6 de julio de 2013

El sauce errante



O llorón antropomorfo, de utópica clasificación. No es hombre, o lo es de madera. No es árbol, o lo es caminante. Parece invención ovidiana, una desbocada Metamorfosis. Tiene ojos saurios y dos orificios auditivos, pero carece de nariz y de boca. Luce larga melena caducifolia, que le emerge como un surtidor de la cabeza, y que él mismo recorta, tronchando las finas ramas, cuando las guedejas ya acarician sus descubiertas raíces, que es decir sus pies. También troncha cualquier rama nueva que le brota en el estriado cuerpo,  como quien se depila. Es casi tan parco de hombros y de cintura como de palabras; camina rígido, artrítico, aunque ciertamente no se puede pedir más a un tronco andante.
Fluvial, clandestino, umbrío, recorre secreto los ríos y los arroyos de la Selva Negra; sin embargo, no se acerca a los hermosos lagos, ya perpetuamente contagiados de turismo. Es muy cauto, porque sabe que siempre hay quien hace leña del árbol caído, aunque a veces, por los caudales discretos, le gusta tirarse a la corriente y dejarse llevar aguas abajo, flotando en sibarita deriva. No le cuesta nada hacerse el muerto. Si nada, estila el crol, y entonces semeja artefacto.
Por mera cuestión de supervivencia, es un tipo solitario y noctámbulo, pero algunos ejemplares alojan un nido en su cabeza, tal corona animada, y está por estudiar el modo simbiótico. Quizá cumplan de mascotas, los habitantes del nido, porque el sauce errante tiene puntos muy humanos. Como el sauce descansa y a la vez se alimenta tumbándose en la ribera, con los pies en el agua, recoge en la ocasión el nido, muy cuidadoso, y la corona pasa a ser quitasol sobre su cabeza plana. Si la pajarería se revoluciona mucho, es aviso de peligro.
El sauce errante, soberbio furtivo, héroe del anonimato y la ocultación, escapó al escrutinio fabuloso de los grandes cuentistas europeos. No le supieron los hermanos Grimm, Andersen, Perrault. Tampoco Blackwood, quien en cambio relató de otros sauces extraordinarios.
Su vida, libre y salvaje, es muy literaria.

Gabriel Cusac Sánchez

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