17 de septiembre de 2011

La revolución personal de mi primo Distiratsu


Estábamos sentados en un banco del parque municipal, como dos paseantes cualquiera, un domingo cualquiera. Los niños jugaban en los columpios, las mamás presentes ponían a escurrir a las mamás ausentes, los perros defecaban en el césped mientras los dueños, con su bolsita higiénica en la mano, miraban al infinito con pose egregia, como modelos de un cartel de guerra; los jubilados andantes, parque arriba, parque abajo, me recordaban las películas de presos; los jubilados sedentes de al lado hablaban del último muerto; el último muerto parecía mi acompañante, y todo transcurría con normalidad. Entonces pasó un pivón, marcando los pasos como un legionario; los bandazos marciales que se producían bajo su exigua falda sugerían la idea de un culo con vida propia, una entidad autónoma. Haciendo gala de mi fino humor, intenté resucitar por milésima vez al primo Distiratsu.
-Más vale una vuelta ahí que veinte en la plaza, ¿eh?.
Distiratsu se quedó mirando el desfile de la jamona tan dulcemente como las vacas miran a su ternerito, a una piedra o a un roble.
-Vaya.
Y fue un vaya tan desvaído y tan lánguido que parecía el epítome de todas las tristezas, un vaya susurrado y sin signos de exclamación, como una bufa, un vaya difunto como su propio autor. Es el último recuerdo que guardo de la estancia de Distiratsu en la ciudad estrecha, hace ya tres años. Mi primo era como el lelo del chiste, ese que asomaba la cabeza por la ventanilla del tren y decía: "¡Hala, qué de postes tes tes tes tes tes tes tes...!". Como el lelo del chiste, pero en callado. Daba un poquito de grima el apocamiento de un tiarrón de metro noventa, un vascorro con hombros como asientos y cara de gángster, al que le daba vergüenza hasta abrir la boca. Yo siempre procuraba sacar temas de conversación, estimularle, despertar su espíritu (que era el de la golosina). Llegaba él, y yo ya tenía establecido todo un plan estratégico de actividades donde se combinaban desde el senderismo hasta la melopea, pasando por la visita cultural a Salamanca, la visita gastronómica al pueblo de Dios le Guarde (donde se come la mejor carne asada del mundo) y la visita recreativa a cierto club placentino, muy frecuentado por los casados bejaranos, en cuyo caso endosaba el muerto a mi buen amigo Cristino, gran conocedor de los ambientes viciosos y asimismo excelente compañero de peñazos como mi primo, porque las orejas de estos individuos suelen ser cálices profundos que recogen la más dilatada e insoportable verborrea. En definitiva, con mi primo he sido una mezcla de guía turístico, padrino y ángel de la guarda; sin embargo, había llegado al convencimiento de que Distiratsu, a pesar de su juventud -treinta y pocos- ya era un caso perdido, uno de estos hombres condenados a la soledad o, lo que es peor y también más común, a sufrir la férula conyugal de una arpía neurótica. Pensaba que sólo un milagro sería capaz cambiar la sangre de nabo de mi primo.
Pero Distiratsu ha vuelto en las fiestas de septiembre, y lo que era brisa imperceptible se ha convertido en ciclón. Según él mismo me contaría después, los libros de autoayuda -los cuáles, mea culpa, siempre consideré una gilipollez-, el descubrimiento de la cocaína -ese íncubo de locuacidad y confianza- y, sobre todo, la jugada maestra de presentarse a delegado sindical en su empresa cerrajera, lo que a la postre le hizo ascender de oficial de segunda a encargado, han transformado a mi primo en todo un triunfador. Fíate de la Virgen y no corras.
Apareció Distiratsu detrás de unas Ray Ban, con gomina hasta en los pelos de las orejas, americana y polo del cocodrilo, hecho un pijo. Al encontrarnos, casi ni le conocía.
-¡Qué pasa, machote! ¿Estás implicado en la trama Gürtel?
Obvió mi comentario, estrechándome la mano y abrazándome con fuerza, no como en las veces anteriores, cuando parecía un maniquí (él, no yo). A partir de ese momento, tomó la iniciativa.
-Hoy no comemos en mesa. Veinte cañas con sus tapas, a tomar por culo.
Tuve entonces la extraña sensación de que se me caían los testículos al suelo, y me dejé llevar, apabullado por el cambio radical de Distiratsu. Morro rebozado en el Beletri, calderillo en el Pavón, jeta en el Abrasador, revueltas en el Novelty, riñones en La bodeguilla, criadillas en El Bosque, champiñón en La Plata, lacón en La Sidrería... Había traído un ala de mosca increíble, un auténtico bocatto di cardinale farlopesco, algo nunca visto en este remoto confín de Castilla; cada tres cañas, Distiratsu sacaba la papela, y también me dejaba llevar. Yo bebía, comía, esnifaba, meaba y, sin darme cuenta, me había convertido en un asentidor automático. Retórico, hiperbólico, histriónico, Distiratsu ametrallaba las frases contra su presunto interlocutor -es decir, contra mí-, y yo no había acabado de pensar un argumento cuando ya estaba servida otra cuestión sobre el tapete. Mis orejas como cálices profundos.
El resto de los días no fueron muy distintos. Contra Distiratsu era imposible meter una baza decente; en cada encuentro, yo quedaba reducido a la categoría de adlátere, de gregario, de oyente. Distiratsu, el gran Distiratsu, fue incluso capaz de hacer enmudecer a un Cristino tupido de farla, con tanta ala de mosca encima que habría podido echar a volar. Hasta echaba piropos a las tías, el muy cabrón. Como diría Borges, esto no es baladí; es la hostia en verso. Lejos quedaba aquel gran tímido, aquel muermo sin diálogo ni voluntad cuya expresión más vehemente era la sonrisa idiota de la borrachera.
Distiratsu se marchó ayer, calzando su impoluto BMW Berlina. Mi querido primo me ha dejado hecho una caquita, una piltrafa. He vuelto al Prozac, estoy empezando a leer "De gilipollas prufundo a héroe cotidiano", y posiblemente me ponga a disposición de aquel sindicato que me coloque más arriba en las listas.

Gabriel Cusac

3 comentarios:

Lola dijo...

desde luego quien le ha visto y quien le ve al Distirastsu,asombrada me he quedao!

Anónimo dijo...

Caray con el primo Distiratsu!

Gabriel Cusac dijo...

Sorpresas te da la vida, ay Dios.