25 de febrero de 2014

Prodigios en Béjar por San Silvano




Entre la nómina del santoral también estaba San Silvano, que casi es decir San Fauno, Santa Náyade, Santa Dríada, Santa Paganía Silvestre. Sea como fuere, San Silvano y toda la recua hagiográfica del 20 de febrero se postraron ante dioses insurrectos, y aquel día aconteció, díscolo y dulce, un exabrupto contra la normalidad. Es cierto. En el día más loco del febrerillo loco, pasó la utopía y pasó el hechizo, al menos en estos lares. Porque ocurrieron prodigios en la ciudad estrecha. Ya solo queda un perdurable perfume de incertidumbre.
¿Qué aconteció?
Una cárdena flor bipétala, y sus pétalos como inflados labios femeninos, a lo bótox, apareció en la Peña de la Cruz tal aparecen las violetas montaraces. A la vista, salpicó el sitio de besos aparentes; al tacto, regalaba un beso verdadero a quien se tumbara junto a ella. Hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos, tanto dio. Quienes recibieron tal regalo, el beso abracadabrante, se tornaron melosos, mimosos, melindrosos. Hubo en Béjar, por San Silvano, una pasajera corriente de cariño. Falta hacía. Por el mismo paraje y por El Castañar, por Llano Alto y por La Centena, por La Fuente del Lobo y por Santa Ana, por La Francesa, tomando pacíficamente los montes del sur y pintándolos de fiesta, voló un extraño pájaro colorido, un alado tropical que parecía escapado de las leyendas de Miguel Ángel Asturias. Llevaba el arcoíris en sus plumas, un penacho señorial, una cola en abanico; el pico, curvo de los nectívoros, era lapislázuli tallado. Tenía el volador tamaño de gorrión, y apóstata la actitud. Rara avis, en verdad, sumario abigarrado de pavo real, loro y colibrí.  Y pájaro de cuidado, oigan. Cantaba heterodoxo, pues en vez de decir “pío”, decía “yonopío”, todo seguido. “Yonopío, yonopío”, iba proclamando el ácrata. Le bautizaremos con onomatopeya, qué menos, porque tiene mérito lo del “yonopío”. Es sonoro; pruebe quien quiera la lectura en voz alta: “¡Yonopío, yonopío, yonopío!”. Luego, cante de carrerilla.
La roja flor amorosa, con su siembra de cariños, y el yonopío coronando robles y castaños, revolvieron lo autóctono, proclamaron Jauja de un día y resucitaron la maravilla por los montes del sur. Pero dentro de la misma ciudad acontecieron otras metafísicas no menos espectaculares. Al mediodía, el gigantón Hombre de Musgo, tirando con desdén su escudo apócrifo y su porra cavernícola, marcó un terrible corte de mangas en el aire y abandonó su solio de La Antigua. Festina lente, con paso autómata y demoledor, cogió la Veintinueve de agosto como quien coge el camino de la venganza. Daba miedo ver la mole en movimiento, esa cacharrería andante que hacía retemblar las paredes. “¡Bum! ¡Bum!”, pisaba. Y la gente corría como en una película de invasión alienígena. A la par que espantaba al paisanaje, poco a poco iba arremolinando tras su estela una caravana sobrevenida e inútil donde marchaban  todoterrenos de la Guardia Civil y de Protección Civil, coches de la Policía Local y de la Policía Municipal, una furgoneta de la Cruz Roja, dos ambulancias, un camión de bomberos y el camión municipal de obras con el alcalde de copiloto. “¡Esto es un sin Dios!”, gritaba el munícipe con medio cuerpo fuera de la ventanilla y gesticulando desesperado, a lo baile de San Vito. Vibraban los adobes y las vigas centenarias de la ciudad vetusta, se estremecía el esqueleto urbano. Veintinueve de agosto, Plaza Mayor, Calle Mayor: 200 expedientes de ruina en el camino.
Ya en La Corredera, junto a la fuente, el Hombre de Musgo se dio la vuelta, enfrentándose al convoy, cual ya cerraba, por despiste o mercadotecnia, la furgoneta del carbonero, voceando por megafonía: “¡Picón, picón de encina!”. Se produjo entonces desbandada general, porque una cosa es aparentar que se defiende a la ciudadanía y otra ser gilipollas, y todos los ocupantes salieron pitando de los vehículos. El coloso se limitó a chafar el capó de un Nissan de los picoletos. Para muestra, un botón. Luego, con una especie de bamboleo pendular, diríase que afectadamente, el monstruo se acercó a la fuente para coger a la Bañista de la mano. A colación, debe decirse que ya discuten los eruditos locales, casi exegéticamente, el porqué de no haberse animado el día de los prodigios la colección del Museo Mateo Hernández, y lo más aceptado es que acaso los museos sean cárceles, y prisioneras las obras. También se apunta que la revolución es callejera por antonomasia, y que de todas formas la Gran Bañista original, esa macizísima, esa provocadora de marcada anatomía en granito coral de Finlandia, emigró el año pasado al Reina Sofía. Pero a cuenta de qué razonar pequeñas minucias en las grandes maravillas; quién sabe si el Hombre de Musgo, por afinidad metálica, iba ya a tiro hecho. En todo caso, bella de bronce y bestia de acero, con la foca de escolta, tiraron para el Arca Madre. Irían en busca de la flor de amor, del canto nuevo del yonopío.
Sobre las siete de la tarde, mientras beatos  aterrorizados cantaban apocalípticamente en las iglesias el último ángelus, precedió al crepúsculo una niebla de ámbar. Apareció súbita y enorme, desde no se sabe dónde, y bajó a la ciudad como el émbolo de una prensa. Olía a manzana verde, qué capricho.  Se disolvió al minuto, fugaz y misteriosa, clausurando los portentos. Retornando la asustada luz del atardecer, ya estaban las estatuas en su sitio, quietas y calladitas, como mandan los cánones; y ya no estaban por el monte la flor besucona y el pájaro que piaba el no piar. ¡Ah! Casi queda olvidada, en estos apuntes, otra fantasía singular: siete bejaranos, el 20 de febrero, sustituyeron la tarjeta del ECYL (vulgo INEM) por un contrato de trabajo.
La bipétala flor, trayendo fiebres de ternura; el pájaro iconoclasta (de carrerilla: “¡yonopío, yonopío, yonopío!”); las estatuas vivientes; el cierre de fiesta con niebla de ámbar, aromada de manzana verde; siete parados bejaranos que dejan de serlo: prodigios en Béjar por San Silvano.

Gabriel Cusac




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajaaajaa, qué bueno Gabriel!! me ha encantado, como siempre!! Pepa.

Gabriel Cusac dijo...

Gracias por la visita, Pepa.