23 de diciembre de 2013

Satán en Goray, Isaac Bashevis Singer






Los límites geográficos, en cualquier ejercicio de taxonomía cultural, son siempre vulnerables. Pero séame permitido, siquiera a modo de marco aproximativo,  establecer una “zona tenebrosa” literaria: al sur,  Alemania, Suiza y la Italia alpina; al norte,  las ex repúblicas soviéticas; los Balcanes como frontera oriental. En esta franja, la alta Centroeuropa, se ha desarrollado un sello literario característico, un modo de escribir extraño y presagioso donde incluso las escenas más alegres parecen estar nimbadas de un aura siniestra, donde con frecuencia resulta tan importante lo que se cuenta como lo que se deja de contar. No necesariamente asociada a lo fantástico, triunfa en la “zona tenebrosa” –con los austriacos en cabeza- la ambientación inicua: una atmósfera lóbrega, insana, de ciénaga, que deja un resto de verdín en los dedos del lector. Hablamos de Franz Kafka, de Hans Lebert, de Danilo Kis, de Gustav Meyrink, de Alfred Kubin, de Joseph Conrad. Transgrediendo mínimamente la frontera meridional, hablamos también del véneto Dino Buzzati. Sin duda, mi desmemoria y, sobre todo, mi ignorancia, hacen esta lista deficiente. Por ejemplo, nada sabía de Isaac Bashevis Singer, y debo el hallazgo de Satán en Goray al préstamo (ya con toda certeza moroso) de un amigo. La edición es antigua: Plaza & Janés, 1985.
Satán en Goray, escrita originalmente en yidis, es una buena muestra de la corriente literaria referida (o del estilo, si lo prefieren). La novela comienza describiendo los sucesos históricos de 1648, cuando se produce la rebelión del atamán cosaco Bogdan Chmelnicki. Las tropas de Chemlnicki, nutridas de campesinos, son especialmente crueles contra los judíos, tradicionales aliados de la szlachta, la alta nobleza polaca, heredera de grandes privilegios y dueña de las tierras (Bashevis, parcial,  no lo cuenta exactamente así; aunque a nivel narrativo esto no tiene mucha importancia). Goray, una pequeña y próspera ciudad de mayoría hebrea, es arrasada; el lugar, convertido en un cementerio de insepultos tras la gran matanza, queda abandonado y maldito. Bastantes años más tarde, la ciudad comienza a repoblarse, principalmente por varias familias supervivientes que antaño la habitaron. Todo comienza de nuevo; se empieza a recobrar una apariencia de normalidad.
Pero la guerra, como un preludio del definitivo Armagedón, ha marcado los corazones de la comunidad judía, reavivando las creencias mesiánicas y las supersticiones de la cábala. Surge, en Oriente, la figura del profeta Sabbatai Zevi, y de su discípulo Nathan de Gaza; se multiplican los rumores de prodigios sobrenaturales relacionados con el fin de los tiempos. Es octubre de 1666, y en la judería de Goray llueven día tras día noticias de este cariz. Una negra semilla comienza a germinar. Es en este momento narrativo cuando entra en escena la protagonista principal, Rachele, convirtiéndose en la referencia de la involución de Goray hacia la histeria colectiva. El relato, desde un principio gris, sombrío, va alcanzando la negrura de la brea. Los complejos gorayanos, el sentimiento de culpa y la necesidad de expiación crecen como una metástasis, aflorando en una fenomenología brutal; surgen la profecía, la posesión, el milagro,  el crimen, la glorificación del pecado como paradójico catalizador de la era mesiánica.
Bashevis, impecablemente, no nos conduce al terror a través del énfasis, del tropo espectacular, de los signos de exclamación o interrogación, de la abundancia adjetival, de la reiteración. Utiliza la tercera persona, su prosa es fría, objetiva, de frases sucintas y tacaña de diálogos. Como un testigo cualificado que describe un suceso con precisión científica. Una forma de contar que, por contraste, resulta de una efectividad demoledora. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la intención del autor es crítica, moralizante. Precisamente la novela concluye con una moraleja que comienza con estas palabras: No hagamos intento alguno de forzar al Señor para terminar nuestras congojas en el mundo. El Mesías vendrá cuando Dios quiera y librará a los hombres de la desesperación y el crimen.
Satán en Goray, como una gran metáfora, condena el fanatismo religioso. Y su mensaje no debe ser circunscrito al ámbito del judaísmo. La acción de la novela, en el ficticio Goray polaco, se desarrolla en 1666. Los verídicos juicios de Salem sucedieron en 1692. Pero Salem es sólo un ejemplo, entre miles, de la condición homeopática de los credos: en pequeñas dosis pueden tener efecto curativo sobre algunos enfermos. Sólo en pequeñas dosis.

El dormitorio conyugal ocupaba una estancia de la semiarruinada casa de ladrillos de Reb Eleazar. Antes de quitarse la ropa, Reb Itche Mates leía durante una hora o más las plegarias del rabino Judá el Devoto. Luego, batiéndose el pecho con el delgado puño, y llorando, hacía su confesión. Paseaba después innumerables veces en torno a un banco. Rechele esperaba en el lecho por él, dispuesta a recibirle con dulces pláticas de amor, según las instrucciones de las mujeres. Fuera, los perros aullaban lúgubremente.  Callaban y reanudaban de nuevo sus lamentos como si deplorasen algún crimen que contra ellos se perpetrara. Rechele sabía que el Ángel de la Muerte estaba fuera. El viento sacudía los batientes, hacía entrar glaciales ráfagas en la habitación y la vela de sebo oscilaba y moría, dejando el cuarto sumido en tinieblas y humo. Reb Itche Mates continuaba su canturreo mientras se movía de rincón a rincón, como si anduviese en busca de algo. Parecíale a Rechele que en la estancia había alguien además de Reb Itche Mates, un ser aéreo y aterrorizador. En su miedo se le erizaba el cabello hasta las raíces y se tapaba con sábanas. Al fin, en silencio, Reb Itche Mates se tendía a su lado. Su cuerpo olía a agua de la casa de baños y a cadáveres. Calentaba sus frígidas manos entre los senos de su mujer y su breñoso vello la pinchaba la piel. Sus labios seguían moviéndose, salmodiando para sí, y su cuerpo estaba tan agitado que conmovía todo el lecho. Las piernas de Reb Itche Mates eran huesudas y puntiagudas y parecían huecas. Sus costillas sobresalían como aros de barril. Hablaba en voz baja y ronca llena de pueril misterio.
-¿Has visto algo, Rechele?
-No. ¿qué has visto tú, Itche Mates?
-¡A Lilith! –exclamaba Reb Itche Mates.
Parecíale a Rechele que la visión le complacía.
-Mírala. Va con el cabello largo, como tú. Desnuda. Concupiscente.

Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura en 1978, nació en Radzymin, Polonia, en 1904, y murió en Miami, EEUU, en 1991. Tengo la impresión de que su amplia obra como novelista y cuentista es ignota en España. Una pena.

Gabriel Cusac

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

Según leo tu prefacio al comentario, lleno de aliteraciones broncas, de palabras oscuras parece que oigo tu voz trabada y tremebunda, que ya conozco tan bien y mi lectura gana con la ficción de la escucha, pero llega al éxtasis de escuchar las originales vibraciones de las cuerdas y los recovecos de las cavidades bucales y nasales. Creo que tienes voz de dragón (supongo que escribo esto porque ayer vi una película de dragones) y alguna vez tus escritos ganarían si hicieras como Iñaki Gabilondo un video blog. Apúntatelo y regálanos este fin de año o reyes, preferentemente sobre réprobos.

Gabriel Cusac dijo...

Iré afanándome también el oficio de los tragafuegos, para dar más efecto...Otra aliteración.