En Puente Vieja, a unos cuatro
kilómetros del pueblo de mi infancia, el río forma un pequeño remanso. Escoltan
sus orillas avellanos y alisos ribereños, pero inmediatas se extienden las robledas y algunos prados salpicados de
fresnos. La Puente Vieja forma parte de una cañada ya en desuso. Es una
construcción medieval, carente de pretiles, con su pequeño lomo y los viejos
sillares de granito parcialmente tapizados de hiedra y musgo. El arco no
alcanzará los seis metros de altura.
De niño, era mi zona de baño
preferida… Hasta el día en que estuve a punto de ahogarme. Justo bajo su ojo, donde
el cauce es más profundo, sufrí un calambre en un gemelo. Como decimos
vulgarmente, “se me subió la bola”. El dolor fue tan fuerte, y apareció de
manera tan súbita, que llegué a sumergirme involuntariamente, llegando a tragar
agua. Entonces juraría que algo tiró de mí, arrastrándome tres o cuatro metros
hasta la orilla. Pero todo pasó muy rápido, y esos breves segundos fueron lo
bastante confusos para que pueda afirmar algo de modo fidedigno. Yo no había
cumplido los doce. Desde entonces, aunque frecuentase Puente Vieja con la
pandilla, no volví a bañarme allí.
Llevaba algunos años sin visitar el
pueblo, pero hace poco menos de un mes, acompañado de Sofía, me pareció buena
idea enseñarle Puente Vieja. La ruta es amena, de una belleza extraordinaria, y
todo marchó bien hasta que precisamente llegamos a nuestro destino. Conozco las reacciones de Sofía cuando recibe
una impresión fuerte, ese tipo de impresiones que nos están vedadas a la gran
mayoría de los mortales. Sofía palideció en un momento, y en su rostro quedó
dibujada la estupefacción. Ni tan siquiera habíamos atravesado el puente.
-Sofía, ya te dije lo que me pasó
aquí. Estabas avisada.
-No, no es eso. Vámonos, por favor.
No quiso contarme nada.
Esto sucedió, como he dicho, hace
apenas un mes. Anteayer tuve ocasión de leer un libro, recién publicado, sobre
la represión franquista en la comarca. Un libro valiente, que levanta el velo
de silencio autoimpuesto en mi pueblo, y en todos los pueblos de la zona, sobre
el horror de la guerra y de la posguerra que provocara por el alzamiento
fascista. Aún existe el miedo a hablar de este tema, a mentar la sangre, la
tortura, la muerte, la lucha fratricida, la negra semilla del odio. Es un miedo
justificable. Es un doloroso silencio que mi propia familia siempre mantuvo.
Hoy sé que mi abuelo materno murió en
Puente Vieja. Que Puente Vieja, en mi pueblo, era el destino del fatal “paseo”.
Y soy más consciente que nunca del duro privilegio de los sensitivos. De Sofía.
Gabriel Cusac
4 comentarios:
Muy directo y muy bueno.
Don Gabriel, os devuelvo el aplauso que me disteis y le añado otro mas, que bien merecido lo tenéis. Una historia de las que aquellos que ven mas allá del velo viven y entienden. un saludo.
Gracias, Thorongil y Leonor. Si un día os acercáis por estos recónditos pagos os enseño el escenario. Un saludo.
Yo no he sido capaz de verlo: me salía en blanco. Como (al parecer) la noticia de los 32 viajes de trabajo de Monago a Tenerife; pero ahí no sale en blanco, sino lo tapan con otro culebrón colombiano.
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