
Le vi desde el camino. A primera vista parecía que estaba recuperándose de un desfallecimiento. Permanecía con un brazo apoyado en el antiquísimo roble que dominaba el alcor con su presencia gigantesca, como un monarca vegetal sobre su trono. Pensé que el hombre quizá necesitara ayuda, pero según ascendía el mínimo cerro mi impresión cambió. Porque su semblante estaba tranquilo, y a veces alzaba los ojos para contemplar la copa del árbol, sin ningún signo de fatiga o crispamiento. En todo caso, al llegar a su lado quise asegurarme.
-¿Se encuentra bien?
Al contemplar su cara de cerca quedé impresionado. La fortaleza de su estructura ósea le otorgaba cierto aspecto de ídolo -un ídolo antiguo y terrible- y todo su rostro estaba surcado de profundas e innúmeras arrugas, de modo tal que más parecía tener corteza que piel. Pero entre ese mar de pliegues, entre esa faz casi orográfica, su mirada de azul intenso parecía invadir mi cerebro. Se trataba de uno de esos rostros excepcionales, llenos de fuerza, capaces de inducir el temor o la fe. Un rostro que, por su parecido sorprendente, de inmediato me recordó un retrato del viejo Algernon Blackwood. A la postre descubriría que las semejanzas entre aquel desconocido y el autor inglés no se reducían al aspecto.
-Sí, estoy bien -me dijo al cabo de unos segundos, durante los cuales parecía haberme radiografiado con su mirada fulminante-. Sólo estaba comunicándome con el roble. ¿Me cree?
-Sí -contesté, sin mentir.
La conversación que a partir de aquí mantuve con aquel hombre extraordinario no tuvo desperdicio. Sólo lamenté que no estuviera Sofía en la ocasión. Porque en ambos el contacto con la Naturaleza ha alcanzado el rango de sacerdocio. Aunque pronto se conocerán. Me dijo que se llamaba Bruno, y que toda su vida había estado vinculada a la Naturaleza. No tenía estudios, pero desde niño se acostumbró a devorar cualquier libro que caía en sus manos. Y pude comprobar que la cultura de este verdadero autodidacta era inmensa. Había nacido en una familia pobre de agricultores, y él mismo fue agricultor hasta que empezó a trabajar por su cuenta en el mantenimiento de algunas fincas. Desde entonces hasta su jubilación ejerció de jardinero, pero una devoción ecológica profunda le hizo considerar, ya hace bastantes años, a este oficio como una labor no necesariamente emérita. Me explicó la paradoja.
-El jardinero es un dictador. Sus armas son las herramientas. Y su criterio se basa en la domesticación de las plantas, en su domeño. El hombre necesita sentirse rey de la creación: puede ayudar a la Tierra, pero se siente satisfecho artificializándola. ¿Cree que los bojes se sienten bien, recortados y alineados para formar un seto? ¿Cree que las podas ornamentales ayudan a los árboles? ¿Cree que el césped no quiere crecer? ¿Cree que los bonsais aman a sus verdugos? Dicen que en la antigua Grecia existieron unos muebles macabros donde se encerraba a niños para causarles deformidades; estos muebles eran fábricas de bufones. Nosotros no somos menos crueles con la Naturaleza. Le confieso que yo debo expiar mis crímenes. Hasta que me llegue la hora. Hoy, en lo que puedo, ayudo a los bosques -y con la mirada recorrió el horizonte, que en aquella zona privilegiada del sur de Salamanca es un festival de robledos y castañares.
Estuve toda la tarde escuchándole, sin percatarme del paso del tiempo. Ya anochecía cuando me invitó a poner mi mano sobre el árbol secular. A su vez, Bruno apoyó su mano sobre la mía. El gran roble me transmitió su sentimiento de orgullo y soledad. Era un viejo héroe.
El señor Bruno me acompañó hasta el pueblo. Ya había arrancado el coche cuando mi nuevo amigo volvió sobre sus pasos. Bajé la ventanilla.
-¿Sabe? -me dijo-. Cuando yo muera, alguien me sustituirá.
Y recordé una antiquísima leyenda, bella y pagana.
Gabriel Cusac
9 comentarios:
Encantado de conocer al señor bruno. No imaginas lo que me gustaría saber narrar como tu lo haces. Haces mías las imágenes que tus palabras muestran...
Saludos brujos
Gracias, hechicero. En cuanto a lo de saber narrar, creo que me pones en un altar al tiempo que te minimizas. Pon un poco de ganas -que te tenga que decir yo eso...- y dale caña a los cuentos brujos.
Un pagano saludo.
Realmente especial este señor Bruno. Precioso relato, me ha encantado. Sabes? ojala algun dia yo tambien me encuentre con el señor Bruno, aunque sea en otro sitio, y tenga distinto nombre.
Mil besitos!!!
Precioso relato Gabriel,
la verdad es que leo poco, pero lo poco que leo gracias a ti es maravilloso.
Un abrazo hermano
Haces que vivamos tus sentimientos y percepciones, tienes esa gran habilidad.
Me gusta mucho el dibujo que has escogido y creo que Bruno,tiene razón,puedo admirar un jardin bien organizado, pero prefiero una naturaleza salvaje.
Gracias a todos vosotros por estar aquí y formar parte de este blog, dándole vida. ¿Cae bien el señor Bruno, verdad? El dibujo, mojadopapel, es El hombre dormido, de Odilon Redon, un pintor raro y misterioso que siempre me ha fascinado.
Gracias, no lo conocía.
Yo estoy configurando el fenómeno Cusac, y ya me llamaba la atención la contradicción del anarquista jardinero, rasurador de coños, cuando lo suyo sería la apoteósis de la jungla. Pero nos pasa a todos. ¿Será posible que los únicos que tengan un trabajo no contradictorio sean los futbolistas profesionales?
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