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En la literatura de terror, donde la amenaza de lo grotesco siempre pende como una espada de Damocles, conviene más pecar por defecto que por exceso. Otro clásico del subgénero de las casas encantadas, La maldición de Hill House (1959), ilustra el primer caso. Y, sin duda alguna, su vástago desbocado, La casa infernal (1971) es paradigma de lo segundo. La obra de Shirley Jackson alberga tales pretensiones atmosféricas que se queda corta incluso al mero nivel explicativo. La de Matheson, ávida de efectismo, incurre en el morbo y la violencia gratuitos. Sin embargo, cada cual representando un extremo, ambas reunen los méritos suficientes para figurar en el elenco de las grandes novelas de terror.
La casa infernal adopta el mismo presupuesto que La maldición de Hill House: un grupo de investigación psíquica se enfrenta al súmmun de las casas encantadas. Por encargo del anciano millonario Rolf Rudolph Deutsch, los miembros del grupo deberán permanecer en la Mansión Belasco -la llamada casa infernal, que su antiguo propietario, Emeric Belasco, convirtió en templo de las más cruentas depravaciones- durante una semana con el objetivo de demostrar si existe vida después de la muerte. Un plazo improrrogable, según las condiciones de Rolf Rudolph, quien teme la proximidad del fin de sus días. El equipo está compuesto por el físico y parapsicólogo Lionel Barret, Edith -su mujer-, y los médiums Florence Tanner y Benjamin Franklin Fischer, único superviviente de otra expedición que treinta años antes, en 1940, y con resultados trágicos, intentó desentrañar los misterios de la Mansión Belasco. Desde el principio surge una oposición manifiesta entre la óptica científica del frío y metódico doctor Barret y los postulados espiritualistas de la emocional Florence Tanner. Fischer, por su parte, sólo aspira a lograr la sustanciosa suma prometida por el millonario manteniendo la integridad psíquica y psíquica; ya escarmentado del poder maléfico de la mansión, se esfuerza por autobloquear su capacidad sensitiva. Mientras, Edith, debido a su profanidad en los asuntos paranormales, parece la víctima más vulnerable de todo el conjunto. Es precisamente el diseño psicológico de los personajes uno de los mayores logros de la novela. Ante una fenomenología que no tarda en aparecer, y que cada vez se revela más destructiva, las distintas reacciones del cuarteto, sus antagonismos y el surgimiento de los miedos y debilidades individuales fuerzan una tensión dramática que mantiene en vilo al lector y, siempre inciertamente, le hace tomar partido por una u otra postura.
Sea obra de varias entidades -todos aquellos que perecieron en la Mansión Belasco-, del espíritu de Emeric Belasco o -como se ve inducida a creer Florence- de su hijo Daniel, o bien una acumulación de energías negativas que el profesor Barret pretende limpiar con una especie de ionizador de su invención, las manifestaciones paranormales van demostrando una inteligencia perversa y una brutalidad que anuncian la repetición de la tragedia de 1940. Como juguetes en manos de demonios, los miembros del equipo arrostran la pérdida de voluntad, la posesión, la locura y la muerte. El relato adquiere una intensidad extrema, se convierte en una avalancha furiosa y estridente que no cesará hasta la última página.
La casa infernal no se lee; se devora. Que nadie busque en ella la excelencia estilística. Escénica, construida básicamente por diálogos y sin duda preconcebida para su adaptación cinematográfica, La casa infernal es más un guión novelado que una novela. Acción, sobresaltos y suspense: puro thriller.
-En junio de 1929, en este teatro se representó una versión del circo romano -explicó-. El momento culminante llegó cuando un leopardo famélico devoró a una virgen en el escenario. En el mes de julio de aquel mismo año, un grupo de doctores drogadictos empezaron a experimentar con animales y humanos, comprobando los umbrales del dolor, intercambiando órganos y creando monstruosidades. Para aquel entonces todos, excepto Belasco, eran poco más que animales: casi nunca se lavaban, vestían ropas harapientas y llenas de mugre, comían y bebían todo aquello que llegaba a sus manos y se mataban entre sí por comida, agua, licores, drogas, sexo, sangre o incluso por el sabor de la carne humana, un placer del que ya disfrutaban muchos de ellos. Y cada día, Belasco los observaba, frío, distante, impasible. Belasco, un Satán tardío observando a su chusma. Siempre vestido de negro. Una figura gigantesca, aterradora, que contemplaba la encarnación del infierno que había creado.
