16 de octubre de 2011

Carta a Jean Weir


Querida Jean Weir, bruja que nunca lo fuiste:
Desde el concilio de Ancyra, desde Constantino, hasta tiempos demasiado recientes, la historia del cristianismo se ha escrito con sangre. Nunca ha existido una serie criminal tan prolongada como la del papado, ese hatajo de gánsteres con tiara que en público y en privado colmaron el catálogo de la infamia. Infaliblemente infames, los vicarios de Cristo. Su trono milenario y purulento, trono sobre tronos, ha auspiciado durante siglos el terror y la muerte. Por desgracia, los reformistas, con Lutero a la cabeza, no tardaron en adelantar a sus maestros en tristes vicios como la intriga política, el antisemitismo o la intolerancia. Bien lo sabes.
Yo soy español. Y, a pesar de la leyenda negra, ya parece bien demostrado que en otros países se superó con creces la crueldad de esa horrible institución llamada Santo Oficio. Repasando precisamente un tratado sobre la Inquisición europea, topé con tu nombre. O con vuestros nombres, el tuyo y el de Thomas, clérigo y brujo, como el ubicuo y volador Joanes de Bargota, del que tantas leyendas se cuentan aquí. La verdad es que tu hermano te ha superado en fama. Dicen que Stevenson se inspiró en él para su Dr. Jekyll y Mr. Hyde, dicen incluso que su fantasma aparece con más frecuencia que el tuyo por el West Bow. Pero fue tu historia la que me conmovió... Dulce y desgraciada Jean Weir.
Que tu íncubo amante, esa especie de Elías satánico o alienígena, llegase en un carro de fuego, no es más (ni menos) que una preciosa metáfora del amor. Que viajases con frecuencia a Elfland, y que fueras gran amiga de las hadas, no es más (ni menos) que una invocación a la utopía y a la libertad. Y que contaras a los miembros de ese tribunal de hijos de perra que la reina de las hadas te ayudó a hilar una carreta de lana en un suspiro -¡diabólica tarea!- es el colmo de la ingenuidad... Dulce y desgraciada Jane Weir. Leo que te desnudaste antes de ser ejecutada, y me humillo ante ese gesto sublime, ese silencioso grito de rebeldía. No cabe mayor muestra de pundonor, no hay símbolo más elocuente frente al patíbulo. Me humillo ante ti, dulce, desgraciada y querida Jane Weir.
Tengo entendido que para las almas en pena no hay distancias. Ven a buscarme, Jane. Quiero charlar contigo, mientras paseamos por las encantadas regiones de Elfland.

Gabriel Cusac

No hay comentarios: