30 de junio de 2009

Sofía, Sophia: una visión




Pocos nexos tiene esta reciente visión con aquellas otras extrañísimas que, durante tres años consecutivos, hicieron de julio un mes presagioso y sombrío, y de las que hablé acaso indiscretamente. Pocos nexos, excepto que cualquier visión, oscura o luminosa, reverente o irreverente, guarda un mensaje.
Sofía y yo visitamos una ignota villa renacentista sometida desde hace años a un calendario indefinido (ad calendas graecas) de fases de rehabilitación, que es una forma de incuria institucional y, también, de Advenimiento profano. Buena parte de las labores de la etapa actual, por ejemplo, se dedican a arreglar lo que se hizo mal en la anterior. Estos y otros detalles viles no impiden que, a cada nuevo reinicio de las obras, los politiquillos de turno acudan al lugar para esbozar por milésima vez su prefabricada sonrisa ante la prensa: desenvuelta pose de morosos, pantomima mafiosa.
Nada queda del diseño primitivo en el jardín de la villa. A una reforma decimonónica se han sumado años de descuido, cuando no de abandono. Pese a todo, el resultado final es encantador. Si la improvisación y la falta de un guión jardinístico concreto se hacen patentes, la propia Naturaleza también parece haber obtenido el plácet para realizar sus pequeñas aportaciones. De otro modo no se explica la inmediatez fraternal de un peral y un acebo poco menos que abrazados, o de un pequeño ciruelo encajado entre lauros y lilos. Soberbias coníferas americanas , palmeras, laureles apocados y atormentados laurocerasos, tilos enormes, bojes, durillos, palmas, magnolios, cerezos...El catálogo botánico resulta dispar hasta la anarquía, una especie de totum revolutum donde lo exótico y lo autóctono, entre macizos de vinca, se concentra en un espacio reducido donde todo está a tiro de piedra.
Sofía y yo, cada uno con su cámara a cuestas, nos habíamos separado en busca de la gran foto(esa que sólo consigo cuando no lo pretendo). Yo estaba en la pérgola de la entrada, bajo su hermosa melena de glicina, cuando tuve la visión. Por no sé qué raro efecto, vi a Sofía integrada entre las filosas hojas de unas hierbas de la pampa. O, por decirlo de otra manera, Sofía y el verde follaje conformaban una unidad. Como si ella fuera una proyección aérea, como si hubiera llegado con el trasluz, como un vivo trampantojo, difuminada en el arbusto. Durante los breves segundos que duró este espejismo tuve una sensación de dicha plena. Sofía dio un paso, desvaneciendo la feliz alucinación.
Fue un espejismo. Pero nada es casual.

Gabriel Cusac

3 comentarios:

mojadopapel dijo...

Me gusta en los jardines un cierto orden desordenado, y que la naturaleza,sabia, haga su función así es más fácil tener espejismos y soñar historías ocultas.

Gabriel Cusac dijo...

Es cierto, mojadopapel, un jardín simétrico es demasiado humano y llega a aburrir. Ya he visto que has estado en el pueblo, disfrutando con los escritores "del extremo". Qué cosas, estoy al extremo del extremo.

mojadopapel dijo...

Tu puedes estar donde quieras y lo sabes.