Con guión del propio Matheson, La casa infernal, aunque un tanto rebajada de detalles truculentos, es trasladada fielmente a la gran pantalla en La leyenda de la mansión del Infierno (1973), bajo la dirección de Tony Hough. Imprescindible.
La casa infernal adopta el mismo presupuesto que La maldición de Hill House: un grupo de investigación psíquica se enfrenta al súmmun de las casas encantadas. Por encargo del anciano millonario Rolf Rudolph Deutsch, los miembros del grupo deberán permanecer en la Mansión Belasco -la llamada casa infernal, que su antiguo propietario, Emeric Belasco, convirtió en templo de las más cruentas depravaciones- durante una semana con el objetivo de demostrar si existe vida después de la muerte. Un plazo improrrogable, según las condiciones de Rolf Rudolph, quien teme la proximidad del fin de sus días. El equipo está compuesto por el físico y parapsicólogo Lionel Barret, Edith -su mujer-, y los médiums Florence Tanner y Benjamin Franklin Fischer, único superviviente de otra expedición que treinta años antes, en 1940, y con resultados trágicos, intentó desentrañar los misterios de la Mansión Belasco. Desde el principio surge una oposición manifiesta entre la óptica científica del frío y metódico doctor Barret y los postulados espiritualistas de la emocional Florence Tanner. Fischer, por su parte, sólo aspira a lograr la sustanciosa suma prometida por el millonario manteniendo la integridad psíquica y psíquica; ya escarmentado del poder maléfico de la mansión, se esfuerza por autobloquear su capacidad sensitiva. Mientras, Edith, debido a su profanidad en los asuntos paranormales, parece la víctima más vulnerable de todo el conjunto. Es precisamente el diseño psicológico de los personajes uno de los mayores logros de la novela. Ante una fenomenología que no tarda en aparecer, y que cada vez se revela más destructiva, las distintas reacciones del cuarteto, sus antagonismos y el surgimiento de los miedos y debilidades individuales fuerzan una tensión dramática que mantiene en vilo al lector y, siempre inciertamente, le hace tomar partido por una u otra postura.
Sea obra de varias entidades -todos aquellos que perecieron en la Mansión Belasco-, del espíritu de Emeric Belasco o -como se ve inducida a creer Florence- de su hijo Daniel, o bien una acumulación de energías negativas que el profesor Barret pretende limpiar con una especie de ionizador de su invención, las manifestaciones paranormales van demostrando una inteligencia perversa y una brutalidad que anuncian la repetición de la tragedia de 1940. Como juguetes en manos de demonios, los miembros del equipo arrostran la pérdida de voluntad, la posesión, la locura y la muerte. El relato adquiere una intensidad extrema, se convierte en una avalancha furiosa y estridente que no cesará hasta la última página.
La casa infernal no se lee; se devora. Que nadie busque en ella la excelencia estilística. Escénica, construida básicamente por diálogos y sin duda preconcebida para su adaptación cinematográfica, La casa infernal es más un guión novelado que una novela. Acción, sobresaltos y suspense: puro thriller.
-En junio de 1929, en este teatro se representó una versión del circo romano -explicó-. El momento culminante llegó cuando un leopardo famélico devoró a una virgen en el escenario. En el mes de julio de aquel mismo año, un grupo de doctores drogadictos empezaron a experimentar con animales y humanos, comprobando los umbrales del dolor, intercambiando órganos y creando monstruosidades. Para aquel entonces todos, excepto Belasco, eran poco más que animales: casi nunca se lavaban, vestían ropas harapientas y llenas de mugre, comían y bebían todo aquello que llegaba a sus manos y se mataban entre sí por comida, agua, licores, drogas, sexo, sangre o incluso por el sabor de la carne humana, un placer del que ya disfrutaban muchos de ellos. Y cada día, Belasco los observaba, frío, distante, impasible. Belasco, un Satán tardío observando a su chusma. Siempre vestido de negro. Una figura gigantesca, aterradora, que contemplaba la encarnación del infierno que había creado.
Con guión del propio Matheson, La casa infernal, aunque un tanto rebajada de detalles truculentos, es trasladada fielmente a la gran pantalla en La leyenda de la mansión del Infierno (1973), bajo la dirección de Tony Hough. Imprescindible.
Gabriel Cusac
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