Fantasma orante en la Iglesia de San Nicolás (Arundel, Inglaterra) |
Dentro
de ese afortunado término creado por Miguel de Unamuno, la intrahistoria, hay
sucesos más o menos tabuados que pasan de puntillas por la realidad. Sin entrar
a valorar las causas del tabú -que pueden ser varias, desde los miedos atávicos
a la manipulación ideológica-, debemos reconocer cierta autocensura, por
ejemplo, en la confesión de las experiencias paranormales. Esto en nuestros
días parece muy relacionado con una superstición cultural en boga: aquella
que pretende falso todo lo que no pueda demostrarse empíricamente. Pero resulta
fatigoso entrar en este debate; no me mueve, además, ningún afán apostólico.
Quien quiera, que pase y vea. Para
aquellos outsiders creyentes en lo
sobrenatural, o para los simples curiosos, se abre aquí la galería
fantasmagórica bejarana. La inaugura Carmen Cascón Matas, nuestra infatigable
historiadora, con un escalofriante relato literario inspirado en un testimonio
real. Ella misma lo explica a la postre. Si todo sale bien, hay otros dos
espectros bejaranos haciendo cola para aparecer -o reaparecer- después en este espacio
heterodoxo. Nuestra galería está abierta a la participación de quienes quieran
aportar el caso del que tengan conocimiento.
Pueden hacerlo con firma nominal, seudónimo o anónimamente, porque se comprende que
este tipo de crónicas, en la estrechez de
la ciudad estrecha, son asunto delicado. Pueden ocultar la identidad del
fantasma, y de quienes lo han visto. Pueden hacerlo con ornato literario, o en
crudo. Pueden incluso presentarse ectoplásmicamente a este humilde apuntador.
Es
cierto que tan relajadas bases abren camino franco a la invención. Qué le vamos
a hacer. En otros lares, por ejemplo, se habla de concepciones inmaculadas, misterios trinitarios, transubstanciaciones y
cielos o infiernos eternos, y tampoco la religión está tan mal considerada.
De
momento, entra en escena el fantasma
orante de la fábrica de García y Cascón.
Gracias,
Carmen: eres un encanto.
El
fantasma orante de la fábrica de García y Cascón
Escuché
pasos a mi espalda. No me atreví a moverme. La oscuridad envolvía la capilla en
una densa niebla, pesada y profunda. El olor de la lana llenaba mi pituitaria.
Me invadió el pánico. Estaba solo… ¿o no? El sonido no era físico. No era real.
Resonaba en mi cabeza. Y en las paredes. Retumbaba quedamente. Como si el que
se pasease llevase unos zapatos de tacón silenciados con algodones. No me
atreví a moverme. La visita a la vieja fábrica abandonada acababa allí. El sol
se había escondido. La hondura de la falla donde se encajaba el río no daba
para más. Sentí frío. No me atreví a moverme. Miraba sin ver la silueta de la
mesa del altar. Los bancos rodeaban mi desconcierto. El esplendor ajado caía en
jirones de podredumbre. Y seguían los pasos. No me atreví a moverme. Pac, pac,
pac.
Y
la vi. Vi pasar junto a mí una silueta de humo. Blanca, dejaba a su paso
rastros deshilachados de niebla. Un sudor frío me empapó. Mis músculos no
respondían. Sentí pánico. Un pánico cerval, animal, me invadió. Y no podía
moverme. Pac, pac, pac. El sonido rebotaba en mi mente. El vaho de mi
respiración se tornó blanco. La figura voló sinuosa por el pasillo. Lenta, con
parsimonia. Volaba y sin embargo se oían sus pasos. Pac, pac, pac. Y paró. Se
detuvo y se tornó más nítida. Como si se condensara. Una anciana. Sí, eso
parecía. Quería cerrar los ojos y no podía. La figura me repelía y a la vez
ejercía una presión sobre mí. Silencio. Oscuridad. Y entonces se volvió
pequeñita. Pequeñita e inmóvil. Se escuchó un bisbiseo. Una letanía cadenciosa.
Rezaba.
Y
entonces desapareció y yo con ella.
Hace muchos años, cuando yo era sólo
una niña, mi tío narró a mi padre en la rutina de un paseo por la calle, la
historia de un amigo suyo que había visitado hacía un tiempo la fábrica
abandonada de García y Cascón. Y lo que parecía un relato interesante por lo
que pudo ver en ese edificio donde tantos bejaranos se habían dejado la piel
trabajando día a día, se tornó en estupor por mi parte –diría que auténtico
miedo- cuando la conversación derivó hacia temas paranormales. En su capilla,
decía, vio aparecerse al fantasma de la mujer de don Leandro Cascón, el dueño y
constructor de la fábrica. Muy pía y religiosa en vida, parecía seguir la pauta
cotidiana después de la muerte, pues su espíritu se dirige todos los días ante
el altar a rezar arrodillada por los vivos y los muertos.
Gabriel Cusac
4 comentarios:
Enhorabuena a Carmen por el relato me ha tenido en vilo y da miedo. Gabriel una gran idea la de abrir una cadena de relatos, espero que sean muchos mas.
Abrazos para ambos.
Otros abrazos hasta Granada.
Hasta a mí me daba miedo cuando lo estaba escribiendo... Salió solo, en una tarde solitaria en el museo. ¿Me lo inspiraría alguno de los fantasmas que pululan por el convento?
Gracias por implicarnos en estas ideas tuyas tan sugerentes, Gabriel.
Un beso
Gracias a ti por abrir camino a estas crónicas sobrenaturales. Esperemos que esos dos fantasmas a la cola de los que hablo puedan reaparecer; todo depende del compromiso de terceras personas. Y si alguien más decide apuntarse, mejor.
Un nebuloso besote.
Publicar un comentario