrazándose el estómago en posición fetal, vencido por la violencia del ataque.
Cristino, que es un cacho de pan un poco cabrón y un poco temerario, sabía desde un principio dónde nos íbamos a meter. El inocente soy yo. Y tengo un chichón como una magdalena.

Gabriel Cusac


9 comentarios:

Juana María dijo...

Hay que leer la letra pequeña hasta de los panfletos que luego pasa lo que pasa...hay que salir perdiendo el culo, perdón perdiendo el trasero.
Ponte hielo en la magdalena.
Un abrazo.

Gabriel Cusac dijo...

¡Y ni siquiera me han dado la baja!
Un abrazo, Juana María.

SILVIA dijo...

Parece mentira chiquillo, con lo que eres tu ¿Y no la cazaste al vuelo?
Anda, ponte hielito y descansa...
Por cierto: lo que me he reído con lo de "adolfitos", juasjuassssssssss!!!
Besotes!!!

Gabriel Cusac dijo...

Si es que soy muy tardo.
Besos, bruja.

Anónimo dijo...

El local en cuestión, se llamaba en los 70's, El Sotano. Era un
bareto, donde hacían sus pinitos y sus porritos los "hippies", en los
últimos años de la "Cruzada" del
inquilino del Valle de los Caidos.
Un local en la misma onda de "Las Cuevas del Abuelo","Las Calabazas",
o "La Choza".
No deja de resultar irónico que un lugar en donde se cocía cierta rebeldía contra el Régimen, haya
sido un lupanar y ahora lugar de reunión de "los rapaos".
Pero chaval, si vistes tantas almendras peladas, como no te figuraste lo que había. Cabezones, cazadoras "Bomppers" y botas militares, siempre acompañan a porras, bates, cadenas y demás armamento fascistoide.
Te recomiendo el mejor remedio contra ese chichón: presionarlo con un duro de plata de Franco (otra ironía, como la del Lazarillo con el jarro de vino del ciego, lo que antés te hizo daño ahora te cura y da salud) y dos o tres lingotazos de Chinchón, esos a mi salud.

Títiro.

Anónimo dijo...

El local en cuestión, se llamaba en los 70's, El Sotano. Era un
bareto, donde hacían sus pinitos y sus porritos los "hippies", en los
últimos años de la "Cruzada" del
inquilino del Valle de los Caidos.
Un local en la misma onda de "Las Cuevas del Abuelo","Las Calabazas",
o "La Choza".
No deja de resultar irónico que un lugar en donde se cocía cierta rebeldía contra el Régimen, haya
sido un lupanar y ahora lugar de reunión de "los rapaos".
Pero chaval, si vistes tantas almendras peladas, como no te figuraste lo que había. Cabezones, cazadoras "Bomppers" y botas militares, siempre acompañan a porras, bates, cadenas y demás armamento fascistoide.
Te recomiendo el mejor remedio contra ese chichón: presionarlo con un duro de plata de Franco (otra ironía, como la del Lazarillo con el jarro de vino del ciego, lo que antés te hizo daño ahora te cura y da salud) y dos o tres lingotazos de Chinchón, esos a mi salud.

Títiro.

Lola dijo...

viva Cristino!! jijiji

Gabriel Cusac dijo...

Pues yo creo recordar, Títiro, que el local en cuestión se llamaba Bohemios, pero es muy posible que lo conociera en una segunda etapa, quizá incluso tras una reapertura. También es posible que me equivoque, en fin. Aunque parezca mentira, en los 70 era un crío.
En cuanto al chichón, está adquiriendo la forma de...Pero eso es otra historia.
Salud.

Anónimo dijo...

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