27 de octubre de 2014

El duro privilegio de Sofía




En Puente Vieja, a unos cuatro kilómetros del pueblo de mi infancia, el río forma un pequeño remanso. Escoltan sus orillas avellanos y alisos ribereños, pero inmediatas se extienden  las robledas y algunos prados salpicados de fresnos. La Puente Vieja forma parte de una cañada ya en desuso. Es una construcción medieval, carente de pretiles, con su pequeño lomo y los viejos sillares de granito parcialmente tapizados de hiedra y musgo. El arco no alcanzará los seis metros de altura.
De niño, era mi zona de baño preferida… Hasta el día en que estuve a punto de ahogarme. Justo bajo su ojo, donde el cauce es más profundo, sufrí un calambre en un gemelo. Como decimos vulgarmente, “se me subió la bola”. El dolor fue tan fuerte, y apareció de manera tan súbita, que llegué a sumergirme involuntariamente, llegando a tragar agua. Entonces juraría que algo tiró de mí, arrastrándome tres o cuatro metros hasta la orilla. Pero todo pasó muy rápido, y esos breves segundos fueron lo bastante confusos para que pueda afirmar algo de modo fidedigno. Yo no había cumplido los doce. Desde entonces, aunque frecuentase Puente Vieja con la pandilla, no volví a bañarme allí.
Llevaba algunos años sin visitar el pueblo, pero hace poco menos de un mes, acompañado de Sofía, me pareció buena idea enseñarle Puente Vieja. La ruta es amena, de una belleza extraordinaria, y todo marchó bien hasta que precisamente llegamos a nuestro destino.  Conozco las reacciones de Sofía cuando recibe una impresión fuerte, ese tipo de impresiones que nos están vedadas a la gran mayoría de los mortales. Sofía palideció en un momento, y en su rostro quedó dibujada la estupefacción. Ni tan siquiera habíamos atravesado el puente.
-Sofía, ya te dije lo que me pasó aquí. Estabas avisada.
-No, no es eso. Vámonos, por favor.
No quiso contarme nada.
Esto sucedió, como he dicho, hace apenas un mes. Anteayer tuve ocasión de leer un libro, recién publicado, sobre la represión franquista en la comarca. Un libro valiente, que levanta el velo de silencio autoimpuesto en mi pueblo, y en todos los pueblos de la zona, sobre el horror de la guerra y de la posguerra que provocara por el alzamiento fascista. Aún existe el miedo a hablar de este tema, a mentar la sangre, la tortura, la muerte, la lucha fratricida, la negra semilla del odio. Es un miedo justificable. Es un doloroso silencio que mi propia familia siempre mantuvo.
Hoy sé que mi abuelo materno murió en Puente Vieja. Que Puente Vieja, en mi pueblo, era el destino del fatal “paseo”. Y soy más consciente que nunca del duro privilegio de los sensitivos. De Sofía.

Gabriel Cusac


4 comentarios:

Guille Blanc dijo...

Muy directo y muy bueno.

Ainhoa dijo...

Don Gabriel, os devuelvo el aplauso que me disteis y le añado otro mas, que bien merecido lo tenéis. Una historia de las que aquellos que ven mas allá del velo viven y entienden. un saludo.

Gabriel Cusac dijo...

Gracias, Thorongil y Leonor. Si un día os acercáis por estos recónditos pagos os enseño el escenario. Un saludo.

juan de la cruz471 dijo...

Yo no he sido capaz de verlo: me salía en blanco. Como (al parecer) la noticia de los 32 viajes de trabajo de Monago a Tenerife; pero ahí no sale en blanco, sino lo tapan con otro culebrón colombiano.