28 de abril de 2009

Él



"Dos veces he visto en mi vida, a las altas horas de la noche, un hombrecillo extraño cuya mirada fija y siniestra me ha helado el alma"
Juan Ramón Jiménez


"En el dédalo de las ramas, la pálida figura aparecía..."

Odilon Redon


La sospecha que en mi infancia tenía de ese privilegio ha llegado a transformarse en certeza con el paso de los años. Si algún día mi mundo se derrumba por cualquier tragedia, si algún día la realidad común me resulta simplemente insoportable, me estará esperando el otro lado, la vida mágica. No miento, no engaño ni me engaño. He oído su susurro cuando mi pena y mi soledad han sido profundas. Ante estas palabras, el racionalista se aprestará a indagar en el catálogo de las enfermedades mentales; poco me importa.
Si algún día mi mundo se derrumba, él vendrá a buscarme. Puedo llamarle espíritu guía, ángel de la guarda, genio tutelar... Por su apariencia, la definición más entendible sería demonio. Sin embargo, él acudiría en mi socorro.
La primera vez que se manifestó fue en junio del año 2000, cuando el deterioro de una relación, de un amor del que ya sólo quedaban brasas mortecinas, era imparable. Fué un una acampada al lado del Tormes, muy cerca de un monte secularmente sagrado (lo que, quizá, no importe nada). Era de noche, y su perfil se presentó, enorme e inmediato, dibujado en la copa de un árbol. Mi mirada se dirigió a él automáticamente. Era un viejo, con un gran sombrero redondo y roto. El viento -si es que hacía viento- provocó un efecto revelador y terrorífico: el rostro se giró para mirarme de frente. Un rostro demacrado y espantoso, demasiado concreto para estar retratado por un juego casual de sombras y luces, en la copa de un árbol. Aquella visión me impresionó, pero tampoco le concedí demasiada importancia. Actué con racionalidad.
Al año siguiente, también en junio, volví a verle. La relación de la que hablaba ya se había roto definitivamente. En aquel entonces, poseído de una melancolía que yo mismo habría considerado ridícula y folletinesca poco tiempo antes, encontraba cierto placer en las salidas nocturnas. Recorría en coche carreteras rurales, estrechas y solitarias, sin rumbo determinado. O daba largos paseos, fuera de la ciudad. En una de estas ocasiones tomé el camino de Los Rodeos, el vía crucis del santuario del Castañar. Otro monte sagrado, es cierto, pero creo que la sacralidad está grabada en la tierra, más allá de las religiones que la intuyan. No albergaba ninguna intención devota, por supuesto. Sólo buscaba la soledad. Muy cerca ya del santuario, me detuve en un mirador.
Su aparición, esta vez, fue aún más espectacular. Casi podía tocarle, alargando mi brazo hasta las hojas de la acacia donde se esculpía. El mismo rostro afilado, el mismo sombrero roto, el mismo efecto del viento, haciéndole posar de frente y de perfil. Pero ahora me mostraba otras novedades. La primera, una sonrisa macabra, monstruosa, empero indefinible. Y una estampa completa: cabalgaba, desnudo, un caballo casi tan esquelético como su cuerpo. Entrándole por la espalda, sesgada, le atravesaba una lanza. No huí, no sentí un miedo excesivo. Al contrario, permanecí casi media hora contemplándole, como esperando que su mensaje se explicitara. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué vínculo te une a mí? ¿Qué significan el caballo, la lanza, esa sonrisa asquerosa, cruel? No obtuve respuestas. Me marché, abrumado.
En junio -otra pregunta: ¿por qué siempre en junio?- de 2002 le vi por última vez. Era cerca de la medianoche. Estaba con unos amigos, fumando porros. El hachís me soltó la lengua. Hasta entonces no había hablado a nadie de estas "apariciones". Volví al mirador, pero esta vez acompañado. No buscaba una coartada, no esperaba que él siguiera estando allí. Pero estaba. Mis amigos pudieron constatar la presencia del extraño jinete, de aquel demonio que gustaba de plasmarse en los árboles. Uno de mis amigos sintió pánico; el otro, reconoció, a su pesar, la verdad de "mi historia". Yo no estaba loco.
No quiero que vuelva la soledad, el apartamiento. Pero, si así ocurre, él me estará aguardando.

Gabriel Cusac

2 comentarios:

Jony dijo...

Realmente bueno éste relato.
Sé lo que hay de veraz en él..
Hay personas dotadas de una visión extracorpórea, veo que estás aprendiendo a utilizarla...
Me he quedao´ cuajao´

mojadopapel dijo...

Me gustan tus historias y como las cuentas, da igual su fondo picaresco, su critica mordaz,su procacidad, y su misterio fantasmagórico...siempre me gustan.