12 de enero de 2014

Más sobre el plagio de Raúl Martín



  
Imagen tomada de Mundo Fanfiction
  
  
  

   En la entrada anterior de este blog, donde destapaba el plagio de Raúl Martín sobre las “Viejas leyendas bejaranas” de Gabriel E. Rodríguez Bruno, decía: Viendo el percal, incluso considero bastante probable que el cronista bejarano no haya sido el único plagiado en esta obra. Ahora el diputado Manuel Ambrosio Sánchez confirma esta sospecha, revelando que Martín también ha sacado tajada de las “Leyendas salmantinas” de Antonio García Maceira.
    Con el salto a la palestra política del asunto, el patio charro se ha revolucionado. Y, a raíz de la aparición de la noticia en el digital Tribuna, he tenido ocasión de comprobar que hay muchos comentaristas defensores de la inocencia de Raúl Martín. A ellos quisiera decirles que, en principio, mi denuncia no tiene ningún trasfondo de animosidad personal o de motivación política. Nada sabía de este personaje, y ni los tirios ni los troyanos me cuentan entre sus filas. Con honestidad, me limito a exponer un caso de plagio, y puedo asegurar que este plagio es descarado hasta el escándalo. A la mezquindad que supone el hecho de robar textos ajenos (un robo personalísimo, porque el dinero es anónimo; la creación literaria, no) se suma el fraude contra los lectores y contra el mismo editor, el Instituto de las Identidades. También, es cierto, contra cualquier contribuyente, dado el carácter público de esta entidad, dependiente de la diputación salmantina. No estamos hablando de pamplinas; la cuestión es gravísima.
   Que no haya dudas. No hace falta ser un erudito ni un especialista en literatura para verificar el plagio. No se precisa ningún examen científico. Basta con saber leer y comparar los textos. Para todo aquel que quiera hacerlo, inserto esta tabla de equivalencias entre los relatos originales de Rodríguez Bruno y los plagiados por Raúl Martín:
Viejas leyendas bejaranas           

Mitos, leyendas e historias…
La cueva de los encantados, p. 9
La cueva de los encantados, p. 163
La aguja, p. 19
La aguja del Nazareno, p. 29
Las campanas de la torre de San Juan, p. 25
Las campanas de la torre de San Juan, p. 43
El sastre de la calle Alojería, p. 35
El sastre de la calle Alojería, p. 71
La capa, p. 143
La capa de las ánimas, p. 75
La fuente del lobo, p. 59
La fuente del lobo, p. 201
El tesoro, p. 69
El regajo de los moros, p. 115
La calleja del Balazo, p. 81
La calleja del Balazo, p. 145
Doña Marianita, p. 89
Doña Marianita, p. 175

        Existen incluso algunos indicios grotescos reveladores de que Raúl Martín ni se ha esforzado en la búsqueda de documentación comparativa ni ha realizado ese “trabajo de campo” (la base de toda investigación folclórica) que con frecuencia intenta justificar con la entradilla “Cuentan los más mayores del lugar…”. El siguiente es un ejemplo bastante claro.
   Así comienza la leyenda “El tesoro” de Gabriel E, Rodríguez Bruno:
   Los hechos que siempre más han llamado la atención y curiosidad de las gentes han sido los hallazgos de forma fortuita de tesoros que habían sido escondidos casi siempre por personas que se encontraban en circunstancias anormales, críticas o bien por haber sido mal adquiridos, impulsándoles a su ocultación estas particularidades, evitando así que cayeran en manos de enemigos, acreedores o de la justicia, para más tarde poder disfrutar de ellos.
   Pero la mayoría de estas ocultaciones, por causas imprevistas o imponderables, no pudieron recuperarse por aquellos que lo ocultaron y quedaron sumidas en el olvido, la ignorancia y desconocimiento de su existencia.
   Así comienza la leyenda “El Regajo de los Moros” de Raúl Martín:
   Los hechos que siempre más han llamado la atención y curiosidad de las gentes han sido los hallazgos de forma fortuita de tesoros que habían sido escondidos, casi siempre por personas que se encontraban en circunstancias anormales, críticas o bien por haber sido mal adquiridos. Pero la mayoría de estas ocultaciones, por causas imprevistas, no pudieron recuperarse y quedaron sumidas en el olvido, la ignorancia y el desconocimiento de su existencia.
   Casi, casi, han leído lo mismo dos veces, ¿verdad? Aquí el plagiario apenas se ha esforzado en el engaño, razón por la que, muy posiblemente, decide despistar o disimular un poquito cambiando el título del relato original, evitando de paso la futurible coincidencia literal que podrían localizar los buscadores internáuticos. Pero lo gracioso viene ahora.
   Sigue contando Rodríguez Bruno:
   En Béjar, estos hechos han ocurrido en varias ocasiones al correr de los tiempos y lo que la leyenda nos ha dejado constancia, ha sido el gran número de monedas árabes descubiertas en el “Regajo de los Moros” cuando, se ejecutaron en el ya lejano pasado, algunas obras o excavaciones de tierras, ya que el Regajo era antes de hacer las carreteras de Salamanca y más tarde la del Castañar, una gran pradera que llegaba hasta las huertas que aún existen al mediodía de la población.
 Quien fuera Cronista Oficial de Béjar hace esta mención, meramente circunstancial, como marco introductorio al tema. Sin embargo, el tesoro de la leyenda se esconde en un hueco entre las piedras de la muralla  –que se ha demostrado cristiana, por cierto-, bien separada de El Regajo por el Valle de las Huertas. Raúl Martín también transcribe con ligeras modificaciones este último párrafo, pero su plagio es tan veloz –o célere, adjetivo que gusta particularmente al copista- que acaba asociando el Regajo con la muralla, como si fueran anejos, y acaba su narración con esta frase: “Desde entonces, el tesoro del Regajo de los Moros espera a quien sepa dar con la piedra correcta que esconde la caja de madera con las joyas del confiado sefardí”. Y ¡paf!, ya está, le surge el título como una revelación: “El Regajo de los Moros”.
¡Ay, Raúl! Como dicen los más mayores del lugar: esto es para mear y no echar gota.

Gabriel Cusac

  
   
   

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

Un escrito es como un hijo y sólo un padre sabe lo que cuesta criarlo y educarlo, para que luego venga alguien y te lo malee, lo apadrine, lo usurpe.. Es una cosa muy vil falsificar escritos, vale que no los paguen, pero si le expolian a uno la paternidad ya entramos en lo sagrado, en la magia testicular, la esencia misma de nuestros seres.
¡Duro con el impostor!

Gabriel Cusac dijo...

En ello estamos, Juan, y me parece que este copista ya está sentenciado: todo es demasiado obvio.