11 de septiembre de 2009

Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez


-->

El mundo debe agradecer que el argentino Mujica Láinez (1910-1984) abandonara sus estudios de Derecho. De tan venturosa renuncia nacieron catedrales literarias como La casa, El unicornio o Bomarzo; cualquiera de ellas sería suficiente para validar la excelencia de un autor. Hoy hablaremos de Bomarzo, que es al Renacimiento lo mismo que El unicornio a la Edad Media, y no sé si habrá algún valiente capaz de ponderar una novela sobre otra. Por tanto, queda obligada una futura reseña.
Bomarzo es un magisterio de literatura total -sin fisuras, fluyente, rica- donde convergen con soberbia la erudición histórica y la fábula. Habrá quien crea estos méritos comunes, dada la proliferación actual de best seller rebosantes de códigos secretos, hermandades patibularias y griales ignotos...Perdone usted, pero el señor Mujica vive en el ático. Y debe leérsele despacio. Aquí, en el paraíso siniestro de Bomarzo, las metáforas no son deslumbrantes, aunque sí justas; los diálogos, escasos y medidos, en las antípodas de la moda; las frases, a menudo extensísimas, pero perfectamente hiladas; de exuberante debe calificarse la recreación de los ambientes. Según Ricardo Barnatán, Mujica Láinez tardó dos años y tres meses en elaborar esta obra monumental de seiscientas páginas (en edición apretada), múltiple de personajes y situaciones, y densa como el mercurio, casi enciclopédica; media centuria no habría supuesto un plazo excesivo. Y es precisamente la intensa capacidad descriptiva lo que, unido al uso de la primera persona, pronto nos hace olvidar al autor en favor del personaje, el duque giboso que nos relata con todo lujo de detalles sus aventuras y desventuras. Seguimos, pues, la palabra de Pier Francesco Orsini, y Mujica Láinez ha dejado de existir: una señal distintiva de la calidad del relato.
Según horóscopo del estrellero de la familia Orsini, Pier Francesco nace para no morir, y será la búsqueda de la inmortalidad la obsesión principal que marque su existencia. La joroba, congénita, significará causa de marginación familiar -sólo contará con el apoyo de su abuela Diana- y motivo de burla para los demás, de tal manera que su existencia llega a convertirse en una lucha heroica e incesante por conseguir el respeto. Como aliados en esta lid, su voluntad, el tiránico orgullo de ser un Orsini y la magia de su lacayo Silvio de Narni. Pero Pier Francesco también conocerá el amor, la prostitución, la guerra, el coleccionismo excéntrico, el arte, la literatura, la arquitectura jardinística, la frivolidad y las intrigas cortesanas, el asesinato como medio resolutivo común... El duque conocerá y nos hará conocer, en definitiva, una época fascinante, tan cruel como exquisita: el Renacimiento.
Para el fastuoso banquete literario que supone Bomarzo me atrevo a sugerir un postre afín: La Roma de los Borgia, de Dalize y Apollinaire. Pero no quiero finalizar estos apuntes sin incluir un retazo de la novela, una frase espectacular ante la que me pliego en humillada reverencia:
A veces pienso que en el fondo de mi personalidad sobrevivieron rasgos de esa gente primitiva del lugar [los etruscos], tan poética, tan melancólica, tan lúbrica y sanguinaria, tan capaz de tratar con los demonios como de místicos raptos de loco lirismo, porque Bomarzo estaba saturado de su magia incógnita, fascinante, y las noches de luna, cuando yo salía, adolescente, a caballo, a recorrer el montuoso dominio, sentía encresparse en la lobreguez de los senderos formas que brotaban tal vez de las cavernas, como miasmas, como vapores encantados, las furias, las gorgonas, arpías, moiras, graie con un solo diente y un solo ojo, que nacieron viejísimas, pretidi orgiásticas, sátiros, ninfas, titanes, jadeantes en la oscuridad; el mundo de esos bosques, el de esos sepulcros de la Tuscia inmemorial a los cuales yo descendí con el preceptor Messer Pandolfo primero y luego con alguno de mis amigos sabios y después, muchísimo después, con guías incoloros, para ver, a la luz bailoteante de las antorchas o a la claridad exacta de las lámparas eléctricas, las siluetas de los luchadores ocres, de las danzarinas y de los monstruos azules que acechaban a Piritoo y a Teseo, agitando las aterradoras diademas de víboras: los actores del drama del amor y de la muerte, del suplicio y de la concupiscencia, prolongados en frescos platónicos que la humedad roía y que, por eso mismo, resultaban más inquietantes; y para recoger los objetos que tanto entusiasmaron al gran duque Cosme de Florencia, los vasos, los instrumentos de guerra, los relieves, los candelabros caídos alrededor de los sarcófagos y de sus obsesionantes, indiferentes figuras, que sonreían entre la pusilanimidad supersticiosa de los campesinos.
Prodigioso Mujica Láinez.

Gabriel Cusac

2 comentarios:

MANUEL IGLESIAS dijo...

Magnífica novela, si señor, Bomarzo forma parte, como obra literaria en este caso, de mi fascinación por las ruinas. Todas las ruinas, humanas , monumentales, tuvieron su momento de gloria, a mi me fascina de ellas las melancolía que destilan. A Bomarzo (Novela) regreso de vez en cuando. Enhorabuena por el blog

Gabriel Cusac dijo...

Parece, lologuit, que es bastante cierto lo de las afinidades literarias que comentaste en tu primera visita a este blog. Yo también regreso de vez en cuando a la novela, pero algún día visitaré la villa de Bomarzo, ese lugar misterioso,mágico. Y a mí también me fascinan las ruinas, no sabes hasta qué punto. Un saludo, lologuit.