
Lovecraft, cuyos juicios suelen ser bastante ecuánimes en El horror sobrenatural en la literatura, menosprecia en este ensayo -imprescindible y múltiple de referencias bibliográficas, valiosa guía de editores hasta hoy- a W.H. Hodgson (1877-1918). Y lo hace con insidia, alabando por una parte su tremenda fuerza imaginativa; ensañándose con dureza, por otra, con el sentimentalismo y el estilo arcaico y a veces repetitivo que pretendidamente rezuman los textos del autor inglés. Es curioso que el soñador de Providence no se cebe con El País de la Noche, un bodrio insufrible y casi infinito que constituye el envés de una admirable producción literaria, pero, restando esta salvedad, ni la pluma de Hodgson se empapa en tinta diluida en lágrimas ni sus formas renquean de vicios retrógrados. Da risa, además, que esta puya venga de donde viene. Aunque sin ápice de sentimentalismo -entre otras cosas, porque la mujer o el amor son figuras tabuadas en su creación literaria-, es difícil encontrar una prosa más reiterativa y arcaizante que la de Lovecraft, sazonada por lo demás de frecuentes postulados racistas. ¡Que me quemas!, le dijo la sartén al mango. Hodgson no es sólo mejor escritor que Lovecraft; sino que constituye, por encima de Poe o de Dunsany, su principal -aunque no reconocida- fuente de inspiración, a veces alcanzando el plagio. Una evidencia ignorada, soslayada o, como poco, minimizada por la vasta -y en ocasiones basta- legión de seguidores, imitadores, críticos o biógrafos de Lovecraft, salvo excepciones honrosas como la de Torres Oliver. Por ejemplo, la imagen más onírica de La casa del confín de la Tierra, la de los rostros flotantes en el espacio, es utilizada en El intruso por el creador de los mitos de Cthulhu, saga igualmente deudora de Hodgson. Bebe Lovecraft en esta novela -como ya bebió en la anterior de su negado maestro, Los botes del Glen Carrig, publicada en 1907-, aunque en el ensayo citado difame: “De no ser por algunas pinceladas sentimentales, este libro podría ser un clásico de primer orden”. Pero La casa del confín de la tierra es, sin paliativos, un clásico de primer orden, acaso la mejor novela del género fantástico jamás escrita, y un pilar indiscutible en los cimientos de la ciencia-ficción.
Durante el viaje a una remota zona al oeste de Irlanda, unos excursionistas descubren un manuscrito anónimo en las ruinas de una casa de construcción extraña e inmemorial. Entre la presentación del hallazgo y el epílogo final, el trasunto de este documento compone el cuerpo central de la novela. En el manuscrito, quien es llamado por los descubridores el Recluso relata, hasta el mismo momento en que el contexto permite anticipar su muerte, las increíbles experiencias vividas como morador de la casa, la cual se revela como una puerta hacia otras dimensiones.
La emoción no es morosa en La casa del confín de la Tierra. Si los capítulos iniciales ya nos presentan a las criaturas-cerdo, especie de seres primordiales que habitan en las profundidades -¿les suena?-; si ya en el capítulo tercero descubrimos la espectacular duplicidad del sitio como panteón de dioses paganos -lo que nos hace recordar, inevitablemente, a Malpertuis, de Jean Ray-; si asistimos a una cabalgata de prodigios aún más horribles por lo que esconden que por lo que enseñan, es a partir del capítulo XV cuando el relato desemboca en el vértigo, cuando las barreras del espacio y del tiempo se rompen y el Recluso protagoniza, como testigo de excepción, un viaje alucinante hacia el fin del Universo. Puro LSD, una lección magistral de lo que Lovecraft llamaría terror cósmico. Tras la anulación definitiva de todos los parámetros cotidianos que supone el apocalipsis universal, el relato logra transmitir vívidamente una sensación de soledad inmensa y gélida. La soledad que estremece al lector. La soledad de los rostros flotantes.
El verde crepúsculo que había reinado durante tantos millones de años había dado paso ahora a una oscuridad impenetrable. Inmóvil, escruté a mi alrededor. Pasó un siglo, y me pareció descubrir algún ocasional destello rojo que cruzaba ante mí a intervalos.
Miré con atención, y entonces distinguí unas masas circulares, de un rojo turbio, en el interior de la negra bruma. Parecían surgir de la espesa tiniebla. Transcurrió algún tiempo, y al habituárseme la vista las distinguí con más claridad. Ahora podía apreciarlas con bastante nitidez: eran unas esferas rojizas de tamaño semejante a los globos luminosos que había visto hacía ya muchísimo tiempo.
Desfilaban interminablemente flotando ante mí. De manera gradual, me fue dominando una extraña inquietud. Tenía conciencia de una repugnancia y un temor crecientes. Me lo producían estos orbes errantes, y parecía deberse a una impresión instintiva más que a una causa real.
Algunos globos eran más brillantes que otros. De repente, en uno de éstos asomó una cara. Una cara de rasgos humanos; pero tan contraída de dolor que al verla quedé horrorizado. Jamás concebí que existiese tanta aflicción hasta que la vi. Y aún experimenté un nuevo sentimiento de angustia al darme cuenta de que este orbe tan tremendamente brillante era ciego. Lo seguí con la mirada un poco más; luego se alejó, perdiéndose en la oscuridad envolvente. Después pasaron otros...todos con la misma expresión de dolor desesperado y ciego.
El misterio no sólo envuelve la obra de William Hope Hodgson; también su muerte, mucho más enigmática que la desaparición de otro fantástico, Ambrose Bierce, ocurrida cuatro años antes durante la Revolución Mejicana y de la cual tanto se ha especulado. Combatiendo en Francia durante la Primera Guerra Mundial, una granada alemana explotó a su lado. No se encontró ningún resto de su cuerpo. Como si se hubiese volatilizado...O como si Hodgson se hubiera trasladado a otra dimensión.
Gabriel Cusac
6 comentarios:
¿Sabes Gabriel? tengo este libro en mi estanteria acumulando polvo, ni se desde cuando.
Quiza sea hora de leerlo, tal vez esta noche...
Mil besazos brujillos!!!!
Lo desconocido,lo fantástico y misterioso....!que ingrediente aliado a nuestro miedo para despertar interés¡.
Desempólvalo urgentemente, Silvia. Y, si lo puedes leer por la noche, mejor que por el día. Muá, muá.
Hodgson, mojadopapel, como uno de los grandes maestros de lo fantástico, te asegura el pasaporte al miedo. No sé si lograré incitar a alguien, mediante estos apuntes, a iniciar una lectura concreta, pero es un autor que recomiendo de manera especial. He leído tres veces esta novela, y no creo que pase mucho tiempo antes de que vuelva a hacerlo.
Joder tengo que a prender a leer. Me pasó que quise antes escribir y así me fue, que ahora no tengo tiempo de leer lo suficiente...
Ostia sabes escribir y encima "criticar"
He ido a parar a tu blog y me ha sorprendido gratamente.Respecto al libro que comentas, confieso que desde que lo leí ando buscando más Hodgson. Es, ciertamente, una cumbre literaria del fantástico de la que debío sacar buena nota Lovecraft.Su intesidad terrorífica me subyugó pero su viaje cósmico me dejó totalmente perplejo y maravillado. Que imaginación más portentosa. Volveré por aquí más a menudo.
En algunas ediciones de sus libros,Hodgson era presentado en portada como "el maestro de Lovecraft" (lo que era); sin duda, Hodgson merece un mayor reconocimiento.
Gracias por la visita, Carlos, y vuelve cuando quieras: las puertas del blog siempre están abiertas.
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