
Recibí una llamada con número oculto. Sin admitir mis intentos de interlocución, la voz de una mujer joven me citó en cierto paraje de la ciudad estrecha. A las dos de la madrugada, un día de diario, sin más incentivo que su promesa de que algo importante me aguardaba. Nunca me he distinguido por mi valor -en realidad, nunca me he distinguido por nada-, pero aquella cita a ciegas tenía un regusto literario para mí irresistible.
Me presenté en el neonato parque fluvial de La Aliseda a la hora anunciada. No había ni una luz encendida en la isla, y sólo se escuchaba el trajín atropellado del río. El lugar es céntrico, e incluso ameno, pero a esas horas de la noche, solitario y envuelto en la oscuridad, no puede decirse que sea especialmente acogedor. Un escenario propio, en todo caso, para la misteriosa aventura que había aceptado. Me acerqué hasta el centro del parque, donde se han plantado tres tristes columpios como un reclamo miserable para el esparcimiento infantil. Allí no había nadie. En ese momento pasó por mi cabeza la idea de que podría ser víctima de una broma infausta, pero decidí esperar un poco más recorriendo el paseo en dirección al Puente Viejo. Acariciaba, en el bolsillo, la vieja y descomunal navaja que adquirí hace muchos años, cuando compaginaba las nada recomendables labores de traficante de hachís y concejal. Una precaución inútil, seguramente, pero el tacto de nácar de la fiel Victorina me daba confianza, aunque no puedo negar que estaba nervioso.
Resulta llamativo comprobar cómo la mente, en momentos de cierta tensión, encuentra sus vías de escape. Así, al pasar junto al puentecillo que une la calle Gibraleón con la isla, pensé que sólo en una ciudad como la mía era compatible la inauguración de un parque fluvial con la presencia obscena de una enorme cloaca vaciando aguas fecales directamente al río. También reparé en la escasez de bancos, en paridad a la ya comentada de columpios. Y casi me estaba olvidando de los motivos que me habían llevado a La Aliseda en horas tan intempestivas, cuando quedé deslumbrado por el encendido simultáneo de varios focos. Lo que vi entonces me hizo dudar de mi cordura.
Frente a mí, como una aparición profana y aparatosa, el mirador occidental de la isla acogía una especie de plató de concurso televisivo donde un par de azafatas posaban como tenantes flanqueando una pirámide de ropa. Ropa de vestir y ropa de hogar: mantas, sábanas, edredones, toallas, cortinas, pantalones, camisetas, calzoncillos, cazadoras... Semejante cornucopia textil estaba coronada por un gran rótulo de neón donde se leía: VENCA. De no sé dónde salió una señorita, más vestida y más rellenita que las azafatas, y un cámara en dolly comenzó a moverse sobre sus rieles. La señorita me explicó que la conocida marca de venta por correo iniciaba en esta ocasión su campaña "Premio a la fidelidad", de la cual yo era el primer agraciado por mis treinta años como cliente. Ya lo verán ustedes en la tele.
Experiencias como la contada me obligan a desempolvar de vez en vez este diario que nada tiene que ver con su nombre.
Me presenté en el neonato parque fluvial de La Aliseda a la hora anunciada. No había ni una luz encendida en la isla, y sólo se escuchaba el trajín atropellado del río. El lugar es céntrico, e incluso ameno, pero a esas horas de la noche, solitario y envuelto en la oscuridad, no puede decirse que sea especialmente acogedor. Un escenario propio, en todo caso, para la misteriosa aventura que había aceptado. Me acerqué hasta el centro del parque, donde se han plantado tres tristes columpios como un reclamo miserable para el esparcimiento infantil. Allí no había nadie. En ese momento pasó por mi cabeza la idea de que podría ser víctima de una broma infausta, pero decidí esperar un poco más recorriendo el paseo en dirección al Puente Viejo. Acariciaba, en el bolsillo, la vieja y descomunal navaja que adquirí hace muchos años, cuando compaginaba las nada recomendables labores de traficante de hachís y concejal. Una precaución inútil, seguramente, pero el tacto de nácar de la fiel Victorina me daba confianza, aunque no puedo negar que estaba nervioso.
Resulta llamativo comprobar cómo la mente, en momentos de cierta tensión, encuentra sus vías de escape. Así, al pasar junto al puentecillo que une la calle Gibraleón con la isla, pensé que sólo en una ciudad como la mía era compatible la inauguración de un parque fluvial con la presencia obscena de una enorme cloaca vaciando aguas fecales directamente al río. También reparé en la escasez de bancos, en paridad a la ya comentada de columpios. Y casi me estaba olvidando de los motivos que me habían llevado a La Aliseda en horas tan intempestivas, cuando quedé deslumbrado por el encendido simultáneo de varios focos. Lo que vi entonces me hizo dudar de mi cordura.
Frente a mí, como una aparición profana y aparatosa, el mirador occidental de la isla acogía una especie de plató de concurso televisivo donde un par de azafatas posaban como tenantes flanqueando una pirámide de ropa. Ropa de vestir y ropa de hogar: mantas, sábanas, edredones, toallas, cortinas, pantalones, camisetas, calzoncillos, cazadoras... Semejante cornucopia textil estaba coronada por un gran rótulo de neón donde se leía: VENCA. De no sé dónde salió una señorita, más vestida y más rellenita que las azafatas, y un cámara en dolly comenzó a moverse sobre sus rieles. La señorita me explicó que la conocida marca de venta por correo iniciaba en esta ocasión su campaña "Premio a la fidelidad", de la cual yo era el primer agraciado por mis treinta años como cliente. Ya lo verán ustedes en la tele.
Experiencias como la contada me obligan a desempolvar de vez en vez este diario que nada tiene que ver con su nombre.
Gabriel Cusac
10 comentarios:
jajajajajajajajajaajajejejejajja y rejajajajaaj
La marºe que te pariºo Gabi..
-»»Que bueno..!
A mi me han tocado 200 euracos, un coche, un viaje a venecia, 3 abrigos, un estuche de peluquería, cheques descuento a montones.... Y todo esto, por ser su fiel clienta. Lo mejor de todo es, que en mi vida he ni tan siquiera ojeado la revistita en cuestión. Y por supuesto, una cosa es lo que te toque y otra, que te lo vayan a dar. Que hay que leer la letra chica, que no es " le ha tocado un coche" ¡Que va! Es: "LE HA TOCADO UN AUDI.yahoravaustedyselocree".
Besos!!!
Leerte, sí, es una aventura emocionante.
La inauguración de La Aliseda no sería tan espectacular como para provocar estos delirios.Una pena el relato al principio prometía.
pues a mí sí me ha hecho gracía el relato,a ver si salgo yo en la tele que soy cliente desde hace 35 años.
Gracias por vuestros comentarios; en positivo o en negativo certifican que este blog existe y llega a algún lado...a pesar de la inconstacia del autor.
Es que no me gustan los blogs con cla aduladora (menos mal que hay excepciones). Lo que sí me gustan son las banderas preconstitucionales, como la que nos recibe al entrar en tu página.
Saludos.
Al igual que la palabra Constitución no supone, por sí misma, un aval democrático, la monarquía es, por definición, una institución ajena a la democracia. Nada más paradójico en una democracia que ostentar la jefatura de un Estado por obra y gracia de un apellido. Y ya estará alguien echándose las manos a la cabeza. Yo me las echo calculando cuántas familias podrían vivir con 9 millones de euros, que es lo que nos cuestan los Borbones en este año de crisis.
Ah, y en esos 9 milloncejos no se incluyen, según Le Monde, ni el mantenimiento de los palacios reales ni los viajes oficiales, gastos para los que se destinan otras partidas presupuestarias. Sorbámonos los mocos, que se caen.
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