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Al este de Sumatra, los sakais se protegen de los tigres rodeando sus poblados de empalizadas. Contra su mayor amenaza, los congéneres, no tienen defensa: están condenados a la extinción. Ya se encargan de ello las empresas químicas, mineras y petrolíferas y los cultivadores de palma aceitera. Con el exterminio físico o, como poco, identitario de los sakais desaparecerá también una cultura enigmática, donde los niños son sometidos a una suerte de abertura longitudinal del prepucio -no una circuncisión-, los muertos son rociados con sangre de los vivos y honrados con tres días de fiesta, y las vírgenes, según algunos autores, son desfloradas por sus propios padres. Desaparecerán sus leyendas y sus tradiciones, sus hábitos de caza, pesca y recolección, desaparecerán todos sus conocimientos ecológicos. Morirá, de nuevo, una forma de vida salvaje, para que los civilizados hijos de puta podamos seguir alimentando el coche, limpiarnos los mocos con suaves tisúes o presumir de joyas de oro. Y los hechiceros sakais no volverán a robar las colmenas de las abejas sangrientas.
Las abejas sangrientas se caracterizan a primera vista por su gran tamaño -unos cinco centímetros de largo- y, sobre todo, por el intenso color púrpura de su cuerpo. Este color las nombra, no cualquier hábito asesino. Su carácter grupal es notable. Viajan por la selva en rumorosos comandos, plaga roja de la que huyen los hombres y los animales. Como sus hermanas africanizadas, responden unánimes ante el peligro. Liban flores encantadas, botánica selecta para destilar la miel de los sueños. Al atardecer, todas las escuadrillas convergen en las escarpadas barranqueras donde cuelgan sus colmenas aéreas. Como excrecencias mórbidas, semejantes a gigantescas algarrobas bulbosas, las colmenas se adosan a las paredes verticales de los acantilados formando nutridas colonias con aspecto de criadero alienígena, de fabulación lovecraftniana.
Un pequeño incendio dentro del gran incendio de los ocasos de Sumatra acontece entonces, produciéndose un espectáculo natural no menos grandioso, pero más desconocido, que el profuso despertar de sus conterráneos, los murciélagos frutícolas, y ambas funciones, aunque en escenarios distintos, ocurren con simultaneidad. Los turistas ven emerger a los enormes murciélagos de sus cuevas; los sakais son espectadores de la coreografía mistérica, ritual, que protagonizan los insectos de rubí antes de recogerse en sus abejares surrealistas. En las figuras que, durante minutos, dibuja en el aire la nube escarlata, y en su zumbido coral, los chamanes deducen augurios. Más preciosa les será la miel, roja como las propias abejas sangrientas, que recolectan de vez en vez descolgándose con lianas por las barranqueras. Descienden enfundados en trajes de corteza, con una especie de pala panadera para despegar las colmenas de la roca, y acompañados de varios ayudantes armados de humosas antorchas que atontan y alejan a las empero nada medrosas abejas. Su miel, que es la miel de los sueños, será el vehículo psiconaútico que permita a los hechiceros comunicarse con los antepasados.
Todo morirá.
Gabriel Cusac
5 comentarios:
¡Rrrrrrrrrrrrrrrr! Abejas, como las odio. Aunque esa miel de las abejas sangrientas... bueno, que no estaría nada mal probarla, digo!!
Mil y un besitos!!!
Aupa "Monstruo de las letras",bueno sobre este artículo, como siempre me encanta casi todo lo que escribes.
Muchas gracias por "Perseguirme" y no te olvides que me debes el Último premio firmado, si te quedan ¡claro!
je je je
saludos tambien a Lola
A mí también me gustaría probar esa miel, Silvia. Un abrazo.
Mejor perseguirnos entre nosotros a que lo haga la policía. Cuenta con la firma, Sierra.
Tus relatos me transportan a veces a mundos semi-oníricos donde se confunde la fábula con la realidad.
Es el propósito, mojadopapel. ¡Menos mal que transporto a alguien!
Mucho ánimo en esa convalecencia.
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