En las tierras del Tigris y el Éufrates, todo buen soldado que se preciara debía visitar el gran templo de Ishtar en Ischali, avisado de que allí arrostraría la más terrible de las batallas. Asimismo toda harimtu aspiraba a prestar su sacerdocio en el llamado templo verdadero.
El soldado entraba como un fiel más por cualquiera de las dos puertas principales, y depositaba su presente en la Sala de Ofrendas. Luego, conducido por una hieródula a la estancias privadas, era bañado, rasurado y ungido de pies a cabeza con aceites afrodisíacos. Ya hirviendo de lujuría, creería poseer a la sacerdotisa, y era la sacerdotisa quien se llevaba su alma. El soldado ha tocado el cielo y ha conocido a Ishtar, pero, tras consumar el acto, pierde toda voluntad. Queda abandonado en la habitación, con un mínimo hilo de conciencia que le hace reconocer la locura. No cabe imaginar mayor sufrimiento. Ishtar le ha presentado a su hermana Ereshkigal, diosa del Infierno. Mientras, en las terrazas del templo, la prostituta sagrada se entrega a juegos lésbicos con una compañera. Su orgasmo liberará finalmente el alma del soldado. Éste se viste a toda prisa y sale huyendo por la puerta lateral. Será el mismo y será otro, sin miedo a la guerra.
Gabriel Cusac
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