
Sadeq Hedayat, ese gran desconocido de los lectores españoles, nace en Teherán en 1903 y se suicida en París en 1951, después de quemar sus últimos manuscritos. Sus restos reposan en la necrópolis mítica de Père-Lachaise. Lo más destacable de su obra -no escasa, a pesar de la brevedad de su existencia- son los relatos, aunque también cultivó el ensayo, el drama o la traducción. Kafka, Sartre o Camus son algunos de los autores que trasladó a la lengua persa. Vida y obra de Sadeq Hedayat son gobernadas por el pesimismo y la vecindad de la muerte.
Del mismo modo que para leer a Malcom Lowry resulta aconsejable una medida ebriedad, es muy posible que aquellos lectores que hayan conocido el delirio -por causa endógena o exógena- tengan ventaja a la hora de apreciar El búho ciego (o, en otras traducciones, La lechuza ciega). Porque esta novela corta es el delirio; absténganse aprensivos o exclusivistas del realismo.
A través del monólogo de un fumador de opio, el mundo queda reducido a una pesadilla íntima y claustrofóbica, un calvario circular, marcado por la recurrencia de personajes y escenas torturantes. El protagonista -un decorador de cueros para escribanías, misántropo y obsesivo- sólo aspira al olvido o a la muerte, es decir, al cese del sufrimiento. De la primera a la última palabra, no hay una brizna de humor o de esperanza, o siquiera un vacío neutro de explicación referencial. Ésta es una de las diferencias respecto a otras historias de técnica similar -como El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Potocki-: su construcción es tan perfecta que el clima de angustia se mantiene de principio a fin, logrando que el lector se someta a una especie de trance hipnótico. Los demonios del decorador de escribanías -la madre, la mujer (la zorra), el viejo jorobado, la gente (la canalla)- tomarán también posesión de quien ose abrir este libro.
Publicada en 1937, El búho ciego, por su calidad onírica y delatora de terrores del subconsciente, ha sido objeto de estudio psicoanalítico y de alabanza por parte de los surrealistas. Lo cual no supone ninguna garantía para quienes desconfiamos de tan espúreas cátedras. Estos humildes apuntes tampoco certifican ningún aval. Lo mejor será ofrecer un fragmento -con ecos, como toda la obra, de danza de la muerte- de El búho ciego:
Cuanto más me sumía en mí mismo, semejante a esos animales que, durante el invierno, se meten en su madriguera, con mayor nitidez captaban mis oídos la voz de los demás y con mayor nitidez oía resonar mi propia voz en la garganta. La soledad, el abandono que pesaban sobre mí se parecían a las noches sin fin, negras, densas, a esas noches preñadas de una oscuridad tenaz, compacta y contagiosa, que se disponen a descender sobre las ciudades desiertas en que pululan los sueños de lujuria y de odio. Sin embargo, frente a esa garganta con la que me confundía por completo, mi propia existencia no era más que un postulado absurdo. La fuerza que, en el momento del coito, hace que se peguen uno a otro dos seres, cada uno de los cuales intenta huir de su soledad, procede del mismo impulso demente que existe en todos, mezclada con una nostalgia que sólo tiende hacia el abismo de la muerte. La muerte es la única que no miente.
Gabriel Cusac
6 comentarios:
No conocía nada sobre el escritor, yo soy de Buenos Aires, gracias por publicar esta entrada y haberme hecho enterar. Te mando saludos!
Ángel Poético
Saludos, Jorge, y gracias a ti por la visita. Ya me contarás qué impresión sacas de El Búho Ciego (5 contra 1 a que es buena).
Como gran comedor de libros que eres,tu opinión siempre hay que tenerla en cuenta y, nó son humildes apuntes.
Ñam, ñam...Este es muy bueno, Mojadopapel.
Gracias por hablarnos de él, yo en particular desconocía por completo su existencia, aunque creo que su lectura la dejaré para más adelante ya que uno no siempre esta en condiciones de "coquetear" con el subconsciente
Vale, Ampa, pero que sea de verdad. Si no te gusta, la siguiente ronda la pago yo.
Publicar un comentario