12 de junio de 2013

Notas sobre el Club de los Lucífugos



Muy poco sé, y muy poco se sabe, del secretísimo Club de los Lucífugos; si escribo estas notas se debe a que carezco de cualquier duda sobre la veracidad de la prueba que me ha presentado mi confidente. Es muy posible incluso que la mayoría de los lectores no tengan ni la más remota idea sobre la existencia de esta enigmática sociedad. Ofrezco algunas referencias a continuación, por otra parte difícilmente demostrables.
Parece ser que el club nació a finales de los ochenta en el entorno de la USAL por iniciativa de algunos profesores universitarios, quienes personalmente se encargaron de captar a varios alumnos, brillantes por lo común, de distintas facultades. Comparte, por tanto, el carácter elitista de otros clubes, sociedades o sectas, pero, a diferencia por ejemplo del Bilderberg, Skull & Bones o los grupos mafiosos y masónicos, sin albergar ninguna ambición de poder político y/o económico. Las tendencias políticas y religiosas, la promoción profesional y social de sus miembros o el simple esnobismo (club y esnobismo se antojan conceptos muy próximos) son temas ajenos al ideario de los lucífugos. Más bien, desde unos fundamentos emparentados con la escuela cínica, los lucífugos desprecian los credos y las doctrinas, las instituciones, los parlamentos, los andamiajes de cualquier tipo de poder; tampoco confían en la bondad del pueblo. Entienden, fatalmente, que el egoísmo humano se sobrepone siempre a cualquier intento organizado de mejorar la sociedad, y derivan, como respuesta, hacia una iconoclasia lúdica, selecta y hermética. Sin embargo,  el mismo club que define los convencionalismos como instrumentos de una farsa está sólidamente estructurado; es decir, sus convenciones propias parecen inquebrantables. Buena prueba de ello es que nadie, hasta hoy, ha admitido su pertenencia al mismo.
Su saludo de reconocimiento es una variante de las contraseñas masónicas, con los dedos índice y corazón prolongándose hacia el antebrazo.  Por seguridad, carecen de sede estable. Se refieren al lugar de reunión, invariablemente fincas apartadas de los núcleos de población, con la clave de "santuario" o "Thelema"  (en referencia a la abadía rabelesiana), donde acuden pertrechados de todo el atrezo necesario para la celebración de sus rituales: telas negras, cruces, velas, hostias, vestimentas litúrgicas y huesos humanos (al parecer, profanados de las tumbas de ilustres doctores universitarios). La asociación de estos objetos con la misa negra es evidente. Una especie de Bafomet, el Rector Magnificus, preside el culto, siempre aderezado de música sacra. Se trata de un busto bifaz donde se unen un perfil masculino y otro femenino bajo una abundante cabellera; de ésta, asoman sendos cuernecillos espirales. El busto está coronado de bonete. Pero el Rector Magnificus, mofa del estatus universitario, demuestra por sí mismo que los lucífugos no son satanistas, porque lo mismo les da Dios que Diablo. Conscientes de su parodia -que tanto lo es de la misa negra como de la misa católica-, simplemente encuentran apropiada la escenografía, a medias entre lo siniestro y lo burlesco, como marco de sus excesos, y el rito como divertido, y seguramente excitante, preámbulo de la orgía. Como es de suponer, el uso generoso de las drogas ameniza tan extraordinarias jornadas. Sin embargo, el desenfreno no es obligatorio. Como buenos libertinos -porque este, quizá, sea el mejor calificativo para definir a los lucífugos-, admiten, por ejemplo, la vecindad de la bacanal con la tertulia erudita, y un corrillo puede estar hablando de Aristóteles o de Borges mientras a su lado otro grupo se confunde en una vorágine de lascivia.
Uno de los cargos más importantes dentro de esta sociedad secreta es el de Notario, encargado de levantar acta de las sesiones en el llamado Mutus Liber. Este libro de actas, efectivamente "mudo" como el de Baulot, resulta bastante singular, pues en él no figura otro texto que la data correspondiente, aunque sin especificar el lugar; el resto lo completan imágenes. El Notario es un fotógrafo; el Mutus Liber, un álbum de fotos. Y las fotografías -donde los lucífugos aparecen coritos o cubiertos con un hábito negro, pero siempre velando sus rostros con máscaras venecianas- componen una original galería de aberraciones.
Carezco de más datos generales. Pero tengo conocimiento de un hecho concreto al respecto que corrobora todo lo dicho. Pueden creer que recientemente, en una conocida finca de las afueras de Béjar (Salamanca), ha acontecido una reunión del Club de los Lucífugos. Y pueden creer que he tenido en mis manos la fotografía de una de las páginas del Mutus Liber. Que casi es decir la fotografía de una fotografía. En ella se aprecia un libro abierto de gran tamaño (folio o folio mayor) donde se inserta, en formato apaisado, un obsceno retrato coral; la misma página sirve de marco, y en el borde superior, con letra manuscrita femenina, aparece la fecha: 1 de junio de 2013. La situación reproducida es una parodia blasfema de La Última Cena, el fresco de Leonardo da Vinci, que reduce a travesura algunos casos similares del arte pop o la famosa escena de la Viridiana de Buñuel. Pero, en realidad, cualquier comparación se hace ridícula ante el terrible impacto que provoca esta imagen. Porque los trece componentes de este especialísimo cenáculo -donde las máscaras venecianas ocultan los rostros, pero no la desnudez de los cuerpos-, hombres y mujeres de distintas edades, se amalgaman en un confuso engranaje carnal, un festín promiscuo con pretensiones de antologizar las variantes sexuales. No es necesario abundar en la descripción de tan espectacular mosaico pornográfico; baste decir que el falso discípulo amado (con careta de Polichinela) sodomiza al falso mesías (máscara de Bauta), quien se apoya, en el centro de la mesa, sobre el busto del Rector Magnificus. Independientemente del aspecto sexual, el posado abunda en otras alegorías chuscas que hacen pensar en una muy cuidada mise en scène. Sobre la mesa, por ejemplo, aparece una bolsa transparente llena de pastillas azules, como si el pago a Judas se hubiera materializado en un alijo de  éxtasis, y el actor que encarna a Pedro, bajo la máscara del Médico de la peste, hace el amago de cortarse el cuello con un cuchillo mientras contempla, como indicando sus celos, el sincero contubernio de Juan y Jesucristo.
La escena sacrílega se desarrolla en un salón amplio. Telas oscuras cubren las paredes. Y la gran mesa -dos mesas rectangulares unidas, en realidad- carece de mantel, con toda seguridad para explicitar algunas acciones que transcurren debajo de ella. Pero, de la fotografía, me ha llamado especialmente la atención una gigantesca lámpara de araña, con sus múltiples brazos violetas, que pende del techo. Alguna vez, de niño, yo he jugado bajo esa lámpara.
El Club de los Lúcífugos existe, y cabe certificar su excelencia.

Gabriel Cusac Sánchez

2 comentarios:

Jony dijo...

http://gabrielcusac.blogspot.com.es/

Tu nueva dirección gana puestos Cusac,

juan de la cruz471 dijo...

Quiero compartir con la leyencia cosaca este programa de Radio Nacional -que, además, se puede descargar legalmente- sobre los 50 años de Rayuela de Cortazár
http://www.rtve.es/alacarta/audios/documentos-rne/
Sale la voz del ínclito argentino, con sus problemas consonánticos como el gaditano-bejarano que nos cobija en esta casa.