
Sólo sabemos de ellas por una carta que Arthur Machen recibe de su excéntrico amigo Villiers de Wadham. La carta, fechada en Caerwent el 22 de julio de 1892, forma parte de un paquete de correspondencia multipersonal que los herederos del escritor cedieron a la Arthur Machen Society británica. A su vez, tras la disolución de esta sociedad, el legado epistolar entró a formar parte de los fondos documentales de la British Library. No hay constancia, en este caso concreto, de respuesta por parte de Machen.
Villiers se muestra maravillado de sus vacaciones en la tierra natal de Machen, donde aprovecha el tiempo al máximo realizando excursiones diarias que suelen durar desde el amanecer hasta el ocaso. El condado de Monmouthshire ofrece a Villiers muchos ingredientes para el disfrute de un espíritu sensible, ávido de belleza y misterio, como el suyo. Recorriendo los grandes bosques "en los cuales es fácil presumir presencias pánicas", visitando castillos, abadías y ruinas romanas, apuntando extrañas leyendas que el paisanaje le transmite "sigilosa, casi furtivamente, como quien no debe desvelar viejos arcanos", Villiers cuenta que no ha pasado ni una semana de su estancia y ya ha llenado dos cuadernos con notas y dibujos. Caros cuadernos, avariciados, piensa este humilde apuntador, de los que sin embargo no tiene otra noticia. Como no tiene de las plantas lúbricas de Caerwent más que ésta:
Decir que estoy respirando una magia antigua es algo más que una grandilocuencia. Mi querido amigo, usted puede creerme: ayer tuve la experiencia más extraordinaria de mi vida. Un pastor de Caerwent que, a pesar de su cretinismo, es un excelente guía, me acompañó hasta la llamada Charca del Diablo, aunque durante todo el camino estuvo previniéndome de que por nada del mundo deberíamos permanecer mucho tiempo allí, porque "se trataba de un lugar maldito, lleno de espíritus infernales". Cuando llegamos, en cambio, a mí me pareció un pedazo de paraíso. Se trata del pequeño remanso de un arroyo brioso, una charca umbría y arropada por robles seculares, donde las rocas del cauce dibujan formas caprichosas. Habíamos caminado unas once o doce millas desde el pueblo, y el día era bastante caluroso, por lo que no tuve ninguna duda sobre la conveniencia de un baño al que, por otro lado, invitaba lo encantador del paraje. El pobre Tim, mi guía, haciendo los más alocados aspavientos, no dejaba de repetirme que nos marcháramos inmediatamente. Sólo fingiendo una reprensión severa, por otra parte acompañada de una generosa propina, logré convencer a Tim para que, aunque a regañadientes, volviera con su rebaño.
La charca, en verdad, debe ser hogar no tanto del diablo como de miríficas deidades paganas. Porque no cabe baño más prodigioso. Al momento de sumergirme en las aguas noté el roce de unas plantas acuáticas, una especie de pequeños abetos, pero de ramas flexibles y aterciopeladas, que parecieron emerger de súbito y que la corriente hacía ondular de modo tal que mi cuerpo se sentía placenteramente mecido. La sensación era tan agradable que adopté la inmovilidad, dejando que aquellas plantas maravillosas me acariciasen con su tacto suave. Cómo explicar que estas caricias pronto adquirieron una intencionalidad explícita, que poco a poco mi cuerpo se vio totalmente poseído por un calor que desafiaba la frialdad de las aguas. Cómo explicar que, en definitiva, mi creciente excitación culminó en el clímax más poderoso que jamás haya sentido. Pero inmediatamente después sentí el terror, un auténtico terror pánico que me hizo huir de allí a toda prisa. Creí escuchar, en mi huída, el rumor de unas risas femeninas, quizás de las propias ninfas que me habían convertido en su juguete, de aquellos invisibles númenes acuáticos que me proporcionaron un gozo indescriptible. Créame, Arthur, de ningún modo pretendo engañarle...
Villiers se suicidaría, pocos años después de escribir esta carta, en la habitación de un lujoso hotel londinense. Resulta imposible ponderar cuánto debe Machen a su amigo, pero parece fuera de toda duda que escritos de este cariz influyeron en la feliz inspiración del gran autor galés. Los biógrafos de Machen, empero, soslayan cualquier referencia de importancia a Villiers de Wadham. Una tarea pendiente.
Decir que estoy respirando una magia antigua es algo más que una grandilocuencia. Mi querido amigo, usted puede creerme: ayer tuve la experiencia más extraordinaria de mi vida. Un pastor de Caerwent que, a pesar de su cretinismo, es un excelente guía, me acompañó hasta la llamada Charca del Diablo, aunque durante todo el camino estuvo previniéndome de que por nada del mundo deberíamos permanecer mucho tiempo allí, porque "se trataba de un lugar maldito, lleno de espíritus infernales". Cuando llegamos, en cambio, a mí me pareció un pedazo de paraíso. Se trata del pequeño remanso de un arroyo brioso, una charca umbría y arropada por robles seculares, donde las rocas del cauce dibujan formas caprichosas. Habíamos caminado unas once o doce millas desde el pueblo, y el día era bastante caluroso, por lo que no tuve ninguna duda sobre la conveniencia de un baño al que, por otro lado, invitaba lo encantador del paraje. El pobre Tim, mi guía, haciendo los más alocados aspavientos, no dejaba de repetirme que nos marcháramos inmediatamente. Sólo fingiendo una reprensión severa, por otra parte acompañada de una generosa propina, logré convencer a Tim para que, aunque a regañadientes, volviera con su rebaño.
La charca, en verdad, debe ser hogar no tanto del diablo como de miríficas deidades paganas. Porque no cabe baño más prodigioso. Al momento de sumergirme en las aguas noté el roce de unas plantas acuáticas, una especie de pequeños abetos, pero de ramas flexibles y aterciopeladas, que parecieron emerger de súbito y que la corriente hacía ondular de modo tal que mi cuerpo se sentía placenteramente mecido. La sensación era tan agradable que adopté la inmovilidad, dejando que aquellas plantas maravillosas me acariciasen con su tacto suave. Cómo explicar que estas caricias pronto adquirieron una intencionalidad explícita, que poco a poco mi cuerpo se vio totalmente poseído por un calor que desafiaba la frialdad de las aguas. Cómo explicar que, en definitiva, mi creciente excitación culminó en el clímax más poderoso que jamás haya sentido. Pero inmediatamente después sentí el terror, un auténtico terror pánico que me hizo huir de allí a toda prisa. Creí escuchar, en mi huída, el rumor de unas risas femeninas, quizás de las propias ninfas que me habían convertido en su juguete, de aquellos invisibles númenes acuáticos que me proporcionaron un gozo indescriptible. Créame, Arthur, de ningún modo pretendo engañarle...
Villiers se suicidaría, pocos años después de escribir esta carta, en la habitación de un lujoso hotel londinense. Resulta imposible ponderar cuánto debe Machen a su amigo, pero parece fuera de toda duda que escritos de este cariz influyeron en la feliz inspiración del gran autor galés. Los biógrafos de Machen, empero, soslayan cualquier referencia de importancia a Villiers de Wadham. Una tarea pendiente.
Gabriel Cusac
7 comentarios:
¡¡ joder con las plantas!!
ESCRIBO ESTO,DESDE LA EVOCACION QUE SIENTO AL LEER TU ULTIMA ENTRADA,DESDE NUESTRO QUERIDO BOSQUE DUCAL -MUTILADO,DESFIGURADO Y POSTMODERNO SUEÑO SUBURBANO- DESEANDO QUE ESE RELATO QUE CUENTAS,NOS PUEDA QUEDAR MAS CERCANO.PERO,ME TEMO QUE NO.SOLO SE ME OCURRE PEDIR -APROVECHO ESTOS DIAS PROPICIOS PARA EL REGALO- UN 2011 LLENO DE MAS HISTORIAS BESTIARIAS GABRIELENSES,QUE TANTO BIEN LE HACEN A NUESTRA ADORMILADA - A VECES- IMAGINACION.FELIZ AÑO PARA TI,PARA TODOS LOS QUE NOS JUNTAMOS AQUI ALGUN RATITO,Y MUCHA "SALU". LO MEJOR,POR VENIR.
Las cosas que habría qué decir de El Bosque. Desde el preciosismo cavernícola del mojón de la fuente de la rotonda hasta un estanque que sigue haciendo aguas, desde el pararrayos radioactivo hasta una pieza original de aliviadero convertida en pila de fuente...Tanto técnico, tantos millones y tanta polla. El Bosque es una herida, otra más de la ciudad estrecha.
Pero ya sé que es tiempo de felicitaciones y bienaventuranzas, a pesar de que este 2011 viene con los dientes afilados. Ahí van: salud, república, nacionalización mundial de la banca y de las empresas energéticas, cárcel para los políticos corruptos, mileurismo para los tres o cuatro que queden libres, un diluvio de honradez, imaginación, pan y trabajo.
Un abrazo, Rai.
¡Y yo que le iba a regalar un geráneo a mi madre.... joder!
¡¡FELICES FIESTAS, FELIZ 2011, FELIZ FELIZ EN TU DÍA... ! UPPSSS, CREO QUE ME COLÉ, JIJIJIIII!!!
bRINDAR POR MI GAMBERROOOOOSSSSSSS!!!!!
Chin, chin, Silvia. Sobre la felicidad del 2011 creo que no hay que preocuparse: están estudiando implantarla por decreto.
Un abrazo.
Feliz año, finísimo Títiro.
Valuable info. Lucky me I found your site by accident, I bookmarked it.
Publicar un comentario