25 de noviembre de 2009

Zacarías Gurruchaga Prepucio y su hermano el Lucrecio, juntos alias Los Finos, Los Cucuruchos o El Dúo Dinámico, a elegir


Tan inseparables eran que hasta aquí van de la mano, aunque el Zacarías, el pequeño, montase sin embargo más que el Lucrecio, el mayor, porque el primero, de tendencias relajadas, dormía cuando no soñaba, mientras el segundo se afanaba en la tasca de sol a sol y algo más. El Zacarías, el onírico, hacía los recados, sesteaba tras la compra y de vez en vez atendía el comedor y la barra. Sus ojos, desorbitados y venosos, inflamados por Morfeo (no por su ausencia), parecían a punto de estallar sobre las bandejas de los pinchos, en verdad dantescas. No desentonarían. El Zacarías lucía ciertas habilidades en el manejo de las botellas, volteándolas temerariamente antes de servir, y también en la modificación al alza de las tarifas cuando aparecía algún extranjero en la casa. El Lucrecio tenía naríz judía, barba rasposa y ojillos hampones que no hacían justicia a la calidad de su espíritu ingenuo y bondadoso. Estaba célibe, a diferencia de su hermano, y era el alma mater del negocio, cafetería-bar-restaurante-hostal donde se parlaba franchute y se espikaba inglés siempre y cuando el turista no fuese de acento cerrado, cosa que ocurría las más de las veces (a no ser que dudemos de las capacidades políglotas de Los Cucuruchos).
Los Cucuruchos, de mozos, partieron a Australia -luego pasarían por las Galias, muy universales ellos- recién saliditos de su pueblo natal, al que a veces, ya establecidos en el Manchester de las Castillas, o sea Béjar -¡juá, juá!-, iban de cacería. Cazaban, todo sea dicho, gallinas pendonas que se alejaban del pueblo. En tales safaris se pertrechaban con mucha dedicación, portando cada uno sendas escopetas y botas de vino. En alguna ocasión salieron a tiros con los paisanos, no se sabe muy bien por qué.
-En Sydney quienes tenían todo eran los "masons"; yo allí trabajé en mucho lugares y el jefe siempre era "masons" -revelaba el Lucre con mucho secretismo y mirada acechante-. Son los más poderosos del mundo.
El Lucre decía un "masons" como un "champiñons". Uno, o los que fueran. Era de usos lingüísticos muy avanzados.
Los Cucuruchos volvieron a la patria con bastantes duros en la talega para establecerse en el prestigioso ramo de la hostelería, consiguiendo al cabo mantener un floreciente negocio. A Los Cucuruchos les llamaban también Los Finos, muy chuscamente, por su no excesivo amor a la pulcritud, aunque este detalle constituía un efecto de cálida familiaridad para la clientela, en general poco dada a exquisiteces y tratos palaciegos. El autor recuerda ahora la cálida broma que un día le gastó el Lucre sirviéndole un café con chapa de Pepsi en el fondo de la taza. En otra ocasión, una rata osada entró por la puerta del bar y corrió a refugiarse en el fango de los retretes.
-Déjala, ya saldrá -comentó, impasible, el Zacarías.
No salió.
Los Cucuruchos vestían chaquetillas rojas y a lamparones que eran de la misma tela que los manteles del comedor, por lo de hacer juego o quizá por lo de economizar, no se sabe. Bajo las chaquetillas, como sobre los manteles, tampoco había mucha muda ni pitiminí. Los Cucuruchos, ante todo, fueron para el autor grata compañía a sus mocedades felices, cuando devotamente iniciaba sus conocimientos enológicos y coleccionaba revistas de mujeres malas; el autor, in illo témpore expectante e ilusionado, era flor en capullo que se abría al mundo. El autor es hoy zarza mustia que ve el mundo como un tiesto meado. Pero el autor siempre recordará con una sonrisa a aquellos entrañables sucios que le invitaban a la cuarta botella de vino.
Los Cucuruchos vendieron el negocio y marcharon al sur para fundar un restaurante de carretera. Que los Hados les sean propicios.

8 comentarios:

SILVIA dijo...

Menudos personajes estos dos, jiji!! Curiosos si señor!
Me gusta lo de: Los cucuruchos.
Mil besitos!!!

Gabriel Cusac dijo...

Entrañables. Servían las tapas de cocina en unas bandejitas de aluminio; si no te comías la tapa antes de tres minutos, podías poner la bandejita boca abajo sin miedo a que se cayera su contenido. Era prodigioso. No sabes lo que echo de menos aquel garito, más hoy, cuando hay tantos camareros ciegos, sordos o más probablemente gilipollas. El bar de los Cucuruchos era un reducto séptico de calor humano. Un beso, Silvia.

Jony dijo...

Entrañables recuerdos de juventud,
-ya nada es igual que antes, o quizá sí, y no nos damos cuenta...
Dentro de unos años recordaremos los buenos momentos que quizá ahora no sabemos apreciar..
Saludos y un abrazo desde tierras africanas..

Gabriel Cusac dijo...

Es verdad, Jony, vamos por la vida como echando una carrera. Yo reconozco que he perdido el sentido del presente. Algo que posiblemente, con sus penurias y sus desgracias, no les ocurre a los paisanos de las tierras por las que andas. Un abrazo, Jony.

mojadopapel dijo...

Sin embargo yo cada vez le doy más importancia al presente...el pasado ya no es, fue, el futuro será lo que tenga que venir mientras siga respirando, lo único que debo disfrutar es el presente, el "tiempo real".

mojadopapel dijo...

Sabes que a mi nieto que cumple hoy un añito,le llamo "cucurucho" y todavía no sé porqué.

Gabriel Cusac dijo...

Suerte que tienes, mojadopapel, de poder vivir el presente, el "tiempo real", como dices. Entre andar dándole vueltas al pasado o comerse el coco con el futuro, o las dos cosas a la vez, el carpe diem es la mejor filosofía (pero es más fácil la teoría que la práctica). Felicidades para el pequeño "cucurucho".

fotosbrujas dijo...

¿Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia ? o veo a muchos personajilllos conocidos todos plasmaditos en los cucuruchos. Que geniallidad¡ Estos relatos tuyos son los qu emas me gustan, como me gustaria tener un librito una novelita publicada con la que divertirme... caguen.¡¡saludos y cuidadin con las pipas